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lunes, julio 21, 2025
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Semblanza y legado de mi madre Lucrecia

El día 30 de junio de 2025 falleció la señora y madre del autor de tantas cartas en ZETA, Lucrecia Elena Ramírez Espinoza, mujer que vio su primera luz y llanto un 20 de agosto de 1932.

Nacida en tierras zacatecanas, cuna e inicio de la Revolución Mexicana, vivió la carestía durante la Segunda Guerra Mundial y la escasez de mercancías. Fue víctima del nefasto y cruel coronavirus en 2019-2020, pero superó ese mal, planeado por asesinos perversos.

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Murió mi señora madre a los 93 años; longeva, fuerte de toda la vida, pero ya no pudo más y falleció de muerte natural.

Procreó 10 hijos, unos nacidos en Zacatecas y otros en esta bendita Tijuana. Fue autora de escritos en máquinas de escribir Olivetti y Olimpia, en hojas en membrete, para conseguir y forjar la ruta de taxis rojo con negro de la ruta Centro-La Mesa-Luna Park y circunvalación Playas de Tijuana, dirigida a la CROM del extinto Distrito Federal.

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Por orden del autor de mis días, cronista de esa época, rindió frutos por más de 50 años. En los años 60 se hizo de esa línea de taxis rojo con negro.

Mujer que enviudó hace 40 años. Le gustaba la naturaleza, Playas de Tijuana, Popotla, y el océano. En los 60-70 disfrutó el baile sanamente en el Flamingos; la música disco en 1970-1977 y los boleros, baladas, mambo, etc.

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Una mujer que engendró 10 hijos en Zacatecas y Tijuana, responsable de sus hijos y preocupada siempre en oración hacia sus herederos.

Lucrecia Elena cumplió su ciclo vital: nacer, crecer, reproducirse. Tuvo cristiana sepultura, como lo manda la ley divina.

Madre con descendencia numerosa: 10 hijos, 20 nietos y 14 bisnietos. Mujer longeva que deja su huella y su raíz fuerte. Reflejo responsable e incondicional de madre para con sus hijos.

Dadora de enseñanzas para ser un buen ciudadano, hasta su último bisnieto. Madre protectora y orgullosa de su vasta semilla que multiplicó en el jardín del amor, un campo repleto de vida que ha dejado. Esta vez ya partió al viaje, al lejano ocaso del sol, al nacer de la luna, al silencio, al piar de las aves que cantan tantos amaneceres que ella vio y alumbraron sus bellos ojos.

A mi madre físicamente ya no la veré más, pero mis ramificaciones cerebrales están repletas y colmadas de su lucha hacia mí, al darme de comer y ver mis primeros pasos a su gran, y a su gran y numeroso grupo de hijos.

La vida sigue, obvio, pero esta mujer noble y que logró gran longevidad es digna de admirarse. Yo la presumía como una estrella.

Vivió tanto porque tenía un ejército de hijos que jamás la hicieron menos, obligación bíblica de ver por sus padres. Y así fue.

La asidua lectora de las calaveritas de ZETA cada noviembre, que leía Selecciones, Proceso, revista Presencia también, y más…

Descanse en paz, mi señora, madre Lucrecia Elena Ramírez Espinoza.

Hasta pronto.

 

En nombre de todos, tu hijo,

Leopoldo Durán Ramírez.

Tijuana, B.C.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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