Como seguramente han visto en los últimos días, jóvenes de la Ciudad de México llevaron a cabo una serie de manifestaciones en las calles de las colonias aledañas al Centro Histórico de la capital; a saber, la Juárez, la Roma y la Condesa. Particularmente esta última fue en la que se escenificó la mayor calentura de las personas, ya que algunos negocios, principalmente restaurantes, fueron vandalizados. Desde luego, esto generó opiniones divididas respecto a la acción que tomaron quienes protestaron contra la gentrificación, concepto que está cada vez más en boca de todos… y ojalá así siga siendo.
Sin embargo, han surgido varios mamertos defensores de la falsa meritocracia que ya salieron con sus falacias de hombre de paja, diciendo que los manifestantes contra la gentrificación en la Ciudad de México son personas resentidas por no tener el recurso como para tener una casa en estas colonias o cualquier otra zona “agringada” de la cedemequis. Pero lo gracioso es que ni siquiera es una cuestión exclusiva de vivir o consumir en zonas “nais”, sino de desplazar a la fuerza a gente que ha vivido por mucho tiempo en un área que, por algún motivo, a empresarios (a veces ni lo son en realidad) y a inmobiliarias les interesa tanto. Y peor, que estas personas desplazadas les representa un estorbo para sus negocios especulativos (eso es lo que encarece el precio o renta de la vivienda).
Dato: según la Sociedad Hipotecaria Federal (SHF), desde 2005 hasta el 2023, el precio promedio de la vivienda en nuestro país ha subido un 225 por ciento (en ciudades como Tijuana y La Paz, hasta un 299 por ciento), mientras que el salario, un mísero 19 por ciento.
Aunque no estoy de acuerdo con el hecho de que algunas personas quisieran llevar la causa dándole toques cuasi-xenofóbicos, con sus consignas de “¡fuera, p*nches gringos!’”, la verdad es que ese es el menor de los “problemas”. Comparto la reflexión de Carla Escoffié cuando dice que el problema de la vivienda y el desplazamiento forzado de los habitantes locales “no es un tema de nacionalidad, sino de clase”.
He sostenido a través de foros y en otros escritos publicados aquí -muchas gracias a ZETA– que los esfuerzos de algunas ciudades por ser consideradas como “creativas”, ha propiciado que los gobiernos actúen en consecuencia, pero no en pos del habitante local, sino del foráneo; desde luego, para atraer el turismo y la inversión. Poco o nada hay de beneficio hacia la o el residente de su propia ciudad, quien simplemente puede aspirar a ser trabajador/a de los negocios foráneos producto de esta inversión.
Este concepto de ciudad creativa la ha impulsado nada menos que la UNESCO, a través de la Red de Ciudades Creativas. México tiene hasta el momento diez de ellas, de un total de 350 alrededor del mundo, divididas en siete categorías. Ciudad de México y Mexicali están dentro de esta red, en las categorías de Diseño y Música, respectivamente. Y para mí, no es ninguna casualidad que en estas dos capitales, una del país y otra de nuestro estado, haya y sigue habiendo procesos de desplazamiento forzado de habitantes de la ciudad… Y muchas veces, los gobiernos son quienes hacen el trabajo sucio.
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En la Ciudad de México, la Fiscalía Especializada en Delitos Ambientales y Protección Urbana (FEDAPUR) no ha servido para otra cosa que para ejecutar los desalojos de personas -muchas de ellas, de origen indígena- que rentaban o vivían ahí durante años. Como siempre, estos se justifican bajo el argumento de que se trata de invasiones; pero también, como siempre, no hay explicaciones satisfactorias. Reportajes e investigaciones de Quinto Elemento Lab han expuesto estas situaciones. Precisamente los puntos donde se desarrollan estos conflictos son las colonias arriba mencionadas. Muchos de estos lugares antes eran domicilios de índole doméstico, que se convirtieron en negocios de consumo para el foráneo. Inclusive se está volviendo un requisito indispensable para poder laborar en estos negocios el hablar inglés.
En el caso de Mexicali, si bien no hay una visible muestra de desalojos -aunque sí de despojos-, los gobiernos municipal y estatal también le han querido meter manita de gato al Centro Histórico y a la Zona Dorada.
Respecto al primero, derivado de los esfuerzos para la “reactivación” y “recuperación” del primer cuadro de la ciudad, policías municipales desplazaron a varias personas en situación de calle por la fuerza y las llevaron a centros de rehabilitación sin su consentimiento a otros estados, como Baja California Sur, Sonora y San Luis Potosí. Esto ya lo consignó la Recomendación 5/2022 de la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Además, han surgido algunos negocios vinculados a funcionarios como el Mercado Cine Curto -de la esposa del secretario de Hacienda estatal- o La Última del Desierto con temática cocacolera. Mientras tanto, los longevos negocios que han perdurado a pesar del abandono están desapareciendo poco a poco. A mí no se me olvida que en mayo del año pasado se incendiaron ocho locales de la Zona Centro por un transformador de CFE que se incendió -y fue reportado, pero nunca atendido-, calcinando a un velador. Y todavía se quejan las cámaras empresariales de que no hay fomento ni “garantías”. ¡Pfffffffffffff!
La gentrificación encaminada hacia el advenimiento de foráneos y personas con un poder adquisitivo superior al promedio, que quieren apropiarse de un lugar porque pueden pagárselo, deriva en ínfulas de superioridad sobre el habitante local. Lastimosamente, esta gente tiene el común denominador de ser clasista, racista y maleducada (y luego nos quieren dar lecciones de “clase”).
Recomiendo muchísimo tres libros con los que van a documentarse, a partir de datos duros y hechos acerca de estos procesos de desplazamiento y la dinámica abruptamente trastocada de las ciudades por parte de estos esfuerzos de cambiar la imagen de las mismas. Son los siguientes:
*Carla Escoffié, “País sin techo. Ciudades, historias y luchas sobre la vivienda” (Grijalbo, 2023).
*Conrado Romo, “Ciudad copyright” (FCE, 2024).
*Maximiliano E. Jaramillo, “Pobres porque quieren. Mitos de la desigualdad y la meritocracia” (Grijalbo, 2024).
Atentamente,
José Albis Hernández
Mexicali, Baja California
Correo: [email protected]