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lunes, junio 23, 2025
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Los conejos de Cortázar

¿No será que el coaltar de los días ya había vencido? ¿Sí será? Porque no creo que corroyendo será, pero mira átelo bien el tiempo a la mente, porque es que no sé por dónde comenzar esta hilera de des-cuentos. Sucedió un día que todo, todo rodeado de montañas que helaban ¿habrás visto montañas que escollan en la aventura sin llegar a un lugar de plazos ni vencimientos? Más bien un lugar ominoso y yermo, una carencia en el globo, dirían algunos. Así las montañas cubiertas en una hiel de capa translúcida pero que la luz no alcanza porque no existe en ese lugar, es un no-sé-dónde en un no-sé-cuándo. Habrán sido que será, porque así se ataban y se entrelazaban como una falla serial circundando un campo, las montañas.

Nadie habrá dejado de observar, en aquel sitio, que estas montañas con frecuencia se pliegan y tumban en un campo, pero camposanto de más superficie cubierta de esa hiel mezquina translúcida, será que será, aquí el suelo no tiene ángulos, pero ese día había un campamento asentado geométrico y bien geométrico; porque verás que ese sitio era una antropofagia por no-sé-quién y en no-sé-dónde ni no-sé-cuándo. Las montañas rehúyen afligidísimas, porque ellas sí quieren a los gorgojos, y a los hombres con tucanes debajo de la axila o repollo y quieren a los sabios húngaros y a los Jacintos y camellos, o al menos esa es mi teoría.

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Será que ese buen día, los hombres dormían en aquel campamento urdidos en sus tiendas del lado derecho, si es que podemos definir un lado, porque en un lugar tan inhóspito ¿quién puede determinar los lados?; porque del lado izquierdo no había, no había nada sin los hombres.

Sin arengas, porque estos hombres no son de arengas, seguramente había niños y mujeres también, pero para fines prácticos siempre diremos que estos hombres no eran de arengas ni contracampos, nada de eso, más bien silentes y sin contraltos. Pero del lado derecho apostados.

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Y del lado izquierdo, que hay que remarcar, un conejo, pequeño, rechoncho, rollizo y de ojos rojos tratando de traspasar el alambrado hacia donde los hombres que no sostienen arengas.

El conejo quieto, las montañas calladas y los hombres durmiendo. La verdad es que ese lugar parecía más un panteón, sin fundamentos ni sustentando el tiempo. Se andaba pues un poco medroso y esos son los momentos más íntimos en el espacio. Del lado izquierdo había jaulas, muchas, decenas de jaulas, jaulas pequeñas, todas conglomeradas y arrejuntadas unas con otras, y en ellas más conejos huelguistas, sí señor, estos eran unos conejos muy blancos de ojos rojos pero conejos huelguistas, porque desde el interior de sus sendas jaulas, éstos soltaban tumultos de quejidos ahogados de angustia sobre el turbio escenario glaciar; un lugar desolado, no garante de derechos de pena. Por eso duermen los hombres sin contracampos. Entendieron que con el diálogo…porque con el diálogo la materia no permanece impasible, lo que permite vivir aún más vinculado con la materia viva, ¿toda la materia es viva? pero hay del diálogo a superponer los diálogos y eso no es sindicalista sino revolucionario,  estos conejos blancos de ojos rojos venían de abajo y debajo, venían a beber del glaciar, escuchar palmadas (resalto, sonido que no conocían) y a ver hablar a los liliputienses, y por eso estos conejos no eran sindicalistas, sino conejos huelguistas.

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Pero estos conejos observaban inusitadamente el infinito y por ello fueron encerrados en esas jaulas tan pequeñas, incrustadas en el suelo níveo y albo. Pero sucedió también que alrededor de las jaulas en semiluna instaladas estaban unas tienditas blancas y ningún sonido emergía de ellas. Éste era un lugar limítrofe y taciturno, fronterizo del sentido, en la tienditas rodeando las jaulas dormían unas ovejas también de ojos rojos, dormidas con los ojos abiertos, aguardando y acechando, pero entonces sucedió: el primer hombre habló, algo susurró por los sacudimientos del entresueño, entonces la primer oveja salió con la cabeza gacha pero rígida y recta resoplando en silencio, se distinguía la carencia de alma, y sucedió que el primer conejo junto al alambrado para asirse más al otro lado, nunca se movió para sólo esperar, nunca volteo o no quiso voltear y mira que pasó, la oveja lo mordió por el lomo y le comenzó a masticar las ancas, devoró todo el conejo. Entonces pasó, las demás ovejas salieron de sus tiendas y comenzaron a azuzar a los demás conejos en sus jaulas para que salieran por debajo, podían salir y así pasó, entonces una masacre sucedió; ovejas devorando conejos, los conejos organizándose para devorar ovejas; los tonos albos se turbaron y sin antecedentes se tornaron de tonos salpicados de los colores obtenidos de un cuerpo destripado.

Los hombres decidieron no salir de sus refugios, pero ahora estaban sin comida ni reservas. La comida se había masacrado así misma y todo porque eran conejos huelguistas.

Fin.

Post scriptum: Como sociedad hemos aceptado una dicotomía de nuestra naturaleza, abandonando la naturaleza del ser pensante por el de oveja y hombre bestial. El silencio en la pasividad ante contextos de injusticia es una postura de aceptación y renuncia a favor del autoritarismo, pero “el actuar” a cambio de “carnes asadas” resulta en una blasfemia a nuestra identidad… La sociedad permite que los valientes mueran en soledad.

 

Atentamente,

Leslie Vela González, una ciudadana común y corriente.

Tijuana, B.C.

Correo:[email protected]

Instagram: @les_souliers_noirs

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Autor(a)

Redacción Zeta
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Redacción de www.zetatijuana.com
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