Una y otra vez con diversos gobiernos de México he intentado enfatizar el creciente poderío de los mexicanos-americanos en Estados Unidos y la necesidad de forjar lazos más cercanos y más comprensibles que el esfuerzo extraordinario que hace el servicio diplomático mexicano, al que le rindo homenaje por el equipo trabajador dedicado y patriota que tiene.
Recibimos más de 70 mil millones de dólares de remesas que llegan a todos los confines del país, aliviando pobrezas y angustias. Buena parte de nuestra provincia subsiste con las generosas remesas. Un problema es que la revaluación del peso ha hecho que, aunque nuestros compatriotas envíen más dólares, finalmente signifiquen menos pesos para los recipientes.
Recibimos más dinero de las remesas que del petróleo y prácticamente no tiene costo para el país.
Sabemos ya que Trump ha creado un problema para la remisión de remesas que inhibe el envío con la frecuencia y cantidad que teníamos, porque exige identificaciones del remitente y un mayor costo de impuestos.
Además, es necesario puntualizar en la rebelión que se muestra en las manifestaciones de Los Ángeles y de Texas, ante los embates constantes y arteros del presidente Trump, amenazando la tranquilidad y el trabajo de nuestros connacionales.
Amigo lector, ¿qué consideras que debería hacer nuestro país al recibir esas cantidades y querer prolongar estos envíos crecientes por lo menos por los siguientes 20 años?
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Los mexicanos en Estados Unidos, debido a su arduo trabajo y tenacidad, hoy en día ganan bastante bien; es sorprendente cómo en un concierto de Luis Miguel, con boletos de mil dólares, los estadios se llenan. Los mexicanos-americanos poseen más del doble del producto interno bruto de México.
Por otro lado, el poder político de una población creciente se va convirtiendo en un potencial de apoyo si empezamos a pensar en que México no se detiene en el río Bravo, sino que, los 40 millones de descendientes de mexicanos aún tienen -y debemos continuar haciéndolos tener- nexos con la vieja patria.
Pero estos recursos no son estáticos. El gobierno mexicano debería iniciar una política a largo plazo para seguir teniendo el afecto y el compromiso de los descendientes de los emigrantes. ¿Cómo? Por ejemplo: invitando a los mejores alumnos mexicanos de las universidades americanas para un viaje a Teotihuacán donde los subiéramos a las pirámides, les diéramos un trago de tequila, les enseñáramos canciones y bailes mexicanos, les enseñáramos español, los lleváramos a Xcaret a ver el espectáculo patriótico que ahí se exhibe hablando de las emociones de México. Si este viaje fuera dirigido por personajes responsables, por educadores comprometidos que los hicieran sentir y palpitar nuestro país, podríamos ejemplificar una de las mil maneras en que debemos acercarnos a nuestra diáspora.
Cada estrato de la sociedad mexicana en Estados Unidos requeriría especial atención, por ejemplo: los señores de edad quizás querían reposar en su muerte en México; a los empresarios podría ofrecérseles diferentes inversiones para que sean parte del crecimiento de nuestro país; a los estudiosos podríamos ofrecerles una variedad de asuntos interesantes que podían acercarnos.
En fin, una secretaría estratégica que estudiara y replanteara las diversas posibilidades de influencia y atención dependiendo de los lugares donde las concentraciones de mexicanos se encontraran, por ejemplo: Texas, California, Illinois, NY, Nevada, porque desde luego los lugares donde viven tienen diversidad de actividades, experiencias y culturas que van moldeando a su población en diferentes intereses.
México debiera atender las necesidades, preocupaciones e intereses de su poderosa diáspora, lo cual fortalecería enormemente nuestra influencia en Estados Unidos y los recursos que recibimos. No descuidemos al extraordinario aliado que tenemos.
José Galicot es empresario radicado en Tijuana.
Correo: [email protected]