Ryan Coogler tiene el doble mérito de haber escrito y dirigido esta estupenda película filmada con cámaras IMAX y con un audaz trasfondo político al estilo de sus apuestas previas en “Creed” y dos entregas de “Black Panther”.
La historia se desarrolla en el pueblo de Jim Crow en Mississippi en 1932 donde conocemos a Sammie (Buddy Guy); su padre, el pastor de la iglesia (Saul Williams), el más conservador de la comunidad afroamericana; y sus primos, los gemelos Elijah “Smoke” y Elias “Stack” (ambos encarnados por Michael B. Jordan), con sus mañas gangsteriles aprendidas en el Chicago de Al Capone.
Los hermanos llegan directo para comprar una vieja bodega y abrir ahí un club contratando a los tenderos locales Bo Chow y su esposa Grace para hacerse cargo del bar.
Queda claro que los hermanos tienen aspiraciones en ese entonces no permitidas a los afroamericanos en el sur de los Estados Unidos, por lo que la película desarrolla varias subtramas algo subversivas y muy bien integradas por el cineasta, a las que se adhiere un homenaje a la música y la cultura de esta minoría.
Cuando llegamos a este punto ya transcurrió hora y media, pero la acción apenas empieza con la llegada intempestiva de unos vampiros qué amenazan todo. También aquí hay un simbolismo inteligentemente planteado. Resulta difícil determinar si el género H que se apodera de esta segunda parte del filme se logra por la presencia de estos seres monstruosos o por el hecho de que, además, son blancos.
Difícil creer que esta mezcla de géneros puede funcionar, pero el resultado es sumamente bueno, además de interesante y reflexivo, bien llevado, con actuaciones convincentes y, sobre todo, un artista como Coogler que, como se dice, ha demostrado aquí ser un garbanzo de a libra. ****
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Punto final.- A cómo le irán a salir a los productores de Hollywood los aranceles de la administración Trump.