Hace tres semanas mi árbol, que planté hace ya años, le aparecieron sus primeras hojas y flores, señal inequívoca de que pronto cumpliré años una vez más.
Los árboles envejecen, sus ramas se secan y vuelven a enverdecer, nueva cuenta y ciclo. Así voy al compás de las cuatro estaciones que el astro sol y luna nos generan. Primavera, verano, otoño e invierno. El árbol perdió su ropaje verduzco olivo, su belleza y atracción natural en otoño. En el pasado verano su fruto maduró; rojo, amarillo, verde y naranja se veían sus frutas por mi ventana. Llegó el otoño y el invierno lo hizo piltrafa, pura rama, varas y tronco. Pero vuelve a tener vida exterior.
¡Oh, naturaleza divina y mágica! Hoy mi árbol de durazno, en marzo ya se tornó verde, sus flores rosadas. Llegó otro año y ya partió el anterior.
Así observo y veo mi árbol de ricos duraznos en mi pequeño huerto hogareño. Es mi calendario natural. No necesita tinta, papel, baterías, WiFi, grapas. No se taló un árbol para yo ver mi calendario. Es el calendario natural que nos hace vivir tanto a mi árbol como a mí, con mis cuidados, sin olvidar su cajete pal agua, composta (semillas de café, cáscara de huevo), hablar con él…
Mi árbol y yo, semilla, embrión, cuidados, cariño, amor, sol, luz, agua; árbol natural que cada marzo dice mi edad, sin hablar, sin escribir, sin hoja. Lo dice: “Me tienes a mí. Soy tu tiempo en la vida, tu reloj; yo te digo cuántos años tienes, tú, mi cuidador”. Y cada marzo me recuerda que pronto habrá otro cumpleaños de mi árbol y yo.
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Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.