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jueves, marzo 27, 2025
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El país que merecemos

En sus más brillantes libros de análisis político Héctor Aguilar Camín argumenta que México es un país de “historia larga”, es decir, un país en el que hay una serie de constantes que no cambian, que no evolucionan, que han marcado la existencia de la nación desde hace siglos y que nos siguen acompañando en el presente.

Y tiene razón. Se pueden trazar líneas de continuidad histórica desde las civilizaciones indígenas anteriores a la colonia, hasta el día de hoy. Una de esas constantes históricas es la violencia: ha sido altísima desde antes de la llegada de los españoles y lo sigue siendo actualmente. Otra constante que no nos abandona es la búsqueda y la esperanza de la gente en un gobernante iluminado, de quien se piensa que va a resolver todos nuestros problemas (obviamente, eso ha acarreado tanto gobiernos autoritarios como desilusiones cívicas a lo largo del tiempo).

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Una tercera línea de continuidad histórica tiene que ver con el reconocimiento de los héroes derrotados, dice Aguilar Camín: “no sólo preferimos a los héroes violentos. Nos gustan además los derrotados”. Ese tipo de personajes notables son los que ocupan el lugar más alto en el panteón de la gloria nacional. Lo que no se observa en ese mismo panteón es el reconocimiento de la patria a los empresarios que expandieron nuestra economía, a los profesores que educaron a nuestros jóvenes, a los constructores y civilizadores del país.

Para ellos no hay estatuas, no hay calles que lleven su nombre, no figuran en los libros de texto ni se les prodigan homenajes conmemorativos.

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Es el país de los cangrejos, que solamente reconoce a quien es derrotado, de preferencia violentamente derrotado. En México es más famoso “El Chapo Guzmán” que Jaime Torres Bodet. Se recuerda más a la cantante Jenny Rivera que al Rector Javier Barros Sierra. Obtiene más apoyo popular un exjugador de fútbol y ahora diputado federal acusado de violencia de género que un científico que pasa su vida aportando soluciones a los grandes problemas de la humanidad.

Eso nos lleva, en palabras del mismo Aguilar, a “dudar de los triunfos de otros, siempre sujetos a sospecha, y a reservar para nuestra admiración la epopeya de los vencidos. Si la derrota es el ámbito de nuestra grandeza, el centro de nuestra pedagogía moral será asumirnos víctimas, caer siempre con la cara al sol”. Es evidente que esa forma de pensar (la del pueblo, no la de Aguilar Camín, evidentemente) no produce grandes avances, no fomenta la imaginación creativa, ni alienta el trabajo en equipo.

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Las mentalidades derrotistas, la ingenua fe en los caudillos redentores, la visión desastrosa del nacionalismo añejo, han lastrado la historia del país, han limitado nuestras posibilidades, han carcomido los sueños de muchísimas generaciones de mexicanos. La revolución que hoy necesita México no es política, ni económica. Es la revolución de las mentalidades. Solamente una nueva forma de pensar, podrá permitir que el país remonte los problemas enormes (pero no nuevos) que enfrenta.

Durante mucho tiempo hemos intentado construir un país democrático: no lo hemos logrado. Hemos querido ser un país próspero: seguimos atorados en las dificultades de una nación de clase media con millones viviendo en la pobreza. Hemos luchado por ser un Estado de Derecho, pero la ley es burlada un día sí y al otro también. Los grandes proyectos modernizadores han quedado truncos. Las regresiones han estado a la orden del día: pensemos en el mucho tiempo perdido por el impacto de la crisis económica de López Portillo en los años 80 del siglo pasado. Recordemos también el desperdicio de la ilusión democrática (y del bono petrolero) por la incapacidad del gobierno de Fox para hacer que México diera un salto hacia el futuro. Hoy estamos atenazados por el autoritarismo de izquierda que nos gobierna, igual de arbitrario que los que conocimos en buena parte del siglo XX.

¿Estamos condenados, entonces, a la mediocridad perpetua? Aguilar Camín en su libro no es demasiado optimista, pero sí enfatiza que la receta del desarrollo es de sobra conocida: más democracia, más crecimiento económico, empleos mejor pagados, Estado de Derecho para autoridades y particulares, instituciones sólidas, servicio civil de carrera, apertura hacia los mercados internacionales, disciplina fiscal, control del dinero público, independencia judicial. En muchos de esos rubros hemos tenido enormes regresivos recientemente.

El libro que estoy comentando se llama “Nocturno de la democracia mexicana” (publicado por la Editorial Debate). Cierra con una serie de textos sobre la campaña electoral del año 2018 y el triunfo de AMLO. ¿Significó esa victoria de la izquierda mexicana un rompimiento con la historia? Aguilar Camín piensa que no: se trata más bien de una regresión. Más de lo mismo, pero con otro nombre. Me parece un diagnóstico por demás atinado, como lo pudimos constatar a lo largo del sexenio anterior.

Miguel Carbonell

Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC.

www.centrocarbonell.online

 

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Autor(a)

Miguel Carbonell
Miguel Carbonell
El doctor Miguel Carbonell, licenciado en derecho por la UNAM, es Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC, institución de vanguardia que se dedica a formar abogados de excelencia en México y el extranjero.
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