13 de enero y Tijuana debía de estar en temporal de lluvias.
Ese corre, corre, con el ruido en los tejados y el paraguas en peatones sobre las banquetas. El auto poniendo en encendido los “wipers” (limpia cristal). Zapatos y tennis mojados. Arroyos en calles y avenidas. El volar de aves, los caninos buscando refugio. Los transeúntes entre banquetas y calles, refugiándose bajo marquesinas, techos y negocios. Los cables de luz sacando pequeñas chispas por la humedad. Goteros en las casas. Cualquier lluvia y la SEP cancela clases. La basura hace su agosto en bocas de tormenta. Los autos caen y caen en baches que la exalcaldesa de Tijuana, Montserrat Caballero, no tapó. Suena la suspensión. Se evaporan los cristales del auto por su interior, se pone el calentón.
Los pronósticos no son acertados.
Todo eso y más ya debía de estarse viviendo en Tijuana desde entonces. La hermosa Rumorosa, perteneciente al bonito Tecate, extraña el blanco nevar en su carretera, rocas, tejados en alta caída. Poblados que añoran ese despertar frío. Los carros con bolas de nieve, el hood a capacete que llega hasta Tijuana, señal del invierno norteño en Baja California y su sierra, única en el país (la tenemos acá, ¡suertudos!).
La lluvia se atrasó. “El Niño”, “La Niña”, fenómeno anómalo, falló… o el dios Tláloc no le danzaron los cucapah, kiliwa, kumia, paipai, mixteco. Triste era seca en Tijuana.
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Atentamente,
Leopoldo Durán Ramírez.
Tijuana, B.C.