La imagen generalizada de Donald Trump se fundamenta en hechos, palabras y acciones de un hombre narcisista, despiadado y corrupto, un criminal convicto que iniciará su próximo período presidencial el 20 de enero, pero cómo es que llegó a forjarse una personalidad así.
Esta película aborda precisamente cómo llegó a ser quien ahora es, como el aprendiz de Roy Cohn (Jeremy Strong), el voraz abogado que llevó a los Rosenberg a la pena de muerte, temido por todos en el Nueva York de los años 70.
Para entonces Trump era un joven manejado por su padre, Fred (Martin Donovan), un constructor conservador, dominante y mano de hierro que, mientras destruía a su hijo mayor, también de nombre Fred, al otro, Donald, lo mandaba a cobrar la renta de los proyectos de interés social que construyó.
Cohn y Trump se conocieron en un bar. Al litigante le atrajo la ambición desmedida del joven, y Donald de inmediato supo que se acababa de topar con su diabólico mentor.
El primer paso fue el soborno a un juez y de ahí todo fue una evolución arrolladora basada en tres reglas: mentir y atacar, negar todo y siempre cantar victoria, aun cuando se haya perdido todo.
Vemos a Trump asumir estas tres normas y comenzar su conquista por Atlantic City, luego Manhattan, donde erigió su famosa Trump Tower, hasta llegar a Mar-a-lago. También atestiguamos su conflictiva relación con las mujeres, sobre todo partiendo de su primera esposa, Ivana Trump, su problema de imagen desde su calvicie, obesidad y envejecimiento, y al final, queda expuesto el traidor que sorprende hasta a Cohn.
Sebastian Stan hace un trabajo magistral interpretando a Trump y se da un mano a mano con Strong, ambos llevados por la brillante dirección de Ali Abbasi y un guion igualmente sólido del periodista Gabriel Sherman, dedicado a explicar la ruina moral del próximo residente de la Casa Blanca. ****
Punto final.- Ya está disponible por ahí “Emilia Pérez”. A ver qué tal.