Parecía prácticamente imposible pensar que una secuela le haría justicia a la gran épica del 2000. Y con todo y las expectativas, la nueva entrega de Ridley Scott casi lo logra… Casi.
“Gladiador II” se sitúa 16 años después de la primera, en una historia que sigue a un Lucio/Hanno ya adulto y enfrentándose al gran enemigo: el creciente Imperio Romano, comandado por Acacio en representación de los emperadores gemelos, Geta y Caracalla.
Si bien desde un inicio se muestra el conflicto entre los papeles interpretados por Paul Mescal y Pedro Pescal, quienes supieron mostrar los conflictos emocionales de sus personajes, la trama va más allá de la dualidad para mostrar los matices de la decadencia; tema que inevitablemente recayó como laureles en Denzel Washington interpretando a Macrino, y que se llevó la película con su gran actuación como marchante de esclavos/gladiadores.
A pesar de las referencias a la primera entrega y a Máximo, el gran gladiador interpretado por Rusell Crowe, fue notorio que Scott no luchó por pretender rehacer su historia, así como tampoco exagerar con los recuerdos, sino que construyó una nueva visión de la Roma decadente, sangrienta, traicionera y excesiva que forma parte de su mitología, a partir del clásico viaje del héroe, aunque sí hubo un manejo dudoso en algunos efectos especiales.
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Finalmente, el largometraje avanza a tal ritmo que no se nota el paso del tiempo y da una sensación de cierre redondo a la historia, con una banda sonora reimaginada por Harry Gregson-Williams (que sorprendió al propio Hans Zimmer). Si bien los instantes finales ciertamente rompen con la construcción progresiva de la película, afectándola negativamente, esto se compensan con las casi dos horas y media anteriores, las cuales dejarán una nota de satisfacción a todo aquel que acuda a ver “Gladiador II”.
