¡Cómo hacemos daño sin darnos cuenta! ¡Y sin ver hasta dónde llegan las consecuencias de nuestras acciones!
Aquel adolescente, con esmero y paciencia, ahorraba poco a poco de su mesada semanal: centavo a centavo, cinco a cinco, diez a diez centavos de dólar. Finalmente, juntó lo suficiente para comprar aquel LP que tanto deseaba.
—¿Es tuyo ese disco? —preguntó su madre.
—¡Sí! Lo acabo de comprar.
Emocionado, se encerró en su habitación, retiró cuidadosamente la cubierta del disco y al abrirlo descubrió que incluía un póster doblado en cuatro partes, del tamaño del mismo LP.
Con gran ilusión, tomó unas tachuelas y lo clavó en la pared, justo al lado de su cama.
La imagen de sus ídolos lo acompañaba mientras ponía el disco a sonar, transportándose mentalmente al concierto donde había sido grabado.
Un día, su madre, que no sabía nada del póster, entró a la habitación para dejarle ropa limpia. A la luz del atardecer, se topó de frente con la imagen de siete gigantescas caras de hombres melenudos que la miraban fijamente. El susto fue tan grande que pegó un grito que hizo correr al esposo y al joven hacia la habitación.
Al ver la imagen de aquellos desconocidos, el padre, un hombre “de la vieja escuela”, con ideas rígidas, se enfureció y comenzó a despotricar contra su hijo y el póster. Sin más, procedió a arrancarlo de la pared.
El joven, con voz apenas audible, murmuró un tímido “¡No!” mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas al ver cómo sus ídolos, su esfuerzo y su preciado disco se hacían añicos ante la furia de su padre y el arrepentimiento de su madre.
Tiempo después, ese mismo grupo iba a presentarse en el antiguo Toreo de Tijuana.
Con la misma perseverancia, el joven reunió el dinero suficiente para comprar un boleto y cumplir su sueño de verlos en vivo. Pero a pesar de sus súplicas y de las intercesiones de su madre, el permiso para asistir al concierto nunca fue concedido por el rígido y testarudo padre.
Aunque la vida le ofreció la oportunidad de ver al grupo en cualquier parte del mundo, aquel día de principios de los setentas el joven decidió que jamás iría a ver a Chicago, para no revivir ese momento traumático del cual nunca se recuperó.
Hasta donde quiera que estés, carnal…
Atentamente,
Alberto López.
Tijuana, B.C.