Si alguien aprovechó el estigma de corrupción que rodeó (y rodea) al ex Presidente Enrique Peña Nieto, ese, ese fue Andrés Manuel López Obrador. Como candidato que fue en 2012 y 2018, la rampante corrupción del priista, primero en el Estado de México y posteriormente en la Presidencia de la República, fue insignia del discurso lopezobradorista.
Hay varios discursos en las páginas oficiales que fueron de López Obrador candidato, e incluso en sus tuits de los años 2009 a 2018. En una de sus peroratas proselitistas, arengó: “Peña es un corrupto, un ladronzuelo; traficó con la pobreza de millones de ciudadanos”. Esa es de las frases más moderadas respecto lo que sentía por quien en 2012 era el candidato del PRI a la Presidencia de la República, y que también, de acuerdo al lopezobradorato, compró los votos de aquella elección que le ganó.
En 2018 le siguió con la crítica al gobierno corrupto de Peña Nieto, sumándolo a la lista de ex presidentes que prometió enjuiciar y llevar a prisión.
Pero ganada la elección presidencial de 2018, AMLO cambió de opinión y de parecer respecto a Peña. Lo sublimó y dominó su premisa de que ganó la elección, aun con 30 millones de irrefutables votos, porque EPN no intervino en el proceso electoral, como sí lo hicieron otros en el pasado, para impedirle llegar a la Silla del Águila.
En adelante, López Obrador pasó de darle el beneficio de la duda a su antecesor en el poder hasta hacerlo prácticamente intocable. Cuando se refiere a la corrupción del pasado, al neoliberalismo o al conservadurismo, se refiere con nombre y apellido a Carlos Salinas de Gortari, a Vicente Fox Quesada, a Felipe Calderón Hinojosa e incluso a Ernesto Zedillo Ponce de León, pero jamás, a Enrique Peña Nieto.
El ex presidente de la República emanado del PRI vive tranquilamente en el extranjero, sabiéndose no perseguido, protegido del primer mandatario nacional morenista.
Y es evidente que, de ganar Claudia Sheinbaum Pardo las elecciones presidenciales de 2024, esa protección al peñismo seguirá.
Esta semana, unos 18 priistas renunciaron al tricolor y al Frente que conforma el partido, para crear un “movimiento progresista” y sumarse a la campaña de Sheinbaum.
En posiciones políticas de 2015, AMLO alertaba que si en México hubiese democracia, Peña Nieto, sus amigos, sus compadres y socios contratistas encontrarían la prisión, pero a la vuelta de los años, lo que han encontrado son brazos abiertos en Morena para el contubernio.
Priistas señalados de corrupción en el sexenio de Peña Nieto que buscan -más que posiciones- un fuero político para mantenerse impunes, no investigados, libres y en posesión de las fortunas que lograron amasar en una vida dedicada a la política y a los cargos públicos desde el PRI, ahora reniegan de ese instituto político en declive, y orondos, se unieron a la causa de Sheinbaum.
En el colmo de la promiscuidad política y el cinismo de la clase priista harto señalada de corrupción, intentan lavar su mala fama y que cesen las investigaciones en su contra, uniéndose a quien en el pasado inmediato combatieron. Sabiendo que el futuro político no es tricolor, sino guinda, dejan la dignidad (si alguna vez la tuvieron) y se someten al oficialismo.
Efectivamente, ex gobernadores acusados de corrupción, mencionados por la Auditoría Superior de la Federación de grandes desfalcos en sus administraciones que se cuentan por miles de millones de pesos y que deberían ser perseguidos por el actual gobierno, o referidos como paradigmas de la corrupción en el país por la virtual candidata de Morena a la Presidencia de la República, hoy forman parte de su séquito político de seguidores. Es el caso de Eruviel Ávila, ex mandatario del Estado de México donde sucedió a Peña Nieto; y de Alejandro Murat, un cachorro del priismo más rancio y sospechoso que concluyó un gobierno de Oaxaca.
Ahora ex priistas, ambos fueron señalados por la oposición, por el propio Presidente de la República y sus colaboradores, por actos de corrupción y excesos en sus respectivos gobiernos o en otras áreas que encabezaron. Como ejemplo, Murat dirigió el Infonavit entre la polémica de la sospecha de actos abusivos.
Jorge Carlos Ramírez Marín, también senador por el PRI, renegó de ese partido y se ha sumado a Sheinbaum y al morenismo tras ser dos veces secretario de Estado con Enrique Peña Nieto, en Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) y en la Reforma Agraria, y también señalado de actos de corrupción.
Con estos “ilustres” priistas, otros más se sumaron al proyecto de Morena y Sheinbaum, con lo que garantizan impunidad para sus carreras pasadas. Ya lo adelantó López Obrador cuando, en una de sus conferencias matutinas, le preguntaron su opinión sobre la adhesión de los ex priistas:
“Todas las alianzas son buenas, todas, cuando tienen un objetivo superior, la transformación del país, el beneficio al pueblo, cuando hay por delante un ideal, un programa, cuando no nos mueve el interés personal por legítimo que sea, sino nos mueve el servir a los demás. Y eso lo hacen todos los partidos en el mundo, se alían, y también los políticos y las organizaciones sociales. Es algo consustancial a la política, si son buenos, son malos, si tienen mala fama o buena fama, pues eso depende, ¿no? De cómo se vean las cosas.
“La política se hace con mujeres y hombres, y la perfección nada más corresponde o tiene que ver con el Creador, pero los seres humanos, todos, cometemos errores. Lo importante es buscar ayudar a los semejantes, aplicar el principio del amor al prójimo, y aunque en algún tiempo se hayan portado mal, pero deciden cambiar y terminar en el último tramo de su vida ayudando, siendo consecuentes, pues adelante. Eso se presenta mucho en la historia”.
Así de sencillo. En un discurso, la fama de corruptos de los ex priistas quedó lavada por gracia y obra presidencial. Sólo falta Enrique Peña Nieto en el equipo morenista rumbo al proceso electoral 2024.