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martes, octubre 1, 2024
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Edmundo Lizardi sobre “Lunas de Octubre”

En mi condición de responsable de la iniciativa ciudadana que derivó en la creación del Encuentro Nacional de Escritores “Lunas de Octubre”, en 2004,  mi posición era que si cambiaban a la coordinadora y pretendían convertir el espacio literario en un foro para la propaganda política, que le cambiara de nombre al encuentro. Esta alerta sobre la propaganda y el panfleto no era gratuita.

El año pasado, para conmemorar el 2 de Octubre, Tlatelolco 68, habían invitado como conferencista, nada menos que al Fisgón, el director de la Escuela de Cuadros de Morena, un monero transformado en matraquero de la regresión autoritaria, de la destrucción de las instituciones democráticas  y de su “prócer”, AMLO. El mismo que en su programa en el Canal 11, un medio público, coincidiera con  López-Gatell en acusar de “golpistas” a los padres de niños con cáncer. Su drama era “pura telenovela”. ¿Así o más ruines?

Además, tengo entendido que el joven (Víctor Hugo Caballero, director del Instituto Sudcaliforniano de Cultura) originario de la Ciudad de México, residente en Los Cabos, un migrante aspiracionista (valga la redundancia), tiene como su mejor referencia en el campo de la promoción cultural el regenteo de una peña folclórica y de canto contestatario, con la trova cubana por delante. Con todo lo que eso significa en términos ideológicos o pseudoideológicos, en los tiempos “estelares” del populismo cuatrotero.

Ay, ese cóndor que no pasa. Ay, ese lamento “bolivariano” que no cesa. Un rollo de los 70s, que por cierto me tocó conocer de cerca en el DF, cuando las peñas y cafés cantantes  se multiplicaron  con la llegada de los exilios chileno y argentino, principalmente. Blindado por la contracultura y el rock clásico de los 60s-70s, nunca me gustó el panfleto, la contaminación ideológica de la creación artística, como lo fue con el “realismo socialista” soviético, estalinista. La alternativa  fue el “canto nuevo”, que retomó géneros “burgueses” como el bolero.

El joven Caballero es además militante de Morena, y como tal se apuntó para una candidatura a diputado local, que por alguna razón  no se le hizo. Pero a cambio le dieron como premio de consolación la dirección del Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC). Algo nunca visto. Inédito. El ISC convertido en escalón y botín político.

Aquí se asoma la mano del cabecilla de uno de los grupos políticos más nefastos de Baja California Sur (BCS), el ex gobernador y ex presidiario Narciso Agúndez, el súper asesor de Castro Cosío (gobernador de BCS), oriundo y con residencia en Los Cabos, la capital económica. El mismo que como gobernador se negó a dar continuidad a “Lunas de Octubre y desapareció los estatutos originales del ISC.

El que lleva “mano de uñas largas y negras” en el área cultural es un locutor de Promomedios California, Miguel Ángel Ojeda. Un tipo que desde hace décadas ejerce como un miembro de facto del gabinete estatal ampliado, gracias a su influencia dentro del rancho mediático y político local.

El programa “Gracias, Miguel Ángel”, una pasarela de personajes políticos con entrevistas a modo; un espacio mañanero de tres horas diarias, en el que el conductor editorializa por encargo, vende propaganda disfrazada de información, fue su plataforma de lanzamiento y su minita de oro. Un punto de inflexión se dio cuando la quiebra de Aerocalifornia, y el dueño de esa empresa huyó con el botín a Los Ángeles, abandonando a su suerte a los trabajadores y sus familias, a quienes el locutor Ojeda les negó un espacio en la radio por órdenes de su patrón, el mismo ex propietario de Aerocalifornia y también concesionario de Promomedios California.

Desde luego que me solidaricé con los trabajadores, defraudados a pesar de un laudo a su favor, y denuncié la baja estofa de la negativa del lacayo de Raúl Aréchiga Jr., su guacamaya amaestrada. Y desde aquí me agarró ojeriza, como decía mi abuela. Este perverso hombrecito tiene gente de su confianza en diferentes áreas del gobierno estatal, el Ayuntamiento, el Congreso. Y en el ámbito cultural el operador es su hermano José Guadalupe Ojeda, alias el “Pepelupe”, que fue subdirector del ISC durante los últimos dos sexenios panistas, antes de ser designado como Jefe de Asesores del Ejecutivo Estatal, el morenista Víctor Castro, que resultó ser nada menos que tío de los hermanos Ojeda Aguilar. Desde esa posición estratégica, sigue controlando el ISC, entre otras “cajas chicas”. Son bejaranistas, se llevan hasta las ligas y los clips.

Para vengarse de mis denuncias a las corruptelas de los Ojeda Bros., no hace mucho idearon un espacio radiofónico semanal en el que el invitado especial, designado por José Guadalupe, subdirector del ISC, y el director formal, Alexter Amador, guiñol de Pepelupe, era uno de los más virulentos detractores de Lunas de Octubre, y precisamente para eso les gustaba. Claro, sin derecho de réplica. Otra bajeza, como la de negarle el espacio que por Ley les corresponde a los defraudados trabajadores de Aerocalifornia.

Otro dato importante es la asfixia económica a Lunas de Octubre, que con ligeras variantes tuvo el mismo presupuesto desde su fundación en 2004 hasta 2022. Alrededor de 200 mil pesos por encuentro. Mientras que un festival de música clásica, iniciativa del exquisito  Pepelupe, administrador del presupuesto, empezaba en 2010 con 500 mil y cerraba 2015 con un millón, cifra que se le pagaba a una empresa de dudosa integridad  jurídica. El presupuesto de este magno evento se fue incrementando hasta rebasar los cinco millones. Una auditoría detectó estas irregularidades, pero para eso son las influencias.

El ISC es reflejo de lo que sucede arriba. De la decadencia política, moral y cultural de la clase gobernante; de la involución autoritaria que pretende el pensamiento único. Pero le diría a los más jóvenes, que mi experiencia como fundador y mantenedor de Lunas de Octubre ha sido muy enriquecedora. Un encuentro literario que nació asediado y permaneció 20 años a contracorriente de los designios del poder político de diferentes colores partidarios. Desde que se anunció como proyecto, fue vituperado por los más conspicuos talentos literarios locales. Se le hizo el vacío.

La víspera  del primer encuentro, en 2004, el director del ISC, Alfonso Gavito, gente de los Ojeda Aguilar, renunció para irse a la campaña por la gubernatura de Narciso Agúndez.

Pero Leonel Cota, el gobernador perredista, llegó puntual a la cita inaugural, el único evento cultural al que asistiría en todo su periodo. Llevó mucha gente, que se disipó al retirarse el gobernador. Nos quedamos solos. Encuentro de escritores para escritores. Y así la libramos.

Al año siguiente, el nuevo gobernador nos negó apoyo, y tuvimos que recurrir al alcalde de La Paz, Víctor Castro, que aceptó entrarle al rescate. Un día antes del inicio de las Lunas 2005, el director de Cultura municipal, José Ángel Borrego, actual subdirector del ISC, me avisó que no había conseguido auditorio o salón para el encuentro. Imposible suspenderlo, ya habían empezado a llegar los escritores. Le tuve que suplicar a la gerencia del Hotel Perla que nos alquilara el salón Madreperla. También fallaron otros detalles, como la reservación y pago de habitaciones y alimentos, transporte al aeropuerto. Parecía una emboscada. Una trampa para reventar Lunas. Pero resistimos. Pagamos lo que se tuvo que pagar con nuestros propios recursos.

Cuando años más tarde, de vuelta al  ISC, Lunas se trasladó a Los Cabos. Solicité a la dirección de Vinculación, un apoyo para la gasolina, pues me había comprometido con un grupo de escritores de ir por ellos al aeropuerto de San José. El director, Juan Cuauhtémoc Murillo, me respondió que tenía órdenes superiores de no darme ningún tipo de apoyo, como me lo había dicho la propia directora del ISC, Elsa de la Paz, cuando me pidieron que renunciara al Premio Estatal de Novela 2008, porque el gobernador Agúndez no quería verme en la ceremonia de premiación.

“Si renuncias, te quedas con el dinero; incluso podría ser más si tú quieres”, me dijo ante varios testigos, entre ellos el asesor jurídico, que me acusaba de autoplagio, un mero pretexto. No pude ir a recoger a mis amigos escritores al aeropuerto de Los Cabos, y llegué directo a la inauguración.

Allí me encontré con ellos, que venían llegando muy contrariados, pues habían tenido que pagar un transporte carísimo. Eso me estaban contando, cuando entró a la biblioteca Amelia  Wilkes, el señor Murillo, bien bañadito, con ropa de estreno. “Reclámenle a él”, les dije, señalando al relumbroso funcionario. Se puso tan nervioso cuando nos vio, que al sacar la billetera, atascada de billetes de alta denominación, se le cayeron varios al suelo. Los recogí y se los puse en la bolsa de la camisa. “Si quieres, quédate con ellos”, alcanzó a decir balbuceante.

Luego pude comprobar que este sujeto se embolsaba 28 mil pesos bajo el rubro de “gastos a comprobar”, un rubro administrativo ya descontinuado por tramposo, por un fin de semana con todo pagado, a cuenta de Lunas, en Los Cabos. El “Conde”, como le apodaban en sus tiempos de normalista, se hospedaba en hoteles de 4 o 5 estrellas, mientras al poetariado lo dejaban en moteles de paso.

La poesía es la forma más radical de la libertad de expresión, y por tanto, veneno puro para quienes delirantes se asumen como la encarnación del pueblo, la nación, la patria. Veneno puro para los falsos mesías y sus comparsas.

Atentamente,

Edmundo Lizardi, escritor.

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