“Los campesinos agraristas socialistas durangueños intervienen en la gestación de una Revolución Comunista con el infructuoso fin de lograr la instauración de los soviets durangueños, adoptando el modelo de la Unión Soviética y la simbología de la estrella roja de cinco puntas, con la hoz y el martillo…”.
-Antonio Avitia Hernández, El Caudillo Sagrado.
Más grande que la Isla de Cuba, y un poco menor al territorio de Nicaragua; Durango, México, fue donde se levantaron por primera vez los Cristeros en septiembre de 1926, cuna de la mayor cantidad de corridos de la persecución o Cristiada. “¡Madre mía de Guadalupe, por tu religión, me van a matar!”.
La gente del Bajío y de Los Altos, creen equivocadamente que la Cristera -como dicen los de San Julián, Jalisco- ocurrió nomás allá. Las Bi-Bi (Brigada Invisible, Brigada Invencible), eran mujeres que viajaban forradas de armas y municiones en camiones o ferrocarril; las proveían los cristeros de California. Las Bi-Bi eran mujeres discretas, adoctrinadas y bajo la protección de la francesa santa Juana de Arco.
Camino a San Diego por el pueblito de Tecatito (o Tecate, California), hay un poblado con su original oficina de correos, Dulzura, donde en la primer rebelión cristera, fue desarmado y detenido un contingente grande que viajaba de Chula Vista a liberar el templo del Sagrado Corazón de Jesús de Mexicali, fundado por los padres italianos Juan Rossi y César Castaldi, del Seminario de Misiones extranjeras de Roma (San Pedro y San Pablo); expulsados finalmente por el gobernador del Distrito Norte, Abelardo L. Rodríguez, cuya hermana fundara las misioneras franciscanas de Nuestra Señora de la Paz, en Tijuana.
Rodríguez moriría en santa paz, gracias a los oficios y oraciones del primer obispo de Tijuana, don Alfredo Galindo y Mendoza.
La Cristera o Cristiada, se extendió a todo México. En lugares como Durango dio como fruto al menos cinco santos: Mateo Correa Magallanes, sacerdote (catedral de Durango) y los mártires de Chalchihuites, a 50 kilómetros de Sombrerete; el padre Luis Bátis y los jóvenes acejotaemeros (ACJM), Manuel Morales, David Roldán y Salvador Lara.
Siglos antes de la persecución de 1926, se tiene la memoria de los Mártires de los Tepehuanes: jesuitas sacrificados en las misiones duranguenses en el siglo XVII.
De 38 poblados o municipios en Durango, sólo en cuatro o cinco, como en Tepehuanes y Santiago Papasquiaro, hubo Cristera.
Y más allá de las cuestiones materiales, se trató de motivaciones culturales el origen de dos rebeliones: la de 1926, y la segunda de 1934. Enajenados, los agraristas socialistas, queriendo despojar a los sierreños de sus tierras, les sucedió como a la buena gente alteña de Jalisco. “Aquí somos gente de paz, y si quieren más, pues vengan por más”. Nunca pudieron los agraristas contra los cristeros de todo el país; de no ser por la traición gubernamental que engañó a parte de la jerarquía eclesiástica, para que depusieran las armas, y luego traicionar a quienes deponían las armas por obediencia al Papa y a la Iglesia.
Por eso quizá hubo dos rebeliones marcadas: entre 1926-29; y la de 1934, que en el caso de algunos pueblos de Durango se extendió hasta 1941.
A casi un siglo de La Cristiada, apenas está apareciendo la literatura y la historiografía proveniente de corridos, fotografías originales, periódicos cristeros como David, órgano oficial del Ejército Libertador Cristero de Durango.
Hay casos admirables como en Sonora, que pese a ser gobernado por Rodolfo Elías Calles (hermano de don Plutarco), en Granados y Huásabas, el responsable de la plaza militar era don José Noriega Calles, sobrino del Presidente mexicano. Don José arriesgando su vida, le salvó la vida en Los Ciriales (Bacadéhuachi), al primer arzobispo de Hermosillo, don Juan Navarrete y Guerrero, humilde pastor a quien distinguía la pobreza evangélica, hasta hoy admirado y en proceso de canonización.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali.
Correo: saeta87@gmail.com