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lunes, septiembre 30, 2024
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Presentó Rosina Conde poemario en la Feria del Libro de Tijuana

La poeta, narradora y editora Rosina Conde presentó en la Feria del Libro de Tijuana su más reciente poemario titulado “Que es un soplo la vida”, editado este año en la Colección Ojo de Agua que dirige Jorge Ortega en CETYS Universidad.

Acompañada por el poeta, ensayista y editor Jorge Ortega y la poeta Ruth Vargas Leyva, Rosina Conde regresó a Tijuana para participar en la XXXVIII Feria del Libro de Tijuana que se realizó del 7 al 16 de julio en las instalaciones del Centro Cultural Tijuana (CECUT), bajo la organización de la Unión de Librerías de Tijuana.

En “Que es un soplo la vida”, Rosina Conde (Mexicali, 1954) reúne una serie de elegías escritas entre 1989 y 2022, dedicadas in memoriam a seres queridos, como su papá Jorge Guillermo Conde Otáñez y su madre Laura Mabel Zambada Valdez, así como amigos, artistas o escritores entrañables, como Daniel Sada, Federico Campbell, Felipe Ehrenberg, José Dimayuga, Luis Zapata, Francesca Gargallo, Xhevdet Bajraj y David Huerta, además de algunos “Poemas por Ciudad Juárez”.

“‘Que es un soplo la vida’ es un poemario de ausencias. Una despedida en ocasiones festiva que nos recuerda la Danza de la muerte en la Edad Media, un discurso alrededor de la idea de la muerte como una compañera constante en la vida, que el hombre medieval representa en forma popular, amistosa e hilarante ante el reconocimiento de que todos hemos de morir”, expresó la poeta Rosina Conde.

A continuación, ZETA comparte el texto íntegro de por Ruth Vargas Leyva, previa autorización de la autora, sobre el poemario “Que es un soplo la vida” de Rosina Conde, mismo que leyó el domingo 16 de julio de 2023 en la Sala Federico Campbell del Centro Cultural Tijuana (CECUT), durante la XXXVIII Feria del Libro de Tijuana.

Foto: Ramón T. Blanco Villalón

“Que es un soplo la vida”

Por Ruth Vargas Leyva

Desde “Coplas a la muerte de su padre”, 1477, hasta 2022, se puede encontrar una vasta literatura de duelo, de orfandad, de pérdida en novelas y poemarios. Pocos escritores se han sustraído al tema de la muerte. ¿Cómo el dolor se convierte en literatura? La expresión literaria acompaña el dolor haciéndolo soportable. No disminuye el dolor, se establece una relación diferente con la persona ausente, sigue con nosotros y en nosotros, y quizá, nunca tan cerca. La escritura no tiene la capacidad de expresar la experiencia del dolor y de la muerte. El doliente recurre a ella con la certeza de que el lenguaje da lugar a una forma de catarsis, de sentirlos cerca, de retenerlos en un intento inútil, la escritura es el registro de la imposibilidad de decir lo inexpresable. Queda la memoria, Jean-Yves Tadié nos recuerda que ‘Nuestra verdadera tumba es la memoria de los vivos, estamos muertos verdaderamente cuando nos han olvidado’.

Si en el pasado fue ceremonia pública, duelo testimonial, llanto de plañideras, en algún momento, debido a la laicización general de la sociedad y el individualismo, la muerte ritual pierde sentido y el duelo pasa a ser algo que se vive hacia dentro, en silencio. Porque nombrar el dolor, vivir el dolor, está mal visto en nuestra época. Se enfrenta la muerte de un ser querido con una herida abierta en el pecho, con un dolor físico que es como cargar una pesada loza, y se está solo. Aunque se intente, no se puede compartir la conmoción de la pérdida. La muerte es el momento en que nos damos cuenta aturdidos, extraviados, del cuerpo sin vida. El duelo es nuestra reacción ante la pérdida, es cómo procesamos este dolor, como encontramos un nuevo significado a nuestra vida con la muerte de un ser querido; como sobrevivimos a este hecho que nos transforma. El escritor Albert Cohen lo resume en una frase: ‘Nuestros dolores son una isla desierta’. Solos, seguimos conectados con esa persona, incluso después de la muerte. Un lazo invisible nos ata.

La nostalgia del padre es el derrumbe de la certeza paterna. El reflejo de la conexión que se ha perdido, la primera, la más importante, la conexión atada a la memoria y con ello a la identidad. En Bailo a solas, Rosina Conde no danza, baila. La danza requiere de estudios, dedicación, ensayos o prácticas, el baile otorga la libertad de movimiento, una libertad que tiene su poemario.

La literatura funeral medieval encuentra en el texto  de Jorge Manrique, “Coplas a la muerte de su padre”, uno de los textos fundacionales de la lírica castellana, una de las primeras muestras, en español, de la literatura del duelo. Las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre es una de las referencias con que la autora nos introduce a Bailo a solas. Baila y la mano de su padre es la guía, aún muerto; es el lazo imposible de romper, la figura paterna que le recuerda que ‘basta ya de niñerías/ que es hora de llamar a las cosas por su nombre’. Aceptada la ausencia, baila a solas, testigo de un ceremonial, antes de que el cuerpo sea conducido al crematorio y ella reconozca su pequeñez al lado de su padre, la dimensión de su presencia, lo escandalosamente injusto de su muerte. Rosina Conde acompaña a su padre en un recorrido por los sitios, los amigos, la memoria. Conectada a él, incluso después de la muerte. Inicia con el reconocimiento del cuerpo inerte, sin el cual no existe el duelo. Un cuerpo que ha perdido el vaivén para convertirse en un oleaje que recorre la casa. Está presente que en ese cuerpo inerte hay otros cuerpos y otras voces:

“Cuando me toca el turno,

al deshojar mis claveles,

murmuro tu canción de cuna,

la misma que le cantara la madre de tu madre a tu madre,

y luego tu madre a ti, y tú a mí, y yo a mis hijos,

y te doy el beso de despedida”.

Difícil mencionar la ausencia de la madre que está presente en cada canción, en cada espacio, en cada guiso. Sigue viva, en palabras de Ana Tamarit Amieva, con el ‘extrañamiento que produce el hecho de que uno sigue viviendo, que el mundo sigue andando sin la otra persona’. Pendientes ambos de sus sombras, padre y madre permanecen unidos, dos personas y la misma persona.

Para Dylan Thomas ‘Después de la primera muerte, no existe ninguna otra’. Nos damos cuenta de nuestra propia muerte, de la frágil de existir. Por ello la marca del dolor se vuelve profunda, tan profunda que es invisible. Tan difícil de aceptar que lleva a pensar que los seres perdidos no existieron nunca, sino como una construcción de la imaginación, que sin embargo deja sus marcas en el cuerpo y en el alma. Rosina Conde continúa su ritual, baila a solas cuando expresa el duelo por Carlos, Daniel Sada, Federico Campbell, Felipe Ehrenberg, a José Dimayuga y Luis Zapata, a Francesca Gargallo, a Xhevdet Bajraj. Se pregunta ¿Cómo voy a vivir sin ti? Trae a la memoria los versos de Seamus Heaney: ¿De qué sirve una nota contenida o un verso contenido / al que no se puede asaltar en busca de certidumbre? Eso es lo que se pierde, la certidumbre de nuestros lazos, de nuestras conexiones con la vida que se desvanecen lentamente.

De 1993 a 2002, las pérdidas del padre y de la madre, de los amigos se instalan en la mente como la historia de quienes fuimos, de cómo fuimos, de cómo somos ahora con el peso de su presencia y de su ausencia. Un detalle, un cigarro en las falanges tatuadas de unas manos, las olas de una playa, el mes de noviembre, un blues, un café de molido italiano, un poema, nos recuerda un momento y ese momento a una persona, y esa persona a un momento irrepetible. Solo queda la pregunta: ‘¿adónde van los ausentes? / ¿Adónde van los no vivos, /esos que se me han adelantado en el camino?’.

Rosina Conde también llora por la muerte de las silenciadas. La forma de la muerte es importante. La muerte por enfermedad es la que se anuncia, se siente la presencia del ángel de la muerte. La vida arrebatada es una tragedia que se duplica con la ausencia del cuerpo, porque sin cuerpo no hay duelo. No hay un lugar donde reclinarse y llorar. Enterradas bajo la arena se hunden en el silencio. ‘No hay muerte más segura que la que llega sola, / sin que la busquen, /sin que la esperen’, sin que las secuestren a la vuelta de una esquina. Vergüenza da estar viva ante la tragedia, dice Rosina Conde en Poemas por Ciudad Juárez.

“Que es un soplo la vida” es un poemario de ausencias. Una despedida en ocasiones festiva que nos recuerda la Danza de la muerte en la Edad Media, un discurso alrededor de la idea de la muerte como una compañera constante en la vida, que el hombre medieval representa en forma popular, amistosa e hilarante ante el reconocimiento de que todos hemos de morir.  Rosina Conde vuelve en este poemario a Jorge Manrique en unos versos de “Coplas a la muerte de su padre”, el Maestre don Rodrigo, obra que postula contra la mundanidad de la vida, una aceptación serena de la muerte, tránsito a la vida eterna. Escrita a la muerte de su padre en 1476 y publicada en 1494 en Sevilla, más de 500 años nos recuerdan que en este siglo, la muerte del padre es terrible, casi imposible de aceptar por una conexión a la que nos negamos a renunciar. Wyston Hugh Auden lo expresó en su poema ‘Paren todos los relojes’: él era mi norte, mi sur, mi este y mi oeste, / mi semana de trabajo y mi descanso dominical, / mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción/’.

Poemario de duelo, la muerte de los seres queridos, padres o entrañables amigos, trae un mensaje sencillo y profundo, el de nuestra vulnerabilidad y fragilidad. El ausente habita una extraña región, entre dos mundos, más allá de la niebla. Solo queda sobrevivir, escribir como un testimonio de que mantenemos las conexiones, los lazos que no terminan. Nos queda bailar a solar con la música de un tango que nos recuerda la melancolía del acordeón y la metáfora, que da título al poemario de Rosina Conde, “Que es un soplo la vida”. Nos aferramos al recuerdo que  solo podemos  mantener con nuestra presencia en el mundo.

Autor(a)

Enrique Mendoza
Enrique Mendoza
Estudió Comunicación en UABC Campus Tijuana. Premio Estatal de Literatura 2022-2023 en Baja California en la categoría de Periodismo Cultural. Autor del libro “Poetas de frontera. Anécdotas y otros diálogos con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950”. Periodista cultural en Semanario ZETA de 2004 a la fecha.
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