Una masacre vil. Así se describe la muerte de los cinco jóvenes asesinados por militares en Nuevo Laredo, después de que se dieran a conocer los resultados de las necropsias practicadas a las víctimas y reveladas por el diario El País.
Por lo menos 30 disparos de bala recibieron los fallecidos, siendo dos los cadáveres receptores de 22 de los impactos por viajar en la cabina de la camioneta tipo pick-up, y siendo menores las heridas de quienes se hallaban en la batea de la unidad, a pesar de la versión oficial de que los militares dispararon durante la persecución.
De acuerdo con los dictámenes periciales elaborados por médicos forenses adscritos a la Fiscalía General de Justicia de Tamaulipas, el conductor de la camioneta fue el que recibió 12 de los balazos, quedando su cráneo destrozado. Además, presentaba lesiones por disparo en cuello, el tórax, ambas extremidades superiores y en las inferiores.
La necropsia practicada al joven que se hallaba en el asiento del copiloto contó 10 heridas de entrada de proyectil de arma de fuego que destrozaron el tórax posterior y ambas piernas. Otros disparos se incrustaron en pecho, abdomen y brazos de la víctima.
Describe el periodista Pablo Ferri, corresponsal en México para El País, que de entre los jóvenes que viajaban en la batea del automotor, uno de ellos recibió un solo balazo en la cabeza, a la altura de la sien izquierda con salida en la parte posterior del cráneo.
Otro de los fallecidos presentaba cinco heridas de bala, cuatro de éstas por la espalda, que tuvieron salida por la parrilla intercostal derecha, “como si el agresor hubiera disparado no directamente desde atrás, sino desde el lateral”, relata el reportero basado en lo descrito por el perito en la necropsia.
La última de las víctimas mortales recibió dos balazos, uno en el glúteo -que le perforó la pelvis- y otro más en antebrazo izquierdo.
Sólo dos jóvenes sobrevivieron al ataque de los militares, uno de ellos que resultó lesionado, y otro, ileso. De acuerdo con Alejandro P, el muchacho que no presenta heridas, los soldados los mantuvieron en el lugar por horas, sin permitir que se les asistiera por parte de personal de urgencias médicas. Este hecho hizo recordar otra ejecución sumaria registrada el 30 de marzo de 2011 en Guadalupe, Nuevo León, cuando soldados sometieron a cuatro ocupantes de una camioneta Nitro y los revisaron acostados en el suelo, después les ordenaron subir a la cabina y los militares formados los acribillaron. Los autores de la masacre fueron condenados a 37 años y seis meses de prisión.