Aquí lo más importante es el elenco, sin el cual la historia podría parecer descabellada, inverosímil, pero con actrices como Rooney Mara, Jessie Buckley, Claire Foy y Frances McDormand al frente de esta cruda historia no hay más que sumar una película hecha para recordar.
Los sucesos ocurren en una comunidad menonita en Bolivia donde las mujeres son víctimas de una violencia extrema de manos de los hombres, pero nada pueden hacer porque va en contra de su religión, a su forma de vida, vaya. Denunciar a sus agresores implica la expulsión, además de la impunidad para los abusadores.
Así que estas protagonistas tienen una gran decisión que tomar, misma que podría cambiar el futuro de la única sociedad que conocen.
El crimen es atroz. Los varones utilizan tranquilizantes para el ganado vacuno para adormecerlas y luego abusan sexualmente de ellas, las golpean. Unas quedan embarazadas, otras mueren, se suicidan. Algunas de las víctimas tienen tres años.
Entonces, tenemos aquí un diálogo largo e intenso entre estas mujeres, pero nunca hay un artificio teatral en este poderoso filme de la canadiense Sarah Polley, quien, además, adaptó la novela de Miriam Toews para hacer esta apuesta en cine.
Advertencia: esta cinta sacrifica la acción en favor de un debate oportuno cuando se piensa en las mujeres de Irán y de Afganistán con la represión más extrema como estas féminas que no podían ir a la escuela, sin embargo, aprendieron a votar y, a partir de ahí, a buscar caminos ante una injusticia.
Por tantos motivos, esta película sobria, dura, directa, provocadora, reflexiva, debe ser vista. Y con razón sobrada, fue nominada al Oscar, justo ahorita. *** y media.
Punto final. – Todo listo para la 95 entrega del Oscar.