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martes, octubre 1, 2024
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La vida de un pobre hombre

Un señor entra a una zapatería y se acerca el vendedor:

—  Buenas tardes, ¿En qué puedo ayudarle?

“Quiero unos zapatos del número 42”.

— Verá, no es por llevarle la contraria, pero a simple vista puedo ver que usted calza al menos un 46.

“Eso no me importa, yo quiero un número 42, si no, no compro nada y me voy a otra tienda”.

— Está bien.

El dependiente lleva unos zapatos del número 42; el hombre se los prueba y exclama:

“¡Perfecto! Me los llevo puestos”.

Cuando el hombre va de salida, el vendedor se da cuenta que el cliente sufre porque los zapatos le aprietan mucho. Intrigado, se acerca y pregunta:

—  Señor, disculpe, pero no me puedo quedar con la duda. ¿Cómo es que compra sus zapatos tan pequeños, si se ve que está sufriendo porque no le quedan bien?

“Le voy a contar mi historia. Mi mujer me engaña con el vecino de al lado, mi hija va a tener trillizos y no sabe quién es el padre, mi hijo reprobó hasta la materia de Educación Física, mi suegra vive con nosotros, habla hasta dormida y me culpa de todos los problemas, así que el único placer que tengo ¡es llegar a la casa y quitarme los mugrosos zapatos!”.

Autor: Un zapatero.

A la medida

Un cliente acude a la sastrería a probarse un traje hecho a medida, que ya está listo, dicen, para que se lo lleve. Situado frente al espejo de cuerpo entero, mientras el cliente se estudia detenidamente, el sastre dice:

“La verdad es que le queda a usted a toda máquina”.

Poco convencido, el cliente nota el cuello de la chaqueta ligeramente holgado hacia la derecha, entonces el sastre sugiere:

“Eso se le adaptará por sí solo en cuanto lo use un poco, podría retocárselo,  pero sería una pena porque, como le digo, el traje le queda a toda máquina. Le recomiendo que durante un par de días tuerza usted un poco el cuello y lo incline hacia ese lado, ¿ve? Hasta que se asiente la hechura. A que tengo razón… ¿Ve cómo ahora le queda a toda máquina?”.

El cliente comprueba que el sastre tiene razón y con el cuello torcido a la derecha, la chaqueta le queda  impecable. Pero de pronto observa que, en esa postura, una manga queda más corta que la otra y se lo hace notar al sastre.

“Eso también se asentará en cuanto lo use usted un par de días, bastará, de momento, con que encoja usted un poquito ese brazo  y la manga tendrá la longitud perfecta. Y no es por no retocárselo, se lo aseguro, pero sería una lástima tocar los hilvanes porque, desde luego, el traje le queda a usted a toda máquina”, dice el sastre.

Convencido por el argumento técnico, el cliente encoge el brazo y comprueba que, en efecto, si tuerce el cuello hacia la derecha encogiendo al mismo tiempo el brazo izquierdo, esa manga muestra exactamente un centímetro de puño de camisa, como debe ser. Pero también repara en que el pantalón hace una bolsa bajo la cintura, sobre la pinza de la izquierda, y se lo indica al sastre.

“Es que estamos hablando todo el tiempo de lo mismo; el traje le sienta a toda máquina, pero la lana fría de oveja virgen de Cornualles, como producto que es de altísima calidad, siempre necesita unos días para adaptarse de forma natural al cuerpo que la lleva. Esto no es tergal, caballero”, responde el sastre.

Casi avergonzado por preguntar, el cliente reclama una solución para el asunto.

Magnánimo, el sastre plantea:

“Muy fácil, fíjese. Durante ese par de días que le aconsejo, procure usted caminar con la cadera así, un poco echada para el lado izquierdo. ¿Ve lo que le digo? De ese modo no se nota bolsa ni nada. Y así también, el pantalón le queda a toda máquina”.

Tímido pero inquieto, el cliente levanta un dedo y dice:

“Permítame una observación. Si ladeo a un lado la cadera, la bolsa del pantalón desaparece; pero entonces queda una pernera más corta que la otra”.

Fruncido el ceño, cinta métrica en mano, el artista se agacha, toma la medida y se incorpora, displicente, para recomendar:

“Sólo dos centímetros. No merece la pena retocarlo porque, como digo, la lana inglesa Chaste Sheep de cuatro hilos tejida en crudo, se adapta muy bien con el uso. Bastará con que flexione usted esa rodilla y tuerza la pierna al andar. Sería una pena descoser y coser de nuevo, el tejido perdería su apresto. Y como le repito, y usted mismo puede comprobar, mírese bien ahora. El traje le queda a toda máquina”.

Convencido, adoptando simultáneamente todas las posturas sugeridas por el sastre, el cliente sale a la calle a lucir el traje nuevo. Atento a recordar cada uno de los consejos sartoriales, camina con el cuello inclinado a la derecha, el brazo izquierdo encogido, la cadera a un lado y una pierna torcida. Orgulloso de su indumento, pasa delante de un bar en cuya puerta hay dos parroquianos que se le quedan mirando. Uno de ellos dice:

– Compadre, ve qué tipo tan raro anda por ahí, fíjate en lo mal hecho que está.

“Es como un fenómeno, ¿no? Pero debe de tener un sastre estupendo, ¡porque el traje le sienta a toda máquina!”.

Autor: Aprendiz de sastre.

Autor(a)

Gabriela Olivares
Gabriela Olivares
gabriela@zeta.com
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