Un señor de edad avanzada acude a una casilla el día de las elecciones en algún municipio de México. Se acerca a un funcionario de casilla y tímidamente pregunta:
– ¿Puede decirme si mi esposa ya votó?
“¿Cómo se llama su esposa?”.
– María Rosa Pérez Castillo.
“Efectivamente ya votó. Pero… ¿ustedes no viven juntos?”.
– No. Ella murió hace 15 años, pero como en cada elección viene a votar, ¡yo quiero verla!
Autor: Incluido en el Plan B.
Gran problema de física
Llega un nuevo profesor a la universidad, trajeado y vistoso, a impartir un curso de Física Fundamental. Desde la tarima plantea a sus alumnos el siguiente problema:
“Teniendo en cuenta el volumen que ocupan ustedes -yo no, que para eso soy catedrático-, la velocidad del rayo lumínico solar, la aberración del polvo desplazado por la tiza y las vibraciones emitidas por mis cuerdas vocales, calculen la edad que tengo”.
Todos los alumnos tiemblan, excepto uno que levanta la mano y de inmediato responde:
“Cuarenta y cuatro”.
El catedrático se sorprende y pregunta:
– ¿Y cómo lo sabe?
“Muy fácil. Tengo un hermano que tiene 22 y es medio idiota”.
Autor: Un profe de Química.
Tres borrachos y un taxista
Tres borrachos salen de un bar. El primero llama un taxi y, después de unos minutos, llega. Al ver que están muy tomados, el taxista enciende y apaga su auto, para después exclamar “¡Ya llegamos!”.
El primero le paga, el segundo da las gracias y el tercero le da una bofetada.
Tras dejar abrumado al taxista, el tercer borracho le dice:
“Maneja más lento la próxima vez, ¡casi nos matas!”.
Autor: Un cuarto borracho que se fue a pie.
Zapatos de cocodrilo
Dos amigos deciden abrir una zapatería y averiguan que los mejores zapatos son los de cocodrilo.
Alquilan una barca y van a cazar cocodrilos. Después de haber cazado más de 50, uno de los amigos, muy molesto, le dice al otro:
“Si el próximo cocodrilo que cazamos no tiene zapatos, ¡se acabó la cacería!”.
Autor: Anónimo de una zapatería popular.
El granjero, el cura y el loro
Un granjero que va a la iglesia y pide al cura:
– Padre, ¿me presta su loro?
“Está bien, pero no le enseñes palabrotas”.
El granjero va andando, empieza a llover y exclama:
“Demonios, ¡cómo llueve!” … y el loro se lo queda en la mente.
El granjero pasa delante de un toro que está durmiendo y piensa en voz alta:
“Hay que jalarle la cola, a ver si se levanta”… y el loro se lo queda en la mente.
Sale un rebaño de ovejas corriendo y el granjero piensa para sí:
“Corran, cobardes, ¡corran que ya las alcanzaré!” … y el loro se lo queda en la mente.
El granjero devuelve el loro al cura.
Llega el domingo, el cura bebe vino y el loro grita:
“Demonios, ¡cómo llueve!” … y el cura se desmaya.
Después el loro sugiere:
“Hay que jalarle la cola, a ver si se levanta”… y salen las monjas corriendo.
Por último, el ave exclama:
“Corran, cobardes, ¡corran que ya las alcanzaré!”.
Autor: Especialista en aves.
El bautizo
El cura pregunta a una madre en el bautizo:
– ¿Qué nombre le va a poner al niño?
“Lunes Tormentoso”.
– Pero si eso no es un nombre…
“¿Ah no? ¿Y Plácido Domingo sí lo es?”.
Autor: Un tal Masiosare.
Voces malignas
– ¡Padre! ¡Estoy realmente asustado porque no paro de escuchar una voz maligna dándome órdenes todo el día! ¿No estaré poseído?
“No, hijo… estás casado”.
Autor: Otro casado, quién más.
Las confesiones de un cura
Un cura recién ordenado se confiesa por primera vez con su obispo:
– Dime, hijo mío. ¿Qué tal has llevado los votos durante tu primera semana?
“Verá, Eminencia. En cuanto a la pobreza, he regalado mi hábito y me visto con uno que ya había desechado, mis sandalias están rotas y llenas de agujeros, y doy la mitad de mi comida a los pobres que vienen al comedor”.
– Muy bien, hijo mío, muy bien. Continúa.
“En cuanto a la obediencia, hago cualquier cosa que me mande cualquier otro padre sin pensar si es justo o adecuado, dando gracias al Señor por tener el privilegio de obedecer”.
– Muy bien, hijo mío. Excelente, excelente.
“Finalmente, Eminencia, en esta semana la he pasado fantástico con 37 mujeronas”.
El obispo casi cae de la silla y, con ojos desorbitados, pregunta:
– ¡¿Y el voto de castidad, hijo?!
“Pero… ¿no era voto de cantidad?”.
Autor: Anónimo del Seminario.