Ni el dirigente estatal electo por pinochetazo, César Castro, ni el delegado en funciones, Ismael Burgueño, tienen credibilidad, presencia y respeto de sus compañeros para considerarlos un dirigente real
Desde 2018, Morena en Baja California carece de una cabeza con credibilidad, seriedad y presencia, que tenga la capacidad de dirigir el rumbo del partido más poderoso de México, el cual no cuenta siquiera con un edificio sede abierto a todas horas.
Como un trabajo final de estudiante universitario, el vinotinto parcha y hace malabares para cumplir a medias con las disposiciones legales definidas en el marco político-electoral. A diferencia del PAN e incluso el PRI, cuya credibilidad se encuentra por los suelos, no cuentan con estructuras ni estatutos fuertes que los dirijan como partido. Es más, no existe certidumbre de quién es el verdadero mando a seguir dentro del partido oficial.
La crisis política de Morena se da en todo el país y esto se refleja en Baja California, donde César Castro Ponce e Ismael Burgueño, son fantasmas que deambulan entre los grupos políticos desesperados por tomarse una foto que demuestre su existencia.
Políticos de papel o fantasmas, sería la forma de describirlos ante una crisis política que mantiene el partido y que se evidencia desde los gobiernos, puesto que todos han tenido que ser resueltos desde otras esferas.
Por ejemplo, el evidente conflicto entre la gobernadora Marina del Pilar Ávila Olmeda y la presidente municipal de Tijuana, Montserrat Caballero, tuvo que ser mediado por el propio Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y lo que fue un simple abrazo durante un evento oficial, llevó a una charla previa entre ambas representantes que al menos representaron un cese al fuego.
Hace dos semanas, Marina tuvo que obligar a regidores, síndico, funcionarios y a la propia alcaldesa mexicalense Norma Alicia Bustamante, a resolver sus problemas en una reunión privada en su oficina de Centro Cívico.
En el mismo sentido, se dio un cese al fuego y se regeneraron los canales de comunicación entre el síndico Héctor Israel Ceseña y el secretario Daniel Humberto Valenzuela; así como del síndico con la alcaldesa, y ésta a su vez con algunos ediles morenistas como José Ramón López Hernández.
En ambos conflictos, Castro Ponce y Burgueño brillaron por su ausencia, cuando los conflictos internos del partido deberían ser mediados por cualquiera de los dos; ninguno tiene presencia, ninguno sabe hacer política. La única justificación en sus nombramientos, es que respondían a intereses de alguien más.
De hecho, Castro Ponce ha tenido mayor interés en convencer al regidor José Ramón López Hernández de dejar el puesto, tras verse involucrado en un escándalo de corrupción al entregar apoyos sociales a sus propios asesores -que perciben entre 40 mil y 45 mil pesos- y familiares de los mismos.
No por nada, en septiembre de 2020, Morena vivió un pinochetazo en el que el oficialismo de Morena le arrebató el escaso control del partido a los autoproclamados “fundadores”, donde mediante una votación cuestionable y arrebatada, tumbaron a Rafael Figueroa como presidente del Consejo Político y desconocieron a Burgueño como delegado con funciones de presidente del partido.
Hoy, el marinismo -con apoyo de la corriente afín al dirigente nacional de Morena, Mario Delgado- pretende imponerse ante los grupos de jóvenes, los “fundadores” y el bonillismo.