Sin registros oficiales, huérfanos por la violencia permanecen invisibles. Según el Movimiento Nacional por Nuestros Desaparecidos, serían 40-45 mil hijos de desaparecidos; unos 120 mil huérfanos de personas asesinadas
Desplazamiento, atraso escolar, depresión, insomnio y pesadillas, son sólo algunos de los efectos colaterales que viven los huérfanos de la violencia en México, víctimas secundarias, invisibles para la sociedad, resultantes de homicidios, feminicidios, suicidios y desaparición de uno o de sus dos padres. Una masa sin identidad incuantificable porque no existen registros ni estadísticas sobre este severo fenómeno.
El investigador universitario Humberto Darwin Franco Migues estima, por datos que conoce de organismos de la sociedad civil, que por lo menos 40 mil niñas y niños quedaron huérfanos por la desaparición de alguno de sus progenitores, mientras que habrá, por lo menos, otros 100 mil menores en orfandad derivados de los asesinatos de personas ocurridos de la mal llamada “guerra contra el narcotráfico” iniciada en el sexenio 2006-2012 y que a la fecha continúa con fatales secuelas.
En tiempos recientes, la Red de Defensa por los Derechos Humanos de la Infancia en México (REDIM) pretendió cuantificar la orfandad producida por el crimen sin conseguirlo, pues se topó con la inexistencia de información o datos confiables en las instituciones gubernamentales, para las que esos huérfanos no cuentan ni son visibles para que reciban algún tipo de asistencia o apoyo, cuando menos que se conozca el número de quienes siguen padeciendo consecuencias de su desgracia.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 7 de cada 10 mujeres asesinadas en México, mayores de 15 años de edad, tenían cuando menos un hijo nacido vivo, pero no se tiene el mismo dato de varones privados de la vida u hombres y mujeres víctimas de una desaparición. Mucho menos se conoce el destino de esos huérfanos, cuántos y quiénes son, con quién viven o quién se hace cargo de ellos, si estudian o cuál es su presente y el pronóstico para el futuro inmediato.
Sobre estas niñas, niños y adolescentes recae el estigma social, pues por las narrativas difundidas por el Estado se señala que sus padres fueron asesinados o desaparecidos “porque en algo andaban”, trasladándose esa etiqueta a los menores, que, en caso de ser visibles, se les identifica como “hijos de delincuentes”, cuando la realidad es que los casos de sus padres no fueron investigados a fondo y quedaron en la impunidad, independientemente de la calidad que tuviesen.
Un informe reciente de Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y El Colegio de la Frontera Norte (El Colef) más enfocado al desplazamiento forzado de niñas, niños y adolescentes de diversas zonas del país hacia la frontera Noroeste, destaca que una de las afectaciones más graves en estos menores llega a catalogarse como “Trastorno de Estrés Post Traumático (TEPT) por haber presenciado eventos de violencia extrema contra familiares o se desarrolla a partir de información que escuchan de las personas adultas, que les generan más dudas que explicaciones respecto a lo que están viviendo”.
INVISIBLES
Humberto Darwin Franco Migues, profesor investigador de la Universidad de Guadalajara (UdeG), advierte que la orfandad derivada de la violencia “es una situación compleja, pero también una circunstancia que ha sido un tanto invisibilizada, digamos, por el Estado, sobre todo porque desde la creación de los mecanismos de atención a víctimas poco se ha hablado sobre un registro que nos permita saber cuántas de esas personas que fueron asesinadas o desaparecidas tenían algún tipo de dependiente directo, es decir, una hija o un hijo”.
El también periodista advierte que algunas aproximaciones que se tienen sobre el fenómeno son generadas por los propios colectivos de búsqueda, en el caso de desaparecidos.
“Voy a hablar del caso de las desapariciones, que es lo que yo conozco de mayor profundidad. La mayor parte de quienes integran un colectivo de búsqueda, del total de personas que buscan, es decir, por lo menos el 80 por ciento, tiene un hijo bajo el cuidado de las abuelas, que se dedican también a la búsqueda, por lo menos uno o dos hijos. El Movimiento Nacional por Nuestros Desaparecidos establece que, por lo menos si tomamos en consideración las cifras oficiales, hay por lo menos 100 mil personas desparecidas en nuestro país, se podría hablar que por lo menos podrían existir derivados de estas desapariciones alrededor de 40 mil y 45 mil niñas y niños que quedaron en una orfandad forzada”, asegura Darwin Franco.
El investigador de la UdeG habla de “orfandad forzada” porque finalmente estas niñas y niños no tienen a sus padres, ya que fueron desaparecidos y viven en esa circunstancia de búsqueda bajo el cuidado de las abuelas. “Es un asunto muy grave por el cual tampoco la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), ni las comisiones estatales de Atención a Víctimas, cuentan con un registro que nos permita saber cuántas niñas o niños o adolescentes quedaron en esta situación de orfandad forzada, como yo la llamo.
“Esto es solamente de personas desaparecidas, porque si multiplicamos y pensamos que en el país por lo menos, hay poco más de 320 mil personas que han sido asesinadas en el marco de la mal llamada guerra contra el crimen organizado y el narcotráfico. Organizaciones como la REDIM, hablan que debe haber por lo menos 100 mil niños que en este momento no cuentan con sus padres porque fueron víctimas de algún tipo de violencia”, agregó Franco Migues.
INOCENTES
Entre las víctimas de la violencia se encuentran policías, militares, personas involucradas en la delincuencia y muchas personas inocentes. Para el doctor Humberto Darwin no existe diferencia, pues “estamos hablando de una circunstancia, tomando en consideración que, independientemente de los hechos que pudimos nosotros saber, en caso de ser víctimas de un homicidio, de una desaparición, porque todavía se les busca con vida, las niñas y niños no son responsables de lo que ocurrió con sus padres. Sin embargo, ellos se vuelven víctimas secundarias al quedar en esta orfandad, sobre todo porque el Estado no tiene la capacidad para atender las consecuencias derivadas de las desapariciones, homicidios o feminicidios. Es una circunstancia que, insisto, ha quedado invisibilizada, en primer lugar, porque es un tema difícil de hablar, pero también valdría la pena echarle una mirada sobre todo por estas niñas y niños que van a ir creciendo y tomando conciencia”, refirió el entrevistado.
En su experiencia con los familiares que buscan a una persona desaparecida, al académico le tocó conocer a niños “que cuando empezaron la búsqueda de sus padres tenían 5 años y ahorita tienen15 o 16, ya son adolescentes. Algunos, incluso, ya son mayores de edad y crecieron bajo una circunstancia difícil que requería de un acompañamiento muy importante. Ahora ellas y ellos son quienes encabezan las búsquedas, que se vuelven en ese relevo generacional de las abuelas, que siguen buscando, pero ahora son esos huérfanos de la violencia quienes encabezan esos procesos de búsqueda en vida o en muerte de sus seres queridos”.
Además de su pérdida, un aspecto lamentable de estos menores es que crecen sin el acompañamiento profesional que les permita no sólo solventar una ausencia en caso de desaparición o un proceso de duelo, si alguno de los padres fue asesinado. “Esta parte del acompañamiento psicoemocional, aunque existan las instituciones o las instancias de Atención a Víctimas, y las propias fiscalías están obligadas por Ley a ofrecer esos acompañamientos psicoemocionales. La violencia es tan grande que ninguna figura institucional del país tiene la capacidad para atender a este número de personas”, subrayó el especialista.
Darwin Franco insiste en que organizaciones como REDIM han hecho un esfuerzo sistemático por conjuntar a las menores víctimas, y destaca que “los propios colectivos de búsqueda son espacios de encuentro, de acuerpamiento, de cobijo, donde unas madres han enseñado a otras a saber cómo les pueden decir a los hijos de los desparecidos que hay una ausencia, y poco a poco esos niños se van volviendo con una presencia activa en las marchas. Esto nos debe ayudar también a buscar los procesos para que se les pueda atender”.
Sobre el estigma social que pesa sobre los huérfanos de la violencia, el catedrático expresó que es un colofón de la desgracia, ya que ese señalamiento “hace que tengamos menos relaciones solidarias con las personas desaparecidas o asesinadas, así también para los menores pensando que son criminales, cuando no lo son. Finalmente, si yo cometí un delito y me desaparecen, entonces soy víctima de desaparición. Por lo tanto, se me debe buscar, igual que a las otras personas, y en el momento en que se me encuentre, tendré que ser investigado, ¿no?, si así se determina. Los hijos no son culpables de nada”.
BETO NO VOLVIÓ
Fabrizio tenía 4 años de edad cuando su padre se fue de la casa en la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Literalmente fue abandonado junto con sus hermanos Heriberto, de 7 años y Martha, de apenas un año de nacida. Su madre, Isaura, sacó adelante a sus hijos gracias a su profesión de contadora y no permitió que trabajaran para que no cargaran con un peso que no les correspondía.
Al cumplir 18 años, en 2016, “Beto” -el mayor- se fue de vacaciones con unos conocidos de él a Puerto Vallarta, Jalisco. Era 25 de marzo, recuerda Fabrizio, que para entonces ya tenía 15 años, cuando su hermano avisó por teléfono a su madre que en vez de la corrida de las 21:00 horas, abordaría la de las 22:00, y en tanto hacía tiempo, iría a una tienda de conveniencia cerca de la central de autobuses para comprar algunas cosas.
Heriberto nunca volvió. Se perdió la comunicación con él. Las personas con las que viajó no fueron identificadas. La vida de Isaura y de sus hijos se trastornó. Marthita, quien tenía 12 años, no ha dejado de llorar en las noches. Al principio lo hacía pegada a la ventana que da a la calle, siempre con la esperanza de ver a su hermano mayor, que la mimaba mucho, regresar a casa. Ahora Martha es adulta y sigue extrañando a “Beto”.
Fabrizio recuerda que veía a su madre con una fuerza enorme. “Mi ‘má trabajaba, hacía llamadas, iba a la ‘procu’, se reunía con otras señoras, estaba al pendiente de mi hermana y de mí. No se quebraba, pero yo me daba cuenta de que, cuando creía que estábamos dormidos, lloraba en su almohada. Yo también lloraba sin que lo supieran. Al día siguiente mamá era toda actividad sin denotar flaqueza. Se volvió seria, muy seria, y así enfrenta trabajo y búsqueda”, compartió.
“Mi madre no se metió a eso de las buscadoras porque sintió que nos dejaría de lado. La verdad es que cuando recibía una llamada, como muchas le llegaron, nos llevaba con ella. Le decían que habían visto a mi hermano en Tijuana, en Puerto Vallarta, en Guadalajara, y así viajamos muchas veces a recorrer calles y barrios donde supuestamente lo habían visto. Familiares nos dicen que no le busquemos, que ‘Beto’ debe estar muerto, pero nosotros lo seguiremos buscando hasta encontrarlo. Vivo o muerto”, señala Fabrizio.
Ya convertido en un hombre de 22 años, apoya económicamente al hogar y prosigue la búsqueda de su fraterno. “¿Huérfano? De mi padre no. Realmente nunca fue un padre, nunca se ocupó de nosotros. De mi madre, tampoco, porque no nos dejó abajo a pesar de su inmenso dolor. No sé si aplica, pero huérfano de mi hermano Heriberto sí nos sentimos, es una ausencia que duele en el alma, pero no vamos a desistir hasta encontrarlo. Más bien somos huérfanos del gobierno que no investiga ni hace nada”, finalizó.