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martes, abril 23, 2024
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Una guerra de no existe

Contra una ideología no hay argumentos, pero quedarnos callados nos hace cómplices. Cómplices, por ejemplo, de esta multitudinaria manifestación vandálica rayana en el absurdo.

Ciertamente, una ideología tan absurda como el feminismo radical no podría sostenerse sin la complicidad de las instituciones del Estado: la policía salvaguardando el vandalismo, por ejemplo, o el CECUT declarando a través de su vocero: “Los grafitis de denuncia que hoy se pueden apreciar [sic] en los sitios mencionados, representan para el CECUT un anhelo genuino de justicia por parte de la sociedad y una muestra de descontento social”.


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Los medios de comunicación, cerrando la pinza, por su parte nos saturan con declaraciones y entrevistas que se autoasumen de “denuncia” contra la violencia a las mujeres. Denuncia de un problema social que no existe. ¿O es que los hombres vamos por las calles sistemáticamente violando y matando mujeres? Extrapolar casos de asesinatos de mujeres, por muchos que estos sean (no debiera haber ninguno), a todo un género, más que una desproporción es ideología pura.

Y mientras el Estado y los medios le arman el tinglado al feminismo radical de esta manera, la sociedad calla, como callaban los súbditos de aquel cuento:

Había una vez un rey engañado por dos sastres astutos. Le habían hecho creer que con las joyas que aportara al proyecto lo vestirían con ropas soberanamente regias, pero invisibles a la vista de los tontos. Ante la estupefacción disimulada de los súbditos (que no querían pasar por tontos), el monarca desfilaba en su “traje nuevo” cuando un niño gritó: “¡El emperador va desnudo!”.


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Los sastres astutos del cuento de hoy, hábilmente confeccionan para nosotros la ilusión de que la opinión pública es sinónimo de la opinión publicada, y no es así. Si la sociedad calla, su opinión no será por su afinidad con ese discurso -que sí es de odio-, y que destila el feminismo actual, propalado desde los medios y auspiciado por el Estado, sino porque está amordazada por el bozal de la “corrección” política. Callamos por pensar diferente (hombres y mujeres) para no sentirnos señalados de “intolerantes” (tontos), siguiendo con la analogía. Pero ya nos iremos armando de valor.

Los sastres del cuento de Hans Christian Andersen no pasaban de ser unos pillos para robarle al rey las ricas joyas con que confeccionaron su traje. Pero estos pillos de hoy llevan su engaño a la perversidad de enfrentar a un sexo contra el otro, inventando una guerra que no existe.

 

Atentamente:

Alfredo Ortega Trillo.

Tijuana, B.C.

Correo: alfredotrillo@gmail.com

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