Inevitable escuchar a Boric y la herencia de Allende. A mucho nos hermana los estragos del coronavirus, las protestas y un presidente de 35 años exponentes de la crisis de un Chile en transformación, demandante; mayoritariamente contrario al neoliberalismo ilusionista, demagogo, mentiroso, que privatizó bienes públicos como si fueran primer mundo y los marginados fueran prioridad de un Estado de bienestar europeo.
Escuchando a Gabriel Boric, vemos una etapa democrática que frena a la ultraderecha. Chile hace historia. La victoria del candidato de la izquierda, con el 55,87% del voto, supuso un triunfo de vanguardia en un momento de crisis. Las inyecciones de miedo del pinochetista José Antonio Kast (44,13%) facilitó que se impusiera que Chile, para salir de la encrucijada, apuesta por una transformación a fondo. Boric necesitará del Parlamento como de la movilización del espectro de partidos y organizaciones civiles. Chile debe ganar; es el objetivo, desde los democristianos hasta la izquierda radical.
Castigados por la pandemia y la desigualdad (mayor de la mexicana), el desastroso mandato de Sebastián Piñera destruyó la confianza social. Con este horizonte, cabía la posibilidad de que los comicios presidenciales derivaran en rompimiento social y retornaran políticas criminales tipo Pinochet. La victoria de Boric, de casi el 56%, aleja el peligro. ¿Pero y el ejército torturador golpista?
Del joven líder estudiantil, fabricado en las protestas de 2011 y 2019, su programa e ideario, conecta con la juventud, responde a las demandas sociales de amplios sectores ajenos a los beneficios del crecimiento económico por décadas.
Boric elevará la presión fiscal a los muy ricos y ampliara la educación, la sanidad pública, aplicando su capacidad mostrada en campaña para conciliar y sumar simpatías de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet y apoyarse en sectores moderados.
Boric arrasó entre los menores de 30 años, y entre mujeres y barrios empobrecidos. Construyó una base mucho más amplia que cualquiera de los partidos de apoyo. Ese logro es relevante y clave en su gobierno y en su relación con el intenso proceso de cambios que vive Chile para reformular de fondo su Constitución. Boric retoma el cambio climático y una comunicación horizontal que se proyectará internacionalmente.
Brasil y Colombia, celebran elecciones presidenciales en 2022. El triunfo Chileno invita a que la izquierda renueve estrategias y lenguaje, muestre atractivo ideológico y reconecte con los jóvenes. Santiago de Chile vivió explosiones de alegría. Cientos de miles de personas celebraron la llegada de la izquierda a La Moneda que resucita a Salvador Allende, Boric ganó con 4,6 millones de votos, casi un millón más que la derecha de Kast.
En su discurso postelectoral dijo: “Estamos ante un giro histórico que aprovechar. Este será un Gobierno con los pies en la calle, las decisiones no se tomarán en 4 paredes”.
Las familias ondeaban banderas de Chile, de la comunidad LGTBIQ+, de los mapuches y con el lema “Boric presidente”. Había familias, mayores y muchísimos jóvenes. El vencedor tendió la mano a Kast (quien le dio su respaldo), al que convocó a construir puentes y vivir mejor. Advirtió que los motivos del estallido social de 2019 siguen vivos; y que economía chilena tiene pies de barro porque olvida a los necesitados; y las mujeres serán protagonistas del nuevo Gobierno.
Friedman en Valparaíso (1975) abogó por el mercado, la reducción del gasto público y el oligopolio, aun con terror político: el programa de la dictadura, como en México, enriquece a élites y empobrece congelando salarios y desatando la inflación. Friedman arquitecto del liberalismo ultra en Latinoamérica, hizo eco en el PRI salinista desde 1982; no recetaron calmantes sino la amputación radical. Consagró a Chile como engañoso y falso referente de “bienestar y progreso”. Sin derechos humanos, el simbólico y raquítico asistencialismo de Estado y crecimiento de rencor de clase.
Boric renegociará la salvaje privatización de la educación, salud, pensiones y excesos del mercado, y no podrá conseguirlo sin estabilidad social y sin seducir a las élites y financieros adictos a crecientes ganancias.
Es difícil la redistribución del poder político y de poder de compra, porque los emporios políticos, económicos y militares son profundamente egoístas ante la ausencia de oportunidades y sufrimiento de marginados. Si la inequidad en la distribución de riqueza no se remedia con consensos, acabará incendiando las delgadas clases medias, rescatadas recientemente de la pobreza.
A Chile y México los hermana la desigualdad y elites de rapiña, pero en Chile es mayor el abismo entre ricos y pobres.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
Correo electrónico: profe.hector.itt@gmail.com