“No lo sé”. Tal respuesta es la primera constante cuando nos enfrentamos ante lo desconocido, lo olvidado o mal aprendido. ¿Cuántas crisis se han visto “resueltas” o incrementadas ante la pregunta cuya respuesta no sabemos?
A veces, no saber algo pareciera la mejor opción ante la realidad en que vivimos. Tras un año y medio de pandemia, en este instante donde el calentamiento global, las guerras, administraciones gubernamentales deficientes y el bombardeo informativo nos saturan de datos, el desconocimiento pareciera el escudo con el cual protegeremos nuestra fragilidad.
En 2006 se publicó Guerra Mundial Z: Una historia oral de la guerra zombie, por el estadounidense Max Brooks. En ella, el mundo entero se unió para enfrentar y aniquilar al enemigo “total”: al ejército de zombies en que se estaba convirtiendo la población. ¿Pero quién fue el mayor enemigo? La ignorancia, el desconocimiento.
“Las mentiras de nuestro gobierno antes de la guerra, las que se suponía debían mantenernos felices e ignorantes, esas nos quemaron, porque no nos dejaron hacer lo que debía hacerse. Sin embargo, […], todo el mundo estaba haciendo todo lo humanamente posible por sobrevivir. Las mentiras del pasado se habían desvanecido, y la verdad estaba por todos lados, cojeando en las calles, entrando por las puertas, lanzándose a sus cuellos. La verdad era que, sin importar lo que hiciéramos, la mayoría de nosotros, quizá todos, no alcanzaríamos a vivir para ver el futuro. La verdad era que quizá enfrentábamos el final de nuestra especie, y esa fría verdad estaba congelando hasta morir a más de cien personas cada noche. Necesitaban algo para mantenerse tibios”. (Brooks 2006: 120)
Desde que en 2013 vi la adaptación cinematográfica de la mencionada novela, se volvió tradición su relectura al menos una vez cada año y, sin querer, reflexionar al respecto (como, por ejemplo, que si sobreviviera a una persecución, sin duda me volvería una F-6, clasificación otorgada a quienes no poseeríamos una vocación útil en una guerra zombie).
Este 2021, en lugar de tener pesadillas involuntarias con escenarios de persecución o de pausar el libro cuando llegaba la noche, me puse triste. Una congoja sinigual me llegó en diferentes capítulos al confirmar tantos paralelismos entre esta historia “irreal” y la realidad que llevamos tras 25 meses desde que aquel médico sonara las alarmas en Wuhan; o la realidad de la crisis climática revelada a mediados del siglo pasado; e incluso la realidad local de la gentrificación, los ambientalistas asesinados, los feminicidios… Y así otros ejemplos.
En el universo literario de Brooks, uno de sus personajes concluye que somos zombies en potencia. Quizá lo somos, esperando la mordida que destruya nuestros cuerpos y nos convierta en simples seguidores de la mentira de nuestra supervivencia. Porque si bien es cierto que se han tomado acciones para mantener la salud y el equilibrio de nuestro ecosistema, también es cierto que las mismas se han venido rebobinando, como un eco de las acciones tempranas que pudimos haber tomado para prevenir tantas catástrofes.
No necesitamos leer una novela de terror para saber que ya nos encontramos con un pie en el apocalipsis. La fría verdad está frente a nosotros, en la infinidad de noticias a las que a diario tenemos acceso: noticias, sucesos o acontecimientos a los que, frente a la pregunta de cómo resolverlos, es más sencillo responderles un “no lo sé”. Sin embargo, a veces, no saber algo es la oportunidad perfecta para no ocultarse, para salvarnos del “Gran Pánico” que es vivir en la actualidad.
Así, muchos seguimos confiando en que eventualmente despertaremos en un mundo mejor. Y hacemos lo humanamente posible por vivir. “Existe un nombre para esa clase de mentiras: Esperanza”; una esperanza acompañada de la necesidad de pasar a la acción y salvar el legado para futuras generaciones, confirmando que podemos evitar un futuro zombie.
Atentamente,
Andrea López González.
Tijuana, B.C.