El célebre cineasta Felipe Cazals murió el sábado 16 de octubre de 2021, a la edad de 84 años, a causa de un cáncer de esófago. Aunque nació en Guéthary, Francia, el 27 de junio de 1937, un mes después fue registrado en México, el 28 de julio de ese año.
Siempre generoso y dispuesto al diálogo, Cazals concedió extensas entrevistas a ZETA, ya sea en Mérida, Tijuana o vía telefónica, en las cuales reveló cómo inició su trayectoria filmando cortometrajes en 1965 sobre Leonora Carrington, León Felipe y Alfonso Reyes; confesó cómo fue que empezó a hacer un cine testimonial, compartió su postura sobre la industria del cine en México y su fuerte crítica contra el duopolio Cinépolis-Cinemex.
Después de estudiar en Institut d’Hautes Etudes Cinematographiques (IDHEC) de París, Cazals empezó a filmar cortometrajes en 1965, como “Que se callen”, “Leonora Carrington, el sortilegio irónico”, “La otra guerra” y “Alfonso Reyes”, fue entonces que inició su relación con el arte.
“Manuel Michel, cineasta a su propia vez, era el productor de un programita que se llamaba ‘La hora de Bellas Artes’, y ahí había que hacer unos breves cortos sobre pintores, escritores, artistas diversos. Entre los que me asignaron estaba el de Mariana Alcoforado, el de Alfonso Reyes, el de Leonora Carrington, el del poeta León Felipe, y ésta es la razón por la que acabé haciendo esos pequeños cortos”, confesaría a ZETA.
En la década de los 70, Cazals tenía la opción de hacer documentales o cine de comedia, pero apostó por hacer un cine testimonial, de ficción, que inició básicamente con “Emiliano Zapata” (1970), “El jardín de la tía Isabel” (1971) y, por supuesto, su célebre trilogía cinematográfica integrada por “Canoa” (1975), con la que ganó el Oso de Plata a Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 1976, “El apando” (1975) y “Las Poquianchis” (1976); además de “El año de la peste” (1979).
“Cuando comenzamos a filmar en mi generación, la de los años 70 del siglo pasado, nuestra decisión era abordar el cine nacional como un testimonio, es decir, no podíamos distanciarnos de la realidad en la cual vivíamos, nos parecía que hacer un documental meramente de denuncia no era suficiente, había que hacer dentro de la ficción un testimonio de lo que estaba aconteciendo en México en esos años”, revelaría el cineasta a este Semanario.
Le siguieron después películas como “El tres de copas” (1986), “Las vueltas de citrillo” (2006), “Kino: la leyenda del padre negro” (1992), “Su alteza serenísima” (2000) y “El ciudadano Buelna” (2013), entre otras.
Siempre crítico, Felipe Cazals era el director indicado que había que entrevistar a la hora de hablar de la industria del cine en México:
“La industria del cine en México desapareció hace más de 20 años y, en todo caso, si vuelve a haber una industria será totalmente diferente a la que hubo antes, por fortuna. No es la cantidad la razón de ser del cine mexicano, sino la calidad. Hubo años que se hacían 130 películas al año, muchas de ellas eran innombrables y hoy afortunadamente han desaparecido de la historia y del mapa, por su razón misma de no servir absolutamente para nada. El cine mexicano sufre. Si al presidente en turno en México le gusta el cine mexicano, entonces al cine mexicano le va bien. ¡No! Lo que aquí hay que entender es que la subvención estatal debe ser obligatoria, concisa y constante, como en todos los países del mundo, independientemente del gusto, juicio, apetito o religión del mandatario y su familia”, expresó Cazals a ZETA en 2006 en Tijuana, durante el III Festival Corto Creativo organizado por la Universidad de las Californias.
En la última entrevista para este Semanario, vía telefónica, en julio de 2017, cuando cumplió 80 años, se le cuestionó cuál era el principal problema del cine mexicano; inevitablemente trajo a colación el acaparamiento de las salas de cine por parte del duopolio conformado por Cinépolis y Cinemex.
“El problema no es la distribución, el problema es la exhibición. ¡No hay espacio para el cine mexicano en sus propias pantallas!, porque la exhibición pertenece a extranjeros, específicamente al cine norteamericano. El 98.5 por ciento de las salas exhiben cine norteamericano, y el resto alguna película de otro país, y el resto alguna película mexicana. ¡Cómo va a haber industria! ¡Cómo va a haber productores!”, lamentó.
“La exhibición está en manos de un duopolio que se encarga de darle las fechas al cine mexicano que son las menos importantes y las casi siempre perdedoras, salvo si son comedias, porque saben que las comedias pues son más rentables. Hay mucho cine mexicano que merece ser estrenado, pero no ha logrado obtener del Congreso que se aplique una ley para la exhibición del cine nacional, eso es lo que urge”, dejó dicho el gran Felipe Cazals.
Y sentenciaría:
“Mientras no haya equilibrio de ley en la exhibición de las películas, no se va a poder, y eso es cuestión del Congreso, de los diputados y senadores, que deben poner un alto a la voracidad norteamericana de que cada estreno tiene mil salas para ellos; ¡es un negocio de viudas! El último que cobra es el productor”.
Finalmente, durante la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) en Mérida, en 2016, ZETA le pidió que revelara qué había sido el cine para él:
“El cine para mí fue de alguna manera el utensilio que me permitió expresar mi punto de vista crítico respecto del tiempo que me tocó vivir. Yo no creo en los creadores que no tienen una relación directa con el tiempo que les toca vivir y se hacen a un lado de esos asuntos. Yo creo que tenemos la obligación de referirnos a nuestro tiempo y de tener un punto de vista crítico al respecto”.