Todos aquellos que tenemos la fortuna de ser mamá o papá, no hay cosa que nos preocupe más que el bienestar de nuestros hijos. Durante más de un año que inició la pandemia, hemos intentado hasta donde nos sea posible protegerlos y evitar que se contagien de COVID. La suspensión de clases en su momento fue una decisión por demás acertada ante el peligro y la incertidumbre del virus.
Está próximo a iniciar el ciclo escolar (primarias, secundarias, preparatorias) y el gran debate en las familias mexicanas es la conveniencia o no de llevar a los hijos a la escuela. El Gobierno Federal, a través del Presidente Andrés Manuel López Obrador, ha dicho que “llueve, truene o relampaguee” se reiniciarán las clases presenciales. La discusión en la opinión pública no se ha hecho esperar.
Desde mi punto de vista, son dos las variantes a analizar:
En primer lugar, el tremendo daño que se está ocasionado en los niños y jóvenes en su aprendizaje y sociabilización, al no acudir a su centro escolar a obtener los conocimientos básicos bajo una supervisión adecuada. Nos guste o no, hay una tremenda desigualdad entre aquellos alumnos que asisten a escuelas públicas o privadas. El alumno que se encuentra en la modalidad pública sufre los efectos del acceso a la tecnología y se ha conformado con educación por televisión, mientras que la modalidad privada cuenta con herramientas más a su alcance, por vivir una situación económica menos comprometida.
Aun así, en cualquier modelo, los alumnos tienen debilidades relevantes, la COVID les quitó un año de vivir la experiencia en las aulas con sus compañeros y ha generado un aprendizaje mediocre en general, con secuelas que por lo pronto no alcanzamos a dimensionar.
Agregaría que la infraestructura educativa en México es pobre, y el descuido en las escuelas durante año y medio es brutal. Hay que darse una vuelta por las escuelas públicas y encontraremos un abandono preocupante. Además, los maestros fueron vacunados con CanSino Biologics, el cual ya informó la pérdida de resistencia al virus después de seis meses.
La segunda variante y la más angustiante es la salud de nuestros hijos, el encierro de los niños y algunos jóvenes es ya insostenible, pero lo cierto es que hay más dudas que certezas. Si bien, se avanza en la vacunación para mayores de 18 años, la realidad es que de esa edad para abajo todo es incertidumbre. Justificar y señalar que los niños se enferman menos no es -o al menos no para mí– motivo suficiente para enviarlos a clases presenciales. Un dato preocupante: todo lo que pasa en Estados Unidos, sucede en nuestro país dos meses después, ahora en el país del Norte los “no vacunados” y niños ocupan las camas de hospitales. No quiero imaginarme la crisis en México ante una infraestructura de salud que no resiste ante los rezagos de hoy y antaño.
Espero que en las siguientes semanas tengamos mayor información sobre el inminente regreso a clases, necesitamos respuestas y de alguna manera certidumbre. Desafortunadamente, el Gobierno Federal sigue enfrascado en pleitos políticos, incluyendo este tema cuando existe gente -me incluyo- que deseamos que nuestros hijos de alguna manera retomen su vida anterior, pero con claridad y seguridad.
Tan solo un ejemplo: ¿Alguien ha visto o escuchado un plan bien estructurado por parte de la secretaria de Educación, Delfina Gómez Álvarez?
Tengo la esperanza de que en los próximos días suceda, no es el futuro del Gobierno Federal el que está en juego como algunos aseguran, sino el futuro de lo más valioso que tenemos: nuestros hijos.
Alejandro Caso Niebla es consultor en comunicación y políticas públicas
@CasoAlejandro