De Trez en Trez
Uno.- El sábado anterior -aun con pandemia–se realizó un concierto masivo en plena Zona del Río Tijuana, para celebrar el 132 aniversario de la virtual fundación de Tijuana; y como siempre, va mi aportación para reconocer y respetar a esta mi ciudad natal, que a lo largo de estos años ha atraído a decenas de miles de migrantes provenientes de muchos estados, para convertirse en una de las ciudades más importantes del país.
No voy a exponer los antecedentes que dieron origen a esta ciudad -espero los conozcan, y si no, pues a leer- que mucha falta hace a algunos. Tijuana era en sus inicios una pequeña ciudad relativamente tranquila que empezaba a ofrecer muchas oportunidades, integrada por migrantes, trabajadores y de buena fe.
Así llegaron mis padres con mis hermanos hace casi 70 años… y ya no se fueron. Mi padre, militar destacado en El Ciprés, y mi madre con mis hermanos, en esta ciudad de la que, como familia, ya no se movieron. Orgullosamente soy nacido aquí.
Por eso, a lo largo de los años, en este espacio me he referido a los tiempos pasados de Mi Tijuana, a sus lugares importantes, a su población, a sus costumbres (mismas que con la llegada de más personas se fueron perdiendo), a sus negocios, a sus personajes, a la forma en que se vivía en mi ciudad, a la manera de hablar propia de aquí, a la costumbre de manejar salarios y precios en dólares, de llamar “el otro lado” a Estados Unidos…
Doz.- He recordado su famosa Avenida Revolución, su ambiente y sus centros nocturnos con mucha fama, como La Rue, el Sans Souci, el Mike’s, Aloha Le club, Odisea 2000, Leyva’s, el Jai Alai; el puente México antiguo que unía “la línea” con el centro de la ciudad; sus mercados locales Cali Max, Limón (antes La Luz del Día y luego Blanco, Gigante y Soriana), sus tiendas departamentales Woolworth, Macons Kress; sus cines empezando desde “el piojito” Cinelandia, hasta en Roble Dimensión 150, pasando desde luego por el Bujazán, Gran Cinema, Reforma, Variedades y Cinema Tijuana 70 y los Cinemas Gemelos I y II.
También me he referido a los tiempos en que el Flamingos, “La Casa Feliz”, presentaba artistas famosos; las tardeadas en el Centro Mutualista de Zaragoza, el Versalles; las del Salón de los Burócratas, Machu Pichu y por supuesto las del Nicte-Ha (con Imelda, mi novia de la adolescencia). He compartido recuerdos de mi niñez, adolescencia y juventud aquí en Mi Tijuana.
De las décadas anteriores en que se podía jugar todo el día en las calles de las colonias de esta ciudad, el béisbol, el básket y el futbol americano rifaban por aquellos tiempos, no así el soccer (que llegó después). En ese entonces nuestros padres nos buscaban a gritos para que nos metiéramos a la casa ya casi por la noche; ahora los menores prefieren el encierro de su habitación, “conectados”. Nosotros jugábamos al “changai”, al chinchileguas, al “stop2, a “la trais”, a los encantados, el cinturón, los colores o a las cebollitas y no podían faltar “las escondidas”.
En mi Tijuana de antes, era todo un paseo ir a Playas de Tijuana a bordo de las “burras” de la línea Azul y Blanco de J. Magallanes y Cía. Allá podías pasear por el verdadero malecón (no el de ahora) o por el Paseo Costero, jugar en el Mini Golf, subirte a las resbaladillas gigantes, esas que a muchos les costaron tremendas quemadas en la piel; otro tipo de diversión era las corridas de toros en La Monumental (a la orilla del mar, decía Joaquín Díaz Croche, El Penicilino), el centro nocturno Las Redes, el restaurant La Perla… en fin.
Trez.- Por mucho tiempo Tijuana fue una ciudad tranquila hasta donde cabe, con sus asegunes en cuanto a sus visitantes que venían -y vienen- a hacer lo que en USA no pueden hacer; con su “leyenda negra”, a la que se le dio más importancia de la debida, además de no ser exclusiva de aquí (sé de ciudades más “negras” que Mi Tijuana).
Pero llegó la década de los 70 y 80, los tiempos malos, los problemas económicos, sociales, los sismos, las devaluaciones. Y los tijuanenses tuvimos que acostumbrarnos a la “moneda nacional”, a los pesos, esos que en mi infancia y parte de la adolescencia nos negábamos a traer en los bolsillos porque pesaban mucho y no se usaban. Llegaron más personas, unas con buenas intenciones, otras no tanto, y por desgracia, llegaron también las peores: los narcos. Se fregó la paz y la tranquilidad, el respeto, la seguridad. Hasta la fecha.
Es cierto, Tijuana no es una ciudad bonita, bien planeada, con áreas verdes, y excelentes servicios públicos, tal vez el clima social que ahora prevalece no es óptimo; en efecto es uno de los más violentos en el país. Pero, es Mi Ciudad, con todo y sus desventajas, la que les ha permitido a muchos vivir mejor. El espacio es corto y los recuerdos muchos…
Felicidades a Mi Ciudad y a sus generosos habitantes, pues, quitando “los prietitos del arroz,” en su mayoría siguen siendo lo mejor.
P.D.- A los que aún hablan mal de Tijuana y la critican, los invito a regresarse a “su tierra” para que no extrañen nada. Como diría mi siempre sabia (y ahora olvidadiza nonagenaria) abuela: “Ya llevaran dos días de camino y el rastro borrado”… “Andando y meando pa’ no hacer hoyo”. Que les vaya bien.
Óscar Hernández Espinoza es egresado de la Facultad de Derecho por la UABC y es profesor de Cultura de la Legalidad y de Formación Cívica y Ética en Tijuana.
Correo: profeohe@hotmail.com