Debía traer una medalla de la Guadalupana. Ovalada y de plata. Inscrito alrededor de la imagen: “N.S.D. Guadalupe de México. A. 1804”. Un inmediato fileteado de puntos y a la orilla más grandes, como esferas medio enterradas y rodeadas por un signo casi igual al de paréntesis. Atrás, una crucecita despidiendo destellos. Luego la leyenda: “Nonfecit Taliter Omnination”. En la base, pequeña estrella seguida de adorno a medio círculo. Orillas también labradas. Mucho garigoleo. La medalla mide pulgada y media de largo. Y como es ovalada, solo una pulgada de ancho. Tiene borde fino y de oro. Octavo de pulgada en su parte más ancha.
Me imagino que su señora madre las compró para todos sus hijos y desde 1955 la traen colgada. Por eso no se la quita para nada Ramón Arellano Félix. En uno de sus viajes al Distrito Federal siguiendo el ejemplo de su mamá, fue a la Basílica y compró varias para sus compañeros: Fabián Martínez El Tiburón, Emilio Valdés Mainero, Everardo Kitty Páez, Don Jesús Labra y entre otros, los hermanos Hodoyán Palacios. Hay constancias sobre el devoto Ramón desde chamaco. Cuando compró y repartió las medallas guadalupanas, advirtió a sus amigos que trayéndola siempre les iría bien a todos. Por eso en correspondencia y cada cuando podía daba muchos billetes de limosna a la Iglesia.
A Ramón le hicieron especialmente un grueso medallón de oro. En el centro resalta una “R” formada por esmeraldas y rodeada de diamantes chiquirrines. En el anverso, la figura de un escorpión con rubíes en cola y ojos. Desde cuando pudo, compró encantado relojes Rólex. Los coleccionó. Cada uno para según momento y vestido. Solo en ocasiones especiales se le ve el que llama “presidencial”. Purititas esmeraldas y rubíes. No venían de fábrica. El se las mandó poner.
Quién sabe cuándo tuvo la superchería. Le costó mucho dinero: Consiguió las pistolas que pertenecieron a Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo y Don Ernesto “Neto” Fonseca. Los meros-meros del narco. Siempre una en su “cangurera” como señal tener el poder de aquellos hombres. Por ese detalle checa y cuadra con la pistola recogida en la balacera de Mazatlán. Cachas doradas o realmente de oro y Escudo Nacional antiguo. Es un factor, entre otros, para determinar su identidad. El arma y el medallón casi son iguales a las del museo en la Secretaría de la Defensa Nacional. Fueron confiscadas en Tijuana. Estaban en la casa habitada por Ramón en la Colonia Cacho. No tuvo tiempo para llevárselas. Escuadrones de agentes federales llegaron en secreto desde el D.F. Los envió el entonces Procurador y Dr. Jorge Carpizo. Los policías iban camino a capturarlo en 1993, cuando alguno de sus cómplices en la PGR le “dio el pitazo”. No alcanzó a llevarse mucho. Solamente sacó los billetes de la caja fuerte. Cargó con su mujer y parientes. La televisión quedó prendida. Cuando los agentes entraron a la casona estaba sin apagar un cigarrillo en el cenicero de la cocina-comedor. Ardía todavía una parrilla de la estufa. Las camas quedaron todas destendidas. Se vio como que sacaron lo más de los clósets y dejaron prendas regadas.
Pero en fin. La medalla con la Guadalupana no aparece. Tampoco el medallón con piedras preciosas, ni el Rólex. Una persona como Ramón podría cambiar de nombre, de cara y de suelo, pero imposible despojarse de medallas y reloj. En la foto del cuerpo supuestamente de Ramón y lograda por los compañeros de El Debate de Mazatlán, se ve el reloj en la muñeca izquierda. Confirma uso y costumbre.
Por esa misma razón Ramón vestía short desde chamaco. Le encantaba. De todos los protagonistas en la balacera, fue el presumiblemente Arellano único en traer tal prenda. Sobre su preferencia tengo constancias oficiales y declaraciones de sus compañeros capturados y ahora prisioneros. Nada de lo escrito aquí es invento. Está en blanco y negro. Un enorme expediente, firmado y con sellos de la PGR.
En estos casos tan delicados me pregunto cuál es la talla, marca y color del short. Hecho en dónde. También su camisola. Solamente veo en la foto de El Debate que es manga corta y con estampados a cuadros pequeños cafés o rojizos. Pero también deberíamos saber quién la elaboró. Por las etiquetas y consultando a los fabricantes se conocería hasta la zona donde la remitieron para su venta. Sería una gran pista.
Otro dato me cuadra y son sus lentes obscuros. Observando otra vez la foto del cadáver que se supone de Ramón, los tiene sobre su pecho. Lo de tales antiparras embona también una declaración de sus amigos. Le dio por usarlos desde 94 o 95 para no ser reconocido. Hay otra concordancia: Los tenis. A Ramón siempre le gustó usarlos cuando se ponía short. Pero tampoco sabemos medida, marca ni dónde fueron hechos. Me imagino, aparte de todo, el cadáver debió tener por lo menos uno o varios anillos. Nada se ha dicho.
Cuando suceden asesinatos como los de Mazatlán, particularmente hay una obligación policíaca. Identificar e interrogar a la o las personas que reclaman cadáveres. Conocer domicilio, familiares, amistades y ocupación del fallecido. Recuerdo cuando me balacearon los hombres de Ramón Arellano Félix. En el fuego cruzado murió David Corona Barrón El C.H., sicario estrella del grupo. Antes que nadie lo identificó plenamente un oficial del Ejército comisionado entonces a la PGR-Tijuana. Luego confirmó la policía de San Diego, California. También personal de la oficina antinarcóticos estadounidense DEA. Cuando la viuda se presentó a la morgue debió acreditar la relación con documentos oficiales. Estuvieron atestiguando policías y prensa. Ella no dejó ver su rostro. Lo cubrió con un velo negro. Decidió llevarse el cuerpo a Estados Unidos donde residía. Pero allá, el FBI ordenó sepultarlo y no cremarlo como querían los familiares.
Ramón Arellano Félix por lo pronto dejó de ser el hombre más buscado para convertirse en leyenda. Si vive, solamente su madre lo sabe. Tal vez esposa y hermanos. Si está muerto, hasta le hizo compañía quien fue a reclamar el cuerpo. Si existe es un secreto. Si falleció, un misterio. Vivo, causó y causará inquietud. Muerto, físicamente sí, pero espiritualmente no tendrá reposo. Si vive está “coleando” contentísimo. Si falleció, es un muerto en vida. Si no, un vivo que se hace pasar por muerto. Si lo mataron, perdí la ilusión de entrevistarlo. Si no, todavía hay esperanza.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas,
publicado por primera vez en febrero de 2002.