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viernes, febrero 16, 2024
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El cinismo del gobernador

Jaime Bonilla Valdez, el gobernador de Baja California, no tiene remedio. Por capricho cambió la sede del Gobierno del Estado en Tijuana, de la céntrica Zona del Río a la Zona Este de la ciudad. Una ubicación con poca conectividad, a la cual los usuarios tardan en llegar entre una hora y hora y media.

Aquellos con vehículo propio, han de padecer el tráfico que se genera en los caminos hacia la Zona Este, empezando por arterias principales como la Vía Rápida o el Bulevar Insurgentes, y súmele la distancia que ha de recorrer desde los lejanos estacionamientos hasta las hechizas oficinas gubernamentales.


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Quienes se trasladan en transporte público, también les lleva su tiempo. Una hora y treinta si se traslada desde la Zona del Río. Varios trasbordes de unidades de transporte y, al llegar, pocas paradas cerca del Centro de Gobierno de Bonilla.

Total, un viacrucis llegar a las bonillescas instalaciones del Gobierno del Estado de Baja California.

Pero él, abusivo como ha demostrado ser no solo para cobrar inventados pagos de agua o regalar las instalaciones que no le pertenecen a él, sino al Estado, ahora se apropió del único helicóptero que hay en la entidad para, cómodamente, trasladarse él desde el hangar del Gobierno del Estado en el Aeropuerto Internacional de Tijuana, hasta la Zona Este a su Centro de Gobierno. Lo que a un ciudadano común le toma una hora u hora y media, el ingeniero lo recorre en cuestión de ocho minutos; 30 kilómetros separan las instalaciones aeroportuarias de las oficinas gubernamentales.


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El abuso de Bonilla raya en el cinismo. No solo porque se mueve con el privilegio de un político encumbrado en el poder utilizando en su máxima expresión, sino porque incluso cuando, como gobernador electo, dijo que investigaría la compra del helicóptero que hoy es su transporte personal y fue adquirido en la administración de Francisco Vega de Lamadrid, al accidentarse dos aeronaves con las que contaba el Estado y que eran utilizadas para seguridad, rescates y emergencias. Lo cual evidentemente no hizo, y si realizó la indagación, es evidente también que fue ilegal, pues ni regresó el helicóptero, ni lo puso a la venta como el avión presidencial. Del caso ya no volvió a decir palabra alguna. No le convenía, pues.

El helicóptero, que estaba en propiedad de la Policía Estatal Preventiva y fuera adquirido cuando el secretario de Seguridad era Gerardo Sosa Olachea y la oficial Mayor Loreto Quintero, debió pasar, en la fusión de la Secretaría con la Procuraduría General de Justicia para crear la Fiscalía General del Estado, a poder de la corporación policiaca de esa institución: la Guardia Estatal de Seguridad e Investigación. Y su uso debió ser el mismo: cooperar en emergencias, en rescate de personas de siniestros o en condición de migración, y para combatir la inseguridad, el crimen y a los criminales.

Pero no, el helicóptero se lo quedó Bonilla para utilizarlo de su transporte personal. Como en su momento Roberto de la Madrid usaba el avión del Gobierno del Estado y tanto fue señalado por ello; o como el ex director de la Comisión Nacional del Agua, David Korenfeld, que tenía una flotilla de helicópteros a su servicio.

Pero Bonilla no dice ni pío. Como tampoco lo hacen quienes deberían hacerlo, la Secretaría de Honestidad, el Congreso del Estado o la propia fiscalía, pues su titular, Guillermo Ruiz Hernández, dijo que el helicóptero estaba en posesión de la Guardia Estatal, y que era esta institución la que definía los términos, condiciones y circunstancias en que el helicóptero se utilizaba.

Obviamente trasladar al gobernador del aeropuerto al Centro de Gobierno no es ni una emergencia, ni un tema de seguridad. Bonilla tiene un convoy de tres Suburban que lo pasean por todo Baja California. Pero claro, tendría que hacer una hora o una hora y media para trasladarse a la sede de su administración, lo cual también, es evidente, no quiere hacer. Pero eso sí, las Suburban lo siguen por tierra.

Mientras el gobernador gasta en el traslado por aire, sus escoltas también requieren de insumos para llegar al Centro de Gobierno, donde esperan para lo que se le ofrezca al mandatario.

Este último fin de semana, en lugar de viajar en sus camionetas como solía hacerlo cuando se trasladaba a otro municipio, el titular del Poder Ejecutivo estatal arribó a Ensenada en helicóptero, para de ahí trasladarse en el mismo modo de transporte a San Quintín, donde solamente tuvo una reunión. Una, no más. Al menos así venía determinado en su agenda. Sin embargo, Bonilla, Suburbans, guaruras y helicóptero, se quedaron a dormir en el puerto. Llegó el viernes y salió de esa ciudad el sábado por la tarde.

Acostumbrado a satisfacer sus caprichos, como cambiar la sede del gobierno que titula o apropiarse del helicóptero de seguridad, en las nuevas instalaciones en la Zona Este, en las que ahorrarían con el cambio de las oficinas estatales, Jaime Bonilla se mandó construir una terraza para departir con sus colaboradores e invitados.

Es conocida su afición por las terrazas, pues aun teniendo el Centro de Gobierno en Zona Río, prefería despachar desde la terraza de la Comisión Estatal de Servicios Públicos de Tijuana, donde aparte fuma a gusto la pipa a la que es aficionado. Y así, en un espacio oficial, donde cuelgan las fotografías de sus padres como si de héroes se tratara, también se acondicionó su terraza, Bajo esta, sus tres Suburban le esperan, y desde las mismas, sus escoltas le cuidan.

El gobernador que representa la “austeridad republicana” salió más largo que los anteriores. No solo se adjudicó un helicóptero para su uso privado, cosa que no llegaron a hacer quienes le antecedieron y que, de hecho, de haberse atrevido, habrían recibido las críticas que no le llegan a Bonilla, sino que también se construyó su terracita para disfrutar del poder unos meses más.

Lo bueno, es que nada más fueron dos años de gobierno…

Autor(a)

Adela Navarro Bello
Adela Navarro Bello
Directora general del semanario ZETA, Consejero de Artículo 19 y del CPJ para las Américas, entre otros reconocimientos, tiene el Maria Moors Cabot 2021 de la Universidad de Columbia.
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