Las madres solteras cargan en su humanidad una loza laboral, emocional y económica extraordinaria, que la sociedad y el Estado machista, los partidos y legisladores, no entienden ni atienden; irresponsable, insensible y criminalmente. Debería ser un foco de atención y prioridad social estratégica por su vulnerabilidad, pero una nube de olvido obnubila al Estado mexicano, pues millones de madres solteras trabajan en otros países para sostener a sus familias. En este hecho hay una ultra violencia concentrada que nadie siente mejor que las víctimas aún calladas.
Una mujer que tiene dos, tres o más hijos, tiene que hacerse pedazos para ser padre, madre y aportar bienes económicos y afectivos para sobrevivir. Ejemplos vivos sobran, de millones de violencia réplicas en este México violento. Si la mayoría están limitadas en su preparación académica, si no tiene habilidades más allá de la primaria o secundaria, no es fácil que encuentre un trabajo que reditué un salario que pague sus necesidades más diversas, guardería, o quién les cuide a sus hijos; más grave se torna con ausencia de redes familiares, nutrición, educación, salud, etc.
El abandono del padre-macho es absoluto, porque los miserables se fugan y la madre queda desamparada. Ella tiene que trabajar, ¿pero quién le cuida sus hijos? ¿Dónde están los niños resguardados? ¿Quién los alimenta en las 8 o 10 horas de jornada? ¿Quién los cuida de su salud, limpieza y tareas escolares? ¿Qué pasará con la dinámica e influencia de amigos y relaciones en el barrio? ¿Y ante la ausencia de un ingreso? ¿Y la falta de familiares, abuelos, tías, hermanos mayores? ¿Qué otra opción tiene más allá de dejarlos solos? Y otra vertiente grave son los abusos sexuales a pequeños, generalmente de los más cercanos.
En algunos casos extremos -pero reales- los encierran en su casa para evitar los riesgos, sin embargo ahí hay otro peligro: de que no puedan controlar internamente la seguridad y sufran un accidente de consecuencias fatales, sin vecinos, y amistades bien intencionadas que están pendientes de la seguridad de los pequeños. En el barrio hay muchas tentaciones y más de infantes que no tiene sombra protectora ni límites; no basta su intuición e instinto de conservación.
Por ello los niños y niñas, al verse sin autoridad y responsabilidad de padres, es común que deriven en cualquier cosa (genios o criminales). Es el caso de personas que se dejan al olvido, los niños se vuelven marginales e invisibles, unos verdaderos don Nadie, ante una madre abrumada por el trabajo y en la casa, y su congoja de abandono.
La madre tiene que ser muy superior en fuerzas intelectuales, sentimentales y físicas ante estas adversidades para sobrellevar la problemática. La situación de los niños en este desolado desierto afectivo es difícil por ausencia paterna que guíe, motive y ocupe constructivamente. Este vacío familiar lo paga la sociedad.
El argentino Facundo Cabral es ejemplar. El poeta, antes de ser un trovador y compositor, fue una víctima del abandono del padre, que conoció al final de un concierto a sus 46 años. Pero en su tierna infancia robó y estuvo en la cárcel a los 14 años; ya era niño alcohólico. Sara, su madre, fue abandonada por el padre, junto con seis hermanos. En la intemperie, murieron de hambre y enfermedades varios de sus hermanitos. Esto lamentablemente lo viven millones.
En la prisión lo salvó un Jesuita (Simón); lo valoró y educó y nació un cantor y filósofo con millones de seguidores, aunque el abandono le dejó una huella y herida profunda o ventura según se vea. Cabral es un caso feliz y luminoso, pero la inmensa mayoría no tienen un final igual.
Es significativo el modelo que -como cáncer- multiplica la cultura machista que juzga a las mujeres en un concepto canalla; para el macho, las mujeres son “locas”, “viejas facilonas”, “putas”, “marimachas” o “lesbianas”. Esta estructura de prejuicios justifica cualquier castigo (y a veces cosas peores); ésta es una raíz psicosocial de violencia familiar, del maltrato y feminicidio. Aún no hay políticas públicas que desmantelen este concepto social pervertido.
La partidocracia se ciega ante este ángulo de la violencia. Están paralizados frente a un sistema empantanado, corrupto e impotente de (in)justicia que no quiere atrapar a grandes o medianos criminales; menos a los millones de machos que repiten el modelo de violencia social.
M.C. Héctor Ramón González Cuéllar es académico del Instituto Tecnológico de Tijuana.
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