Empecemos por rendir reconocimiento a la mujer en este 8 de marzo, su día universal, pero hagámoslo reconociendo quién es la mujer.
La mujer es la madre que, con ilusión sin igual, nos porta en su vientre en nuestra etapa de gestación. Es quien, con sabiduría intuitiva, vela por el cuidado del neonato. Es quien nos consuela con la ternura de su caricia. Es quien nos brinda el sabio consejo. Es quien nos da formación espiritual y moral, y, ante todo, es quien nos da arraigo social.
La mujer, también es la hija que nos colma de cariño, de orgullo y atenciones; el ser tierno que motiva nuestro cuidado. La mujer es, asimismo, la hermana a la cual celamos y protegemos, la amiga de siempre. La mujer es la esposa, la compañera, la pareja, misma que abnegadamente entrega lo mejor de sí, complementando la vida del varón, brindándole la ternura, el amor y la alegría que motiva su existencia… Sin embargo, conscientes de quién es la mujer, y de saber que en la vida de todos hay una mujer, pareciera ser que únicamente nos solidarizamos con ella en tres ocasiones en el año: el día de la madre, el día de la mujer y el día de la lucha contra la violencia hacia la mujer.
Sin la mujer no habría vida, no habría estabilidad social, y nunca conoceríamos el encanto de la ternura y la pasión. Pero a pesar de todo ello, conscientes del valor supremo de la mujer, no somos capaces los varones, de reconocerle a ella el respeto y consideración igualitaria que nos brindamos entre nosotros mismos. Vemos a la mujer como un ser indigno de la semejanza, sea ello en lo social, lo laboral, o lo familiar. La naturaleza misma ha sido más benevolente con la mujer que el varón en sí, pues ha dotado al universo de mayor número de mujeres que de varones, lo que implica que quien pose mayor virtud, será predominante en número, como sucede en nuestro país, donde son 51 por ciento las mujeres, y 49 por ciento los varones.
Dada la negativa masculina en reconocer la igualdad de la mujer, así como la misoginia oficial generalizada, ello tiene que ser visto y entendido como un acto contra-natura, toda vez que por conducto de la violencia, pretendemos restar el valor de un ser semejante (sea ello en el hogar, en el trabajo, o en la vía pública).
A grandes males, grandes remedios. Para reconocer el valor de la mujer, no es necesario solo recordarla tres veces al año; se requiere de una consideración diaria de igualdad y semejanza, y la única forma en la cual se va ello a lograr, es modificando el esquema institucional de valores femeninos. Muchos de nosotros, individual y colectivamente, hemos insistido públicamente en la necesidad de crear una Procuraduría Especializada en la Protección de la Niñez y la Mujer, instancia ministerial independiente de la Fiscalía, Estatal o Federal, particularmente cuando en nuestro México, siete de cada diez mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia.
Asimismo, se tiene que luchar por la eliminación de la distinción entre homicidio de una mujer y el feminicidio, toda vez que esta perversa distinción, deja en manos del juzgador o del representante social, la tipificación del delito. Y en una sociedad donde impera la impunidad en un 98 por ciento, y donde de todos los asesinatos de mujeres, sólo el 26 por ciento han sido considerados feminicidios, se tiene y debe, por el perjuicio social que conlleva este cobarde acto, elevar el asesinato femenil, la violación y la agresión física, al rango de delito grave, y que también deje la agresión a la mujer, en cualquier modalidad, ser un delito de querella y pase a perseguirse de oficio (a manera de que un tercero pueda presentar la denuncia y no únicamente la víctima).
La agresión contra la persona, o la dignidad de la mujer, constituyen un acto de cobardía, por ello la imposición de un castigo ejemplar; por virtud del miedo a ello, llevará al cobarde a mitigar su acción.
Estamos inmersos en un proceso electoral, episodio político que nos brinda la posibilidad de elegir el día 6 de junio, a representantes populares quienes claramente se comprometan a luchar en contra de la violencia contra la niñez y la mujer. Actualmente la sociedad navega sin rumbo, pues no existe -más allá del interés personal del político en campaña- una causa social que perseguir. Hagamos de la lucha por la igualdad de la mujer y la eliminación de la violencia contra ella y la niñez, una causa común, y apoyemos a aquellos candidatos comprometidos a crear las instituciones adecuadas para tales fines, así como llevar a cabo las modificaciones legislativas que garanticen todo ello.
Cerremos filas los varones tras una causa feminista justa: y las mujeres, quienes son mayoría, rompan “el Pacto”, y apoyen a quien enarbole esta causa. Todo ello en homenaje comprometido con esa mujer que todos tenemos en nuestras vidas.
Atentamente,
Álvaro Villagrán Ochoa.
Tijuana, B.C.
CAUSA Constitucionalista Mexicana, A.C.