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viernes, febrero 16, 2024
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Prohibido tirar cadáveres

Estaban en Medellín, Colombia. No tenían nada por hacer ese día. Casi igual desde cuando, poco antes, se conocieron. De casualidad, llegaron a una colina. La carretera pegadita al lomerío. Lleno de zacatal y bien crecido gracias al clima. Muchos pedruscos. Dificultoso para bajar a zancadas. Menos resbalándose o en patasdehule. Desde ahí admiraron el inmenso caserío y edificios. Casi todo construido con puro ladrillo, muy de Colombia. A sus pies, un letrero chaparro, enmaderado, mal hecho y peor pintado: “Se prohíbe tirar cadáveres”.

Así aparece en “La Virgen de los Sicarios”, película que fue el primero libro de Fernando Vallejo. Escribió su propia historia, de cómo regresa a Colombia 30 años después. Se topa con todo cambiado. El narcotráfico abunda hasta simpar festejo. Hermosos juegos pirotécnicos en las noches y muy seguido, señal de que los paisanos metieron droga por toneladas a Estados Unidos. También le estremeció saber: la mafia estaba asesinando a muchos hombres y casi niños.


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Fernando Vallejo estaba asombrado. En medio de aquello, apareció un antiguo amigo. Lo llevó a una casona, ahí fue recibido con el regalo que más le gusta. Un muchachito de 15, 16 años: Alexis. En ese momento el novelista, homosexual, quedó maravillado. Después de su encuentro apasionado, le gustó tanto como para llevárselo a vivir con él. Poco a poco descubrió: su angelical amor era un demonio. Se fajaba la pistola con tanta naturalidad como se ponía su cachucha. Mataba por encargo o capricho, se ve en la película. Se ve cuando asesina a un taxista nada más porque sintonizó su radio a todo volumen. Otra vez iba en la calle con el escritor, reconoció por la espalda a cierto joven. Corrió para rebasarlo, se le puso enfrente. Disparó a la cara para matarlo. El escuincle correteó entre el gentío para escapar. Después explicó por qué lo tiroteó.

Todas las noches, el desafortunado tocaba la batería ruidosamente en su departamento. Calle de por medio con el que habitaba Alexis con su amante. A este señor le molestaba la tamborileada. No podía dormir, por eso lo ejecutó. En otra ocasión mató a dos jóvenes. Se le acercaron velozmente en una motocicleta, el de atrás disparándole. Querían ejecutarlo y fue al revés.

En esos casos, empleados forenses llegaban hasta donde el desafortunado inerte y sangrante. Se lo llevaban al depósito de cadáveres. La famosa morgue. Pero no sucedía cuando los ajusticiamientos eran luego de secuestro o tortura. Tiraban los cadáveres en aquel lomerío, visitado casualmente por escritor y sicario. Precisamente donde estaba el letrero de la prohibición.


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Esto de las ejecuciones jamás sucedía en Mexicali, hasta cuando de pronto aparecieron. La histórica tranquilidad fue rota por los perversos mafiosos, hombres tiroteados y sólo sus cenizas quedaron. Luego hasta ejecuciones en avenidas, calles y estacionamientos de centros comerciales notables. Otros como en Colombia: tirados entre los surcos ejidales y el mosquerío, a orillas de la carretera. Varias ocasiones, cuerpos flotando en canales de riego.

En Tijuana acostumbraban encobijar o “enteipar” ejecutados. Los tiraban en solares. Calles de humildes colonias. Avenidas. Colinas de fraccionamientos elegantes. Luego por gusto o facilidad, utilizaron afueras en San Antonio de los Buenos, camino a Rosarito. A cada rato. Luego otro despoblado cercano al nuevo hospital del Seguro Social. Y mucho en esa zona popularmente conocida como Remosa. A veces abandonaban los cadáveres encajuelados. Autos robados y estacionados en la Zona Río Tijuana o cualquier calle. Otros quedaban al descubierto, saliendo de casa o entrando. A pie o cuando manejaban su carro.

Ahora parece que fue ayer. Últimamente, jóvenes en mayoría son las víctimas. Parte notable de familias pudientes, los matan cerca o entrando a su residencia. Abandonan sus cuerpos en colinas, frente a comercios en populosas zonas. Da la impresión de que vuelve el tiempo de “narcojuniors”, como en los años ’96, ’97 y ’98, cuando fueron los más estremecedores. Entonces la fama de sicario significaba a un joven: Fabián Martínez “El Tiburón”. Era favorito del Cártel Arellano Félix. Real o fantasiosamente, se la adjudicaron muchos crímenes. Terminó suicidándose en Zapopan, Jalisco. La Policía lo acorraló sin saber quién era. Solamente que había matado a un sinaloense minutos antes. Por cierto, en el estacionamiento de moderno centro comercial. Ni siquiera identificaron su cadáver de inmediato.

En sus tiempos, “El Tiburón” vivía en Tijuana y se la pasaba en San Diego. También “El Cholo”. A Fabián nunca pudieron o quisieron encontrarlo. Igual José Briceño. En el pasado, los “narcojuniors” se mataron entre ellos por tonterías. En recientes días se repitió.

Ahora el run-run coloca en su lugar a otro joven. José Briceño, “El Cholo”. También “Cholito”. Como a Fabián, los policías y periodistas le llaman ejecutor harto peligroso. Lo peor: de jóvenes y damitas. Por lo pronto, la sospecha no llega a captura y por eso no hay pruebas ni acusación, pero “El Cholo” arremeda a los legendarios “narcojuniors”. Hasta le gusta fotografiarse en discotecas acompañado por jóvenes en docenas. Casi todos ellos de acomodadas familias. Seguramente algunos o todos, saben perfectamente bien de quién se trata. A sus padres me los imagino en tres posiciones: 1.- Lo ignorarán; 2.- Son engañados por los hijos y; 3.- Están enterados y los dejan hacer cuanto quieran.

Pues bien, utilizando el manoseado adjetivo periodístico, este fin de semana reciente fue sangriento. Y luego el inicio. Las crónicas apuntan a más ejecutados, algunos de apellidos resonantes. El mal ejemplo se desperdiga. En Agua Prieta, Sonora, hasta una familia fue tiroteada en el interior de una marisquería. Parentela muy respetada, pero hay dudas sobre los hijos. Por eso ahora es tiempo de hacer lo que no en el pasado: hablar en voz alta de este problema entre las familias pudientes. No esconderlo, tampoco ignorarlo. Una cosa es que la Procuraduría de Justicia no se enfrente al narcotráfico en todo su poderío. Vale censurarlos y exigirle efectividad. Y otra cosa es que los padres se desentiendan o solapen las malas compañías de sus hijos. Ya sucedió en Tijuana hace años. Todavía muchas parentelas respetables sienten el dolor de haber perdidos a sus hijos o verlos encarcelados. Ahora se repite. La tristeza envuelve hogares.

En “La Virgen de los Sicarios”, mataron al quinceañero Alexis. El escritor le lloró. Con todo y dolor, lo suplió por uno físicamente muy parecido, pero igualmente sicario. También se lo llevó a vivir con él y, tristemente, hemos llegado al mismo punto filmado en Medellín, Colombia. Cuando aquella pareja en amor prohibido se topa con el anuncio malhecho: “Prohibido tirar cadáveres”. Otros podrían ser colocados en varios ejidos y canales mexicalenses. O cerca de la nueva clínica segurosocialera de Tijuana. La Delegación San Antonio de los Buenos. Colinas. Remosa.

 

Tomado de la colección “Doblepana” de Jesús Blancornelas,

publicado por última vez en mayo de 2018.

Autor(a)

Jesús Blancornelas
Jesús Blancornelas
Jesús Blancornelas Jesús Blancornelas JesusBlancornelas 15 jesus@zeta.com
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