“Produce una inmensa tristeza
pensar que la naturaleza habla, mientras
el género humano no escucha”. – Víctor Hugo
ha sido un año incomparable en la historia reciente, debido a la rápida propagación de una enfermedad producida por un nuevo coronavirus que la ciencia anticipó a medida que avanza el cambio climático.
A finales de diciembre de 2019, los primeros contagios cobraron vidas en el Lejano Oriente. Mientras China, particularmente Wuhan, primer epicentro de la pandemia, implementó prontas estrategias para contener el brote, a pesar de la celebración del Año Nuevo Lunar, Occidente siguió la noticia como un asunto ajeno.
Sin embargo, en los primeros meses del año que culmina, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya anunciaba el inicio de una pandemia que causó estragos en Europa, después en Estados Unidos y finalmente en América Latina, donde gobiernos y sociedades negacionistas han facilitado la prolongación de esta enfermedad y sus aún incalculables consecuencias en la vida económica y la salud de las poblaciones.
La historia de la llamada “gripa española” de 1918 parece repetirse ahora y la memoria tiende a diluirse. En aquel entonces, el Presidente norteamericano Woodrow Wilson ocultó la verdad de la epidemia en aras del fin de la Gran Guerra. Nunca dejó de enviar tropas al Viejo Continente, las fábricas no pararon de elaborar uniformes ni armamento. El resultado fue la generación de una mortífera variante del AH1N1 que al final dejó 50 millones de muertos en el mundo.
Y ahora, como en el pasado, quienes en la primera línea del campo de batalla no fueron los gobiernos, sino los científicos poco escuchados, a veces francamente ignorados, pero siempre sirviendo como el marco de referencia para los trabajadores de la salud que por su misma vocación lo han dado todo para sacar adelante a los ya 18 millones de infectados en el mundo.
En el caso concreto de México, la pandemia ha evidenciado el abandono sistemático al Sector Salud y, quienes han estado al frente de los contagios, son los médicos, las enfermeras, los socorristas, los bomberos, pese a la falta de estrategias concisas y claras de la autoridad para contener la propagación del virus.
No es de extrañarse al ver que, en su conjunto, y aun como un protagonista abstracto, los trabajadores de la salud han sido el centro de la atención al momento de resumir lo más sobresaliente del año. En el caso de Baja California, esta mención especial es ineludible.
En México, con hospitales que cuentan las camas en cientos mientras que los enfermos se acumulan por miles, una movilidad social que si acaso disminuye momentáneamente pero nunca cesa, sin apoyos significativos de los tres niveles de gobierno a empresas, negocios en pequeño y ciudadanos en general; desprotegidos por un discurso oficial que minimiza la gravedad de esta crisis sanitaria para no comprometerse con la gente y con una comunidad aún incrédula, la lucha cuesta arriba le ha quitado la vida a quienes conscientemente y por oficio se arriesgan día tras día para salvaguardar a otros.
El reto está lejos de terminar, el futuro inmediato se vislumbra enorme y serán los profesionales de la salud quienes seguirán al frente, ante una encrucijada sanitaria que todavía plantea más dudas que respuestas. Por ahora, lo mínimo que podemos hacer es honrarlos en el presente, pues en sus manos estamos y seguiremos a lo largo del año que está por comenzar.
Quisiéramos, en el Consejo Editorial de ZETA, nombrarlos a todos. A cada médico, doctora, enfermero, rescatista, bombero, que se ha arriesgado para trasladar a pacientes COVID a un centro de salud en México, que sin tener las herramientas o insumos, ni los medicamentos necesarios, han salvado vidas. Que han conectado a personas, que han unido familias de las maneras más creativas.
Por este enorme esfuerzo que implica una entrega y sacrificio, los trabajadores del Sector Salud son, para ZETA, el Personaje del Año 2020.
Aquí algunas de sus historias.
TRABAJANDO AL LÍMITE
Desde que se presentó el primer caso de COVID-19 en Baja California, el 8 de marzo, hasta el 29 de diciembre, se han estudiado a 56 mil 989 personas, de las cuales 21 mil 476 han resultado negativas, 32 mil 373 confirmadas, 5 mil 258 han fallecido y 3 mil 140 son sospechosos, de acuerdo con cifras oficiales de la Secretaría de Salud.
De las 5 mil 258 defunciones, 3 mil 160 han sido hombres y 2 mil 098 mujeres, 711 han sido de 60 a 64 años de edad; asimismo, van 25 mil 668 pacientes recuperados en la entidad, 11 mil 997 hombres y 13 mil 671 mujeres, y la edad promedio de recuperación es de 41 años.
El área COVID del Hospital General de Tijuana tiene un promedio de seis médicos por la mañana, dos en la tarde, uno o dos por la noche, y un número similar para los fines de semana. Todos, responsables de atender hasta 50 pacientes graves, o como en los últimos días de diciembre, 160 en promedio. Otros dos especialistas cubren el área de urgencias y un par más labora en terapia intensiva.
El doctor Clemente Zúñiga Gil es un internista que atiende enfermos del área COVID del Hospital General de Tijuana, donde fue director en 2017. Tiene 54 años, padeció el contagio a finales de marzo, estuvo intubado y tardó más de una semana en recuperarse. Cuando sanó, como otros médicos y enfermeras, regresó al frente de batalla.
“Desde entonces soy el médico en el área de Medicina Interna de mayor edad, tengo 54 años, el resto son más jóvenes que yo y mis respetos, han tomado un liderazgo muy importante. Creí que iba a morir… no sabíamos bien qué pasaba- con la enfermedad-, no podía respirar, sabía que al paciente que se metía a ventilación mecánica le iba mal en todo el mundo. Aunque siempre confié que estaba en excelentes manos, agradezco muchísimo a los médicos que me atendieron”, expresó.
En Ensenada, el doctor Luis Enrique Campa Jáuregui, adscrito a la Clínica 8 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Ensenada, pasó la Navidad en casa después de 13 días intubado a casa de la COVID-19.
Con 25 años de servicio en el Instituto, Campa Jáuregui llegó a trabajar un jueves por la mañana, en buen estado, quizá con un poco de alergia, pero no logró terminar su turno.
“Nunca hubiera imaginado que pasaría los próximos 13 días en la Unidad de Cuidados Intensivos, requiriendo del apoyo del equipo técnico y humano especializado para salir adelante”, indicó.
En su caso, el coronavirus se presentó de manera súbita; al sentir cansancio inusual pidió la opinión de sus compañeros del área de Urgencias y, después de detectar anomalías en una radiografía de tórax e iniciar con problemas respiratorios, fue internado de inmediato.
Recibió la atención inicial, no obstante, 24 horas después fue sedado e intubado con un diagnóstico grave. Pero logró sobrevivir.
Fueron dos semanas de las que no tiene ningún recuerdo, sin embargo, está convencido que la experiencia, cuidado y dedicación del personal del Hospital General de Zona Número 8 le permitieron volver en sí y superar la fase más crítica de la enfermedad.
“Quiero agradecer al Instituto y a todos mis compañeros por la atención que recibí, estoy enterado de todo lo que hicieron por mí para salir adelante de esta enfermedad y de lo que aún me siguen ayudando”, manifestó.
En estas difíciles condiciones, en las que diariamente los médicos arriesgan su vida, el doctor Clemente Zúñiga reflexionó:
“Nos duele que la gente que anda afuera no piensa que mis compañeros y yo tenemos que entrar -al área COVID- y luego arriesgar a nuestras familias porque ellos andaban de pachanga. Como sociedad hemos sido irresponsables”.
El doctor Zúñiga refiere sobre el inicio de la pandemia: “Viéndolo en retrospectiva, nos tomó por sorpresa, sabíamos que venía, creíamos que estábamos preparados. En marzo que empezamos a tener los primeros pacientes, la mayoría terminamos enfermos de un virus que se conocía poco, con mucha incertidumbre, e incapacitados, mientras veías cómo tus colegas, enfermeros, enfermeras y personal del hospital empezaban aprender cómo atender la emergencia sanitaria.
“Hoy estamos con muchísimo más trabajo que al principio, pero mucho mejor preparados, pero también muy cansados, porque seguimos siendo los mismos, no hemos incrementado el número de médicos, no hemos incrementado de manera importante el número de enfermeros y enfermeras; tenemos un gran apoyo de médicos generales que se contrataron, porque entre los médicos de Medicina Interna que seguimos trabajando y estos médicos generales, hemos sacado adelante a los pacientes”.
Los médicos del Sector Salud han salvado vidas en condiciones de marginación y desabasto. La sociedad ha donado medicamentos, Equipo de Protección Personal (EPP), insumos.
Testigo de primera línea, el doctor Zúñiga lo cuenta como lo vivió: “Tenemos más problemas con un equipo de ventilación no invasiva, los equipos de alto flujo, que nos donaron una cantidad y han sido insuficientes, ya se consiguieron más. Es un problema en todos lados, porque es tanto el requerimiento que no hay insumo que alcance.
“En cuanto insumos, ahí hemos tenido muchos problemas, medicamentos han escaseado, tenemos de uno y no tenemos de otros, hay gente que cree que son intercambiables, pero no es así. Cada uno tiene su indicación, a veces hemos tenido que usar uno por otro, sí, pero por necesidad, no porque sea indicado.
“El hecho de que sean tanto los pacientes que están en ventilación mecánica, y los que no están en ventilación mecánica están con equipos que utilizan mucho oxígeno, es obvio que con todo y que el oxígeno se están constantemente recargando, la presión con que llega a los diferentes sistemas empieza a bajar y cuando cruza un límite empezamos a tener problemas depresión en los equipos. Porque el hospital no está construido para que todas las camas tengan necesidades altas de oxígeno”.
Y agregó:
“Mis respetos al área de mantenimiento del Hospital General de Tijuana, porque con todo esto, han hecho lo posible para que no tengamos más problemas de los que ya existen”. También ellos son reconocidos por ZETA.
“Todos estamos trabajando al límite, no nada más médicos, no nada más enfermeras, el personal de limpieza, el personal de mantenimiento, la gente que está en el almacén, el personal administrativo”.
Las condiciones laborales del personal médico tampoco han sido las mejores, desde que inició la pandemia se hizo evidente la falta de organización y mostró las carencias que había al interior de los hospitales, tanto en los EPP, como en el desabasto de medicamentos y de especialistas.
En julio, el personal de salud tuvo que trabajar a más de 30 grados Centígrados, con el traje Tyvek y sin aire acondicionado. Han tenido que poner de su bolsillo para comprar medicamentos esenciales como jeringas o gasas, ya que no contaban con lo básico para atender a los pacientes.
Eso sin contar con el Bono COVID, prometido desde junio por el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y que hasta la fecha, los empleados de la Secretaría de Salud no han recibido, a pesar que los que trabajan en el IMSS ya lo reciben mensualmente desde agosto.
Desde el inicio de la crisis por la COVID, este Semanario le ha dado voz a los médicos y enfermeras que han tenido que pedir ayuda a la sociedad para demostrar lo que realmente pasa al interior de los hospitales, como la saturación de camas que se vive en los hospitales generales de Tijuana y Mexicali desde noviembre y que las autoridades se negaban reconocer.
De marzo a la fecha, para salir delante de la crisis de insumos y medicamentos, se han recaudado 30 millones 506 mil 490 pesos, de los cuales 11 millones 896 mil 311 han sido monetario y el restante en especie, la mayoría por parte de la Iniciativa Privada, además de personas que llevaban víveres a las colectas que hacían.
La Secretaría de la Defensa Nacional también hizo su aportación con dos unidades hospitalarias, una en Tijuana y otra en Mexicali, mientras que la Secretaría de Marina abrió dos en Ensenada al inicio de la pandemia.
ENFERMERAS AL FRENTE DE LA BATALLA
Mexicali es el municipio con más contagios de COVID-19 en Baja California, alcanzando hasta el día de cierre de esta edición, una cifra de 13 mil 731 enfermos y 2 mil 138 fallecidos.
Desde marzo, la Clínica 30 del IMSS, ubicada en la colonia Nueva de la Capital del Estado, se volvió el epicentro de la pandemia, rebasada por la cantidad de enfermos que recibe de todos los estratos sociales.
Es ahí donde trabajan dos enfermeras llamadas Cristina Villa y Diana Mejía, ambas comisionadas de manera frecuente a las áreas COVID-19, las cuales enfrentan más cerca que nadie el estrés emocional y físico de vivir en la primera línea de batalla, e incluso a veces volverse “carne de cañón”, cuando terminan contagiándose y enfermando a sus familiares.
Diana narró que gran parte de sus compañeros fueron enviados a aislamiento, debido a que padecían alguna enfermedad que los volvía vulnerables al novel coronavirus, ya sea hipertensión, diabetes u obesidad.
“Era un temor al principio, ir conociendo cómo se iba manifestando los cambios, los pacientes. Fue una temporada muy difícil, aquí en casa es todo un protocolo para estar con la familia, tuve que dejarla en lo que veíamos cómo estaba todo, pues bajó un poco, pero viene todo esto más fuerte, más casos donde ya la gente no sé si perdió el respeto, tomó mucha libertad y pues llegan peor, muy mal ya muy agravados, por eso muchos más casos de muerte. Sumándole a esto el desabasto, sin culpar a nadie, por los mismos números altos de pacientes”, indicó la experimentada enfermera.
Afortunadamente durante estos 10 meses no ha contraído la enfermedad ni su familia, aunque reconoce que no todos sus compañeros corren con la misma suerte, pues padres, tíos, hermanos, contraen la enfermedad y varios de ellos han fallecido.
Cristina Villa comparte que contrajo la enfermedad apenas 14 días después de haber ingresado a laborar: “Empecé con ellos cuando estaba trabajando y tienes personas a tu cargo y tú te sientes mal, me tuvieron que llevar a urgencias, me dieron mi incapacidad, pero es el miedo de estar en casa y mi casa es chiquita, el miedo de contagiar a mi mamá, que es hipertensa”.
LO DIFÍCIL, LOS LOGROS Y LOS RETOS
Lo más difícil para los médicos, es “ver morir gente, que tú sabes que, de haberse cuidado ellos o sus familiares, no tendrían que estar ahí”.
A la par, celebran metas cumplidas: “Donde mayor avance hemos tenido es en la forma como se maneja la enfermedad por parte del personal de enfermería y médico. Hemos evolucionado tanto en el conocimiento de esta enfermedad, que aunque no parezca, mucha gente se ha salvado hoy, que tal vez no se hubiera salvado hace siete u ocho meses. Ahora detectamos al paciente más rápido, si llega a tiempo, podemos evitar que tenga que entrar a intubación mecánica, ser más pacientes en ese sentido.
“Empezamos a reforzar los conocimientos teóricos y prácticos cobre la COVID-19. Aun así, sabemos que la mortalidad de los pacientes que llegan a ventilación mecánica es muy alta, aquí y en China, y eso te va golpeando y te frustra poco a poco. Afortunadamente aprendimos a manejar a muchos pacientes al detectarlos principio de su contagio, y evitábamos que se pusieran delicados”.
Diana Mejía, enfermera del IMSS Mexicali, recuerda que una de las escenas más complicadas que vivió en el área COVID-19 se dio hace algunas semanas, cuando padre e hijo se enfermaron y quedaron en el mismo piso, uno frente al otro.
El joven observó en todo momento cómo el virus invadió a su padre y fue consumiéndolo.
“El papá se agravó mucho y el hijo, viendo la situación, intubándose y agravándose y reanimándolo, por más que tapamos y evitamos que se escuche y se vea, la verdad no se le desea a nadie estar hospitalizado. Es una enfermedad muy fea y desgastante. Ver a un hijo cómo veía a su papá sufriendo, pues sí me quedé como ‘ay, qué feo’, la gente dice que no va a pasar nada, pero si la gente viera cómo está el hospital, la verdad sí la pensarían”, reflexionó.
Para Cristina Villa, quien este año ingresó a trabajar al IMSS, lo que más le pesa es que no se dan abasto debido al constante ingreso de pacientes. “Es más carga emocional que física, darles oxígeno e intubarlos, la verdad no salen y por más que es difícil, no podemos hacer más. Ya nos están dando motivación para ir con el psiquiatra o el psicólogo, estamos desgastados, compañeros con insomnio, que no duermen, que llegan cansados, son muchos pacientes y mucha carga”.
En este escenario adverso, el doctor Zúñiga habla de los retos que vienen:
“El principal reto será la adquisición (dosis suficientes), la venta y distribución (la vacuna de Pfizer requiere una red de frío de hasta -70 grados) de la vacuna, un reto grande para nuestro país, es un reto para otros países con infraestructura mucho mejor que la nuestra. Espero que el gobierno esté a la altura, lo enfrente y lo resuelva para poder controlar este rebrote y segundo pico, y eso no lo podemos hacer solos, ni siquiera del sector médico. Es cuestión de la sociedad, que no entiende que si sigue saliendo a restaurantes, a las calles, al antro, se va enfermar, esto no se va a controlar.
Y reiteró: “Como sociedad hemos sido irresponsables y eso hay que decirlo, porque es muy fácil culpar, pero yo veo los restaurantes llenos, la gente en las calles sin cubre bocas, los swap meets y mercados sobre ruedas llenos”.
De hecho el sector que menos ha colaborado es el gobierno. Respecto la infraestructura, en estos meses de pandemia, el abandono es notorio, “no, no hemos mejorado, y no es que estuviera muy bien, la infraestructura del Sector Salud es endeble desde hace muchísimos años, en mi opinión no se ha invertido en salud en muchos años y no se le sigue invirtiendo lo que necesita. Considerando las necesidades que tenemos y las que vamos a tener, veo difícil el panorama”, observó el galeno.
Hasta el 29 de diciembre, 5 mil 861 personas del Sector Salud se habían contagiado por COVID-19: mil 323 médicos, 2 mil 289 de enfermería y 2 mil 249 otros profesionistas de la salud. Dos mil 68 pertenecen a la Secretaría de Salud, 2 mil 786 al IMSS, 428 al ISSSTE, 497 al Issstecali, 7 a la Secretaría de la Defensa Nacional, uno a la Secretaría de Marina y 74 a sectores privados.
Asimismo, hay 271 casos activos entre el personal de salud, 186 de la Secretaría de Salud, 37 del IMSS, 6 del ISSSTE y 34 de Issstecali; mientras que las defunciones son (oficialmente) 56: 20 médicos, once enfermeras y 25 de otros profesionistas; 19 de la Secretaría de Salud, 31 del IMSS, dos de Issstecali y cuatro del sector privado.
AGOTADOS, PERO SATISFECHOS
Para el doctor Clemente Zuñiga, lo más agotador es “el día a día, llegar al hospital a recibir pacientes, mismas noticias, mismos estados de gravedad, ahora no hay de esto, ahora no hay lo otro. Los jóvenes pasan más tiempo en la Unidad COVID que yo, toleran más, no se diga los médicos generales, los residentes pasan más horas. Si estar adentro cuatro horas es cansado, imagínate los que se avientan doce horas. Es fatiga no solo física, sino mental”.
Por supuesto, lo más satisfactorio es “sacar pacientes adelante, que se vayan a su casa”.
Pero “hasta a las jornadas extenuantes te vas acostumbrando”, refiere Zúñiga.
“Es pesado. Imagina tener encima una máscara completa que pesa casi un kilo, con dos filtros, un overol, botas, tres pares de guantes, a 32 grados Centígrados durante cuatro o seis horas”.
El riesgo que enfrentan todos los días lo llevan a su casa, “creo que eso es lo que más nos duele, que la gente que anda afuera no piensa, que yo tengo que entrar (al área COVID) y luego tengo que ir arriesgar a mi familia porque ellos andaban de pachanga, eso es difícil de asimilar. El que tengamos más conocimiento nos permite protegernos mejor y proteger mejor a nuestras familias, pero siguen estando en riesgo”.
La enfermera Diana Mejía secundó: “La gente ya le perdió el miedo a la COVID-19, probablemente tú, joven, ya presentaste síntomas y te llevas a tus familiares, los diabéticos, los hipertensos, y son los que fallecen”.
Su compañera Diana Villa coincide en que la gente se encuentra harta de la pandemia y el aislamiento, pero su situación no se compara ni remotamente con lo que vive el personal de salud diariamente. “La COVID sí existe, lo vemos diariamente, es una situación muy desesperante, ya deben estar hartos de estar encerrados, para nosotros es el triple de complicado, tal vez no tenemos la medida de lavarnos las manos, pero háganlo”, sentenció.
Desde el repunte en noviembre, solo se mantienen dos hospitales, el de Tijuana y el de Ensenada, con 30 camas cada uno y solo seis ocupadas en Tijuana y tres en Ensenada. Además, las unidades van a cerrar a partir del 1 de enero durante siete días, hasta que el personal regrese a sus actividades de manera habitual.
De acuerdo con información del IMSS, alrededor de 500 personas integran el equipo de trabajo en la primera línea contra la COVID-19 en todo Baja California. En el Hospital General de Tijuana son mil 180 personas al frente de la atención de pacientes COVID, 212 médicos, entre ellos 133 especialistas y 79 generales; 615 del área de enfermería, 195 administrativos, 99 paramédicos y 59 de servicios generales, como camilleros o limpieza.
Actualmente hay siete hospitales COVID en todo Baja California: dos en Tijuana, el Hospital General y la Clínica 1 del IMSS; dos en Mexicali, el General y el de Zona 30; en Ensenada, el General y el de Zona 8 del IMSS, y el 69 en San Quintín.
En total son 920 camas en hospitales COVID, 360 por parte de la Secretaría de Salud y 560 del IMSS, más 130 camas en hospitales de apoyo para el Seguro Social, así como 60 en los hospitales auxiliares de apoyo de la Secretaría de la Defensa Nacional, 50 en el Auditorio Zonkeys una vez que reabran, 40 en el Albergue de Tijuana y 50 en la unidad hospitalaria de la Universidad Autónoma de Baja California en Mexicali. Mil 120 camas en total.
UN ENFERMERO PARA DIEZ PACIENTES
En Ensenada, el pediatra Carlos Galindo Hernández, quien colabora en cuatro hospitales de Ensenada (IMSS, Issstecali, ISSSTE y Hospital General) ha vivido en carne propia las complicaciones de la pandemia tras el fallecimiento de su madre.
“Yo viví con mi madre en el área COVID y siendo médico tuve que contratar a un enfermero por turno, me di cuenta que se necesita un médico para dos por paciente”, compartió con ZETA.
Mencionó que en la realidad, en los hospitales solo hay un enfermero para diez pacientes, “pero no saldremos adelante porque, mientras atiendes a uno, los otros nueve se te van a morir por las complicaciones”, contrastó.
El médico atiende de 9 a 10 pacientes con COVID-19 en hospitales, así como en su consultorio privado. Describió que cada médico ha sufrido no solo por atender a personas contagiadas, sino porque han enfermado y han visto morir a sus familiares.
“Es triste que gran parte de la población médica esté muerta por falta de un tratamiento adecuado y de información. Por miedo a tomar terapias alternativas que no nos hacen daño, pero tienen mucho que ofrecer”, reveló.
“Mi mensaje va dirigido a los vivos para que recapaciten -dijo Carlos Galindo-, para que valoren, tengan un juicio e investiguen, no solo repitan lo que oyen del gobierno. Cuando el cuerpo está saturado del virus, no hay paso atrás”.
Galindo pidió a la comunidad abrir la mente a algo diferente, como medicamentos alternos y buena alimentación, pues la solución es decisión de cada quien, y que en la práctica médica ante el nuevo coronavirus, todos los pacientes deben considerarse sospechosos, más los niños.
“La sana distancia es una muy buena decisión, tal vez la mejor, sobre todo en los niños”, dijo el doctor Carlos, quien se contagió por el contacto con menores cuyos padres llegaban al consultorio con la creencia de que se trataba de una gripe, pero era coronavirus.
Mencionó que de los niños nadie desconfía, todo mundo quiere abrazarlos y no notan que tienen algo más que una gripa, pues no presentan absolutamente nada de otros síntomas relacionados a COVID.
Aparte de consultar, el doctor Galindo apostó a las nuevas tecnologías y creó su canal de YouTube con el fin de que las personas conozcan y se les haga más fácil detectar problemas médicos en estos momentos de contingencia.
INVESTIGADORES: “EXHAUSTOS, PERO ORGULLOSOS”
Cuando el investigador Alejandro Huerta Saquero aceptó el reto de reconvertir su laboratorio de Nanotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Campus Ensenada en uno de diagnóstico, tuvo miedo del riesgo que implicaba manejar pruebas positivas de SARS-CoV-2 y regresar a casa a convivir con sus hijos.
No obstante, a pocos días de haber puesto en marcha el laboratorio de detección del nuevo coronavirus, se dio cuenta que corría más riesgo de contagio al ir al supermercado o salir a la calle sin usar cubre bocas o gel antibacterial. Tan convencido está que después de casi nueve meses de trabajo y 3 mil 500 pruebas analizadas con un resultado de 50 al 80% de positivos, ningún colaborador de su área se ha infectado.
El investigador titular en Nanociencia y Nanotecnología de la misma institución en Ensenada, refiere que cuando apareció el SARS-CoV-2 en China, a finales de noviembre de 2019, “a la comunidad científica no nos sorprendió y comenzamos a ver cómo podíamos enfrentar el problema en un país con un montón de barreras que no le permitiría avanzar”.
El mayor obstáculo sería el económico por la incapacidad hospitalaria, en un país sin suficiente personal ni equipo para demostrar una respuesta eficiente. Aun con las limitantes ellos hicieron su aportación y en pocos días estaban preparados para iniciar la detección, fue así como los planes de 2020 de los científicos cambiaron, “y muy probable que los de 2021 también”, se resignó.
La debilidad del sector científico en México, es que depende de los recursos públicos para hacer investigación. Alejandro percibe un desdén o desprecio hacia la ciencia mexicana por parte de la clase política. “Miles de millones de pesos gastó el gobierno mexicano en financiar vacunas en el extranjero mientras en el país hay muchos investigadores capacitados para desarrollarla, pero no han recibido dinero ni para las primeras fases de investigación”, señaló.
Lo ideal para este sector es tener la vacuna producida en México, disponible en todo momento sin necesidad de comprar el producto. Los investigadores han detectado cierto nivel de interés del Gobierno Federal por tener el reconocimiento mediático a corto plazo, “el hecho de invertir y traer vacunas lo más pronto posible es un hecho que sí se ve y podrán exhibir en medios de comunicación, mientras que el financiamiento para científicos es a largo plazo. Quizá eso no les da el reconocimiento inmediato que buscan”, puntualizó.
La doctora Rosa Reyna Mouriño Pérez, médico cirujano con maestría en Salud Pública y Doctorado en Ecología Marina, es investigadora del Departamento de Microbiología y ha coordinado proyectos y actividades relacionadas a COVID-19.
Al inicio de la pandemia, personal del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE) se involucró con el Sector Salud para saber de primera mano sus necesidades, además de conocer la manera de hacer aportaciones concretas desde el sector científico.
En el análisis de pruebas, al principio se apoyó con las muestras de todo Baja California porque el laboratorio estatal no se daba abasto, sin embargo, después se concentraron las de la ciudad. A la fecha se siguen procesando muestras de las jurisdicciones sanitarias III (Ensenada) y IV (Zona de San Quintín), así como del IMSS y el Hospital Naval.
Su desarrollo no se detuvo ahí. Elaboraron soluciones de desinfección para superficies y manos, dado que la cadena de proveeduría estaba rota; siguieron las cámaras desinfectantes, los ventiladores y el sistema de telemedicina, asesorando a médicos de primer contacto que estaban dentro de los grupos de riesgo.
“Me ha tocado ver muy de cerca esta pandemia, lo que afecta las personas. Cuando le damos el resultado a personas positivas, es como si recibieran una sentencia de muerte”, comparte la doctora Mouriño sobre el programa de pruebas para el personal del Centro Conacyt.
En julio, el CICESE procesaba hasta 120 muestras diarias con un índice de positividad de entre el 40 y 60%, pero en fechas recientes se analizan hasta 150 muestras todos los días, con un índice de positividad superior al 60%.
Al igual que médicos, enfermeras y en general todo el personal de salud ha estado trabajando desde el inicio de la pandemia en el laboratorio del CICESE, hay ocho personas trabajando en dos turnos, incluso horas extra en sábado y domingo. Ninguno de ellos se ha infectado.
Una de las satisfacciones que ha tenido la doctora ha sido la unión fraterna de la comunidad científica, “reconforta ver la respuesta responsable y solidaria ante un problema como este”, se sincera.
Si bien en ocasiones hay desvinculación entre científicos y el resto de la sociedad, la pandemia ha servido de ejemplo sobre cómo insertar la ciencia y desde ahí contribuir, con lo disponible, a resolver problemas.
Y lo que más la decepciona, es que la gente no se proteja pese a las intensas campañas de prevención.
LAS EXPECTATIVAS: RESPONSABILIDAD DE LA SOCIEDAD
El ex director del Hospital General de Tijuana no ve que el panorama vaya a cambiar, “no creo que vayamos a tener un año muy diferente al que hemos tenido ahorita, de muchos cuidados. La gente tal vez tiene muy altas expectativas en la vacunación, y si va ir disminuyendo el número de personas susceptibles, posiblemente podremos controlar la crisis a mediados de enero o febrero, pero después nos puede pasar lo mismo si bajamos al guardia”.
Y sentenció: “La obligación es, tú síguete cuidando como si fueras susceptible siempre, no importa si ya te dio o crees que te dio. Como sociedad tenemos responsabilidad, pero otras áreas de gobierno también, el que sigan abiertas muchas áreas también nos trae problemas. Tener abiertos restaurantes, bares. Si no se controla el rebrote, tarde o temprano se tendrá que hacer algo al respecto”.
Socorristas de la Cruz Roja
Desde que iniciaron los primeros casos de COVID-19 en Tijuana, la Cruz Roja ha sido la única institución de auxilio en el municipio en atender los llamados de emergencia al 911, relacionadas con pacientes sospechosos del novel coronavirus.
Con 106 socorristas, 13 ambulancias y un gasto operativo que asciende a 39 millones de pesos anuales, la institución cuenta con personal capacitado y equipo básico para hacer frente a la pandemia derivada del virus SARS-CoV-2. De marzo al 16 de diciembre, atendieron 3 mil 342 servicios relacionados a COVID o enfermedades respiratorias. Mientras que, en servicios generales, del 1 de enero al 30 de noviembre de 2020, se contabilizaron 37 mil 386.
“Al observar los primeros síntomas de alarma a finales del año pasado, entre enero y principios de febrero, en la coordinación de Socorros ya teníamos un protocolo de actuación para el manejo de este tipo de pacientes; al ser una enfermedad nueva, este se ha ido modificando en base a las necesidades”, expresó Juan Carlos Méndez, coordinador de Socorro de Cruz Roja Delegación Tijuana.
El nivel de preparación de los socorristas es Técnico en Urgencias Médicas, a quienes se brindó una capacitación para hacer frente a la enfermedad, y aunque reconocen que el Equipo de Protección Personal (EPP) no les ha faltado, sí pasaron momentos críticos.
“Nuestros socorristas están en la primera línea para enfrentar la pandemia, es el personal que atiende los llamados de emergencia. Tenemos un slogan: ‘Nosotros vamos a donde los demás no quieren o no pueden ir’, y en esta contingencia estamos llegando a todos los lugares”, afirmó Méndez.
Entre los meses de marzo y abril, cuando hubo una disminución de movilidad en la ciudad, la cantidad de servicio generales que atendieron se acortó hasta llegar entre 90 y 100 al día, cuando en promedio atendían entre 130 y150, con picos de 180.
En mayo, el pico más alto de la pandemia, atendieron 634 llamados de emergencia relacionados con enfermedad respiratoria o sospechosos de COVID.
“De esa cantidad de pacientes, 136 murieron al momento del arribo, 188 se rehusaron a ser trasladados a un hospital, pese a que algunos estaban delicados, y 310 fueron traslados a un hospital. Pero los números comenzaron a repuntar en noviembre, con 424 servicios; en los primeros 15 días de diciembre ya iban 418 servicios”, subrayó el coordinador de Socorro.
En total de los servicios por COVID que la Benemérita Institución ha brindado en lo que va de la contingencia, 368 personas han muerto al arribo de los socorristas, 846 se han rehusado a un traslado, y 2 mil 128 han sido canalizados a un hospital.
NO HAY EPP SUFICIENTE PARA HACER FRENTE A LA CONTINGENCIA
Aunque las donaciones no han faltado para los socorristas de Cruz Roja, a inicios de la pandemia vivieron situaciones críticas, por lo que, en esta segunda ola de contagios, exhortan a la comunidad a seguirlos apoyando.
“Ya hay una mayor disponibilidad de equipo en el mercado, y de precios. Nos han donado cajas de guantes, Tyvek (traje blanco), mascarillas. Tuvimos momentos, aunque nunca nos quedamos sin equipo, donde se prendieron las alertas porque había desabasto no solo en Tijuana, aunado al incremento en los costos, lo cual limitó la adquisición del producto. No hay Equipo de Protección Personal suficiente para hacerle frente a la contingencia”, indicó Juan Carlos Méndez.
A raíz de la pandemia y derivado de que algunas instalaciones médicas se reconvirtieron en hospitales COVID, surgió una coordinación directa con el Centro Regulador de Urgencias Médicas (CRUM), parte de la Secretaría de Salud.
“CRUM es el organismo que nos asigna a qué hospital debemos trasladar a los pacientes, como autoridad en materia de salud nos refiere qué hospital cuenta con capacidad de recepción. Cuando Cruz Roja llega a atender la emergencia, nos enlazamos vía telefónica y nos indican hacia dónde debemos de trasladar al paciente. Cuando son delitos de alto impacto, nos hemos topado que en algunos hospitales no los quieren recibir, y en ese lapso se llegan a perder minutos. Hemos recibo amenazas físicas y verbales por parte de las familias, porque en una ocasión nos tardamos más de una hora, por lo tanto, se tornan agresivos y hasta amenazas de muerte han recibido el personal socorrista”, compartió Juan Carlos.
Otro de los conflictos que enfrentan los paramédicos, es la recuperación de camillas, hay ocasiones en que las ambulancias llegan a pasar entre cinco y treinta horas afuera de los hospitales para recuperarlas, ya que por la COVID no pueden ingresar.
“En lo que va de la pandemia hemos perdido alrededor de siete camillas que se quedan en los hospitales y desaparecen. En total tenemos 13 camillas, una por ambulancia. El costo, usadas, ronda los mil dólares, nuevas entre los 4 mil y 5 mil dólares”, declaró Méndez.
27 SOCORRISTAS CON COVID
De marzo al 8 de diciembre, 27 socorristas han dado positivo a COVID, solo uno de ellos requirió hospitalización, el resto padeció síntomas leves.
“Los contagios de los socorristas afectan no solo en la capacidad de respuesta a una emergencia, que anda entre los 20 y 22 minutos, también el estado de ánimo, eso te viene a cansar, a fatigarte. Lo más difícil para un coordinador, más que te falte una mascarilla o un cubre bocas, es ver a tu personal enfermo, y más en esta situación que desconoces cuál será el desenlace. Es lo que menos deseas como responsable de un equipo de emergencias”, reconoció el socorrista.
GRATIFICANTE AYUDAR A LA GENTE EN PANDEMIA: SOCORRISTA Y BOMBERO
Desde hace meses padece de una lesión en la nariz, luego que la máscara P100 le presionara el cartílago hasta desviarlo; pero eso no ha sido impedimento para que el socorrista y bombero Alan Gerardo León Morales labore turnos de hasta 48 horas para apoyar a la comunidad durante la pandemia.
Técnico en Urgencias Médicas, labora en Cruz Roja desde 2014, pero desde hace un año es parte del cuerpo de Socorro y, desde hace seis años y medio, pertenece a Bomberos.
“Disfruto mucho mi trabajo, ha sido bastante gratificante poder ayudar en tiempo de pandemia. Durante esta contingencia se han presentado ciertas dificultades, me separé alrededor de cuatro meses de mi familia, solo iba a recoger una maleta con ropa. Ver a mi mamá llorando, como si me fuera a ir a la guerra, yo le decía que se tranquilizara, que no pasaba nada, que solamente iba a ser un tiempo, por lo menos hasta ver cómo se iba comportando la enfermedad”, expuso el joven de 27 años.
Para él, portar el EPP cuando se acude a un llamado de emergencia por coronavirus, suele ser desgastante, pero poco a poco ha encontrado distractores como la música para aminorar la desesperación.
“Es muy cansado traer el Tyvek todo el día, estártelo poniendo y quitando. Además, traer máscara, careta, lentes, de cuatro o cinco pares de guantes para poder entrar al ‘covitario’(así le llaman al Hospital General y Clínica 1) y ver que no te regresan la camilla, sabes que te tienes que quedar hasta seis horas para recuperarla. Llega a ser estresante, pero me distraigo escuchando música”, confesó Alan, quien, a la par de varios de sus compañeros, tienen lesionado el cartílago de la nariz, otros traen marcas o pequeñas heridas en sus rostros.
A lo largo de esta pandemia, el socorrista ha salvado muchas vidas, pero también ha visto morir a otros, y a unas más no dejarse apoyar en su lucha contra el coronavirus.
“Ya tenemos nueve meses tratando la pandemia, y es un poco fuerte ver cómo la gente muere en el arribo de la ambulancia, cómo muere en sus casas, en el hospital. Nos hemos topado a gente que en su frustración nos dice que nosotros matamos a sus familiares, pero realmente no es eso, hay una paranoia; nosotros hacemos lo posible para que el paciente llegue lo más estable a un hospital”, argumentó.
Pero también hay muestras de agradecimiento por parte de la ciudadanía cuando acuden a una emergencia: “La respuesta de la gente ha sido muy bonita, son muy agradecidos; hacen el esfuerzo por buscar tu número, para gratificarte de alguna manera. Nos hemos llevado muchas sorpresas, porque a veces llegábamos muy cansados de algún servicio, y de la oficina nos llamaban para decirnos que nos habían regalado comida, cupones para el cine, gasolina. A veces nos mandaban mensajes de reflexión, y eso nos conmueve y alienta mucho”.
DESDE NIÑO SENTÍA LA RESPONSABILIDAD DE AYUDAR A LA COMUNIDAD: SOCORRISTA
Desde su infancia, Federico Pérez tuvo espíritu de servicio, de ayudar a su comunidad. A los 8 años ya era el “asistente” del médico del Centro de Salud en su natal Rosarito, Baja California. De adolescente ingresó como voluntario a Bomberos Tecate, luego a la Cruz Roja en el mismo municipio y después en Tijuana. Es Técnico en Urgencias Médicas nivel avanzado, y goza de gran respeto entre compañeros socorristas.
Federico, de 33 años, fue de los primeros paramédicos en contraer SARS-CoV-2 en abril, su convalecencia la pasó solo, ya que desde febrero está alejado de su familia. Sintió miedo, le faltaba el apapacho de sus seres queridos tras la incertidumbre del comportamiento de una enfermedad nueva. Al salir avante, se reintegró al cuerpo de Socorro.
“Nadie tenía la experiencia de una pandemia, era nuevo para todos. El año 2020 comenzamos con una expectativa de desolación, aunque se veía distante, en marzo comienza el primer caso y para finales de mes ya teníamos un problema. En abril fue el pico y comenzamos a ver mucha gente sufriendo, muriendo, con desconocimiento de lo que era la pandemia, la negación de quedarse en casa. Y nos vimos en el pico trabajando día con día, y luego comenzó a darte miedo, a la expectativa de no contagiarte, de usar el equipo de una manera adecuada, trabajar con la mayor seguridad posible en los pacientes, y vemos que día con día iban en aumentando los casos”, relató.
“En junio, la gente comenzó a salir, hubo algunas semanas de relativa paz, pero después, a inicios de noviembre, comenzamos el siguiente pico; esta segunda ola va a venir más prolongada que la primera, de seis a ocho semanas, para luego ir a un descenso”, complementó.
Este nuevo repunte de contagios los “agarra más cansados”, pero sin bajar la guardia, dispuestos a seguir apoyando a la ciudadanía: “El fenómeno que vemos en Tijuana es que la gente no quiere ir al hospital, tiene miedo de ir al hospital, tienen la idea de que se van a morir, cuando es lo contario. Vemos que la gente está llevando a sus casas tanques de oxígeno, puedes permanecer en casa si no tienes síntomas graves, pero si los hay, deben de ir al hospital”.
Al igual que sus colegas socorristas, Federico está agradecidos por las muestras de apoyo de la comunidad, empresarios e instituciones de beneficencia.
“Se siente bonito que reconozcan tu trabajo, es algo emociónate cuando pasa; por ejemplo, hay pacientes que te dan muestras de apoyo con mensajes de aliento que te envían a tu teléfono. Cuando una persona marca 911 es porque tiene una emergencia, y uno llega a resolverle esa emergencia, que puede ser médica, algo muy grave o algo emocional”, concluyó.