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viernes, febrero 16, 2024
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Los derechos humanos de la eutanasia (Primera parte)

“Lo que la lluvia es para el fuego, la piedad lo es para la cólera”.

-Arthur Schopenhauer.


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Pocos debates en nuestros días suscitan tanta controversia como el de la eutanasia. El “hecho de provocar la muerte sin dolor a un enfermo incurable”, como la define el Diccionario Español Actual, tiene tantos partidarios como detractores.

Max Charlesworth, bioeticista nacido en Australia, sostiene que al no poder existir un consenso público sobre un conjunto de valores centrales en las sociedades liberales, también habrá pluralidad de posturas éticas. Los temas relativos a la ética de la salud, o incluso la supuesta bioética se consideran como una abstracción del contexto político y social del que parten. Sin embargo, es claro que las decisiones en estos temas serán radicalmente distintas, si se toman dentro de una sociedad liberal democrática o dentro de un tipo de sociedad no liberal, ya sea teocrática, paternalista o tradicional. En una sociedad liberal el valor supremo es la autonomía personal, es decir, el derecho de uno mismo a elegir su estilo de vida propio.


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En el siglo XIX John Stuart Mill acuñó una frase a este valor al que me refiero: “Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su mente el individuo es soberano”. Esta primacía que tiene la autonomía personal, dentro de una sociedad liberal, conlleva ciertas consecuencias. En primer lugar, en este tipo de sociedad existe un marcado contraste entre la esfera de la moralidad personal y la esfera de la ley. Esta última no se preocupa de asuntos relativos a la moralidad personal ni al cumplimiento de la moral.

En segundo lugar, la sociedad liberal se caracteriza por un pluralismo que permite a sus miembros una amplia variedad de posturas religiosas o no religiosas, no existe una moralidad pública que debe ser promovida por la ley; en este tipo de sociedades la ley no debería de influir en evitar que ciertas circunstancias una persona se quite la vida. Es decir, aunque el suicidio pudiera ser o no un pecado en determinados momentos, no debería de considerarse como un delito. Tendría que demostrarse que el suicidio lleva un daño directo a otros y por lo tanto sería un acto antisocial antes que convertirse en delito.

Pero, en primer lugar, el hecho de que el Estado despenalice el suicidio no implica que ratifiquen el suicidio como moralmente aceptable, de la misma manera que la despenalización de la prostitución, la homosexualidad y el aborto no significaría que el Estado adopte esas conductas como moralmente aceptables.

La palabra eutanasia proviene del griego, de tal suerte que eu significa bueno, y thanatos muerte, “buena muerte”; término que desde luego ha evolucionado y hoy hace referencia al acto de acabar con la vida de otra persona, a petición suya, con el fin de minimizar su sufrimiento.

Así tenemos que “eutanasia pasiva” es un término mal utilizado por los medios de comunicación y a lo único que se refiere es a la muerte natural, de tal forma que se suspende el uso de instrumentos de apoyo de vida o el suministro de medicamentos para que se dé una muerte completamente natural. “Eutanasia activa” es el término que se refiere a la muerte que se ocasiona de una manera directa para poner fin al sufrimiento del paciente.

Los datos acerca de la opinión pública sobre la eutanasia en aquellos países en donde en 1998 se llevaron a cabo encuestas, dan apoyo a la eutanasia: 70% en Estados Unidos, 79% en Canadá, 85% en Gran Bretaña y 83 % en Australia.

 

Benigno Licea González es Doctor en Derecho Constitucional y Derecho Penal. Fue presidente del Colegio de Abogados “Emilio Rabasa”, A. C.

Correo: liceagb@yahoo.com.mx

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Alejandro Caso
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