El 2020 ha sido un año que nos ha puesto a prueba a todos. Desde marzo la vida nos cambió de la noche a la mañana. Si fuera una película, diría que pasamos de la historia de suspenso a la de terror en cuestión de semanas.
Nuestros hábitos se transformaron, los que tenemos hijos en edad escolar tuvimos que adaptarnos junto con el sistema educativo a una modalidad a distancia, que aún nos cuesta mucho trabajo. Ver a los niños frente a una computadora o televisión durante infinidad de horas es frustrante. El asistir a clases posee dos componentes poderosos: uno de ellos es la comprensión de contenidos y otro el sociabilizar con compañeros de su edad; si bien el primero se hace un esfuerzo relevante por todos los involucrados, es claro que el segundo es nulo. Aun así, y mientras no existan condiciones, será la mejor forma de mantenerlos ocupados y lo más importantes protegidos. Que estén bajo el resguardo de los padres es lo más seguro y tranquilizante ante esta amenaza.
En lo laboral también hubo que tomar medidas extraordinarias: aquéllos que tenemos la oportunidad de trabajar desde casa tuvimos que modificar hábitos. Las reuniones en su mayoría fueron virtuales y el Internet en exceso fue la salvación. Esta modalidad, en mayor o menor grado, llegó para quedarse. Es muy probable que al salir de la emergencia adoptemos varias de estas técnicas, las cuales utilizábamos poco antes de la pandemia.
El futuro es incierto, las noticias de la invención de vacunas vienen acompañadas del surgimiento de nuevas cepas del COVID-19. Todos estamos desesperados y con una angustia permanente. El 2020 ha sido una montaña rusa de emociones, de la cual ya quisiéramos bajarnos.
¿En qué momento vino a pasar esto? Probablemente sea un llamado para la humanidad, somos nuestro peor enemigo y parece que no lo hemos entendido. No percibo a la gente y a los gobiernos sensibles a modificar algo.
Hace algunos meses la española cantante y escritora Ana Belén decía con atino: “No tengo esperanza con que esto nos vaya a cambiar. Somos tan burros que no sé si saldremos mejores. La gente que era buena lo seguirá siendo y los imbéciles, hijos de puta e irresponsables, también”.
El 2020 nunca lo olvidaremos, quedará marcando en nuestras mentes y corazones como el año que el COVID-19 se llevó a familiares y amigos. Lo peor del caso es que esta tragedia aún no termina; si bien hay algunas señales alentadoras, lo cierto que estamos lejos de volver a la normalidad tan deseada.
Estos últimos párrafos lo dedico a quienes se han partido la madre en condiciones precarias, a las mujeres y hombres que no se ha “rajado” ante la adversidad: los médicos, enfermeras, pasantes, trabajadores de limpieza, choferes de ambulancias, secretarias, etc., que han arriesgado y hasta perdido vidas por cuidarnos y protegernos hasta donde les es posible. A todos ellos, gracias, y nuestra gratitud por siempre. Ojalá y verdaderamente exista un reconocimiento a su invaluable labor.
A los familiares de las personas que se nos adelantaron, un abrazo fraterno esperando que ellos se encuentren en un mejor lugar que nosotros; tarde que temprano nos volveremos a reunir.
De corazón espero que en el 2021 renazca la esperanza, que a pesar de la adversidad “no tiremos la toalla”. Si en algo nos caracterizamos los mexicanos es a no darnos por vencidos.
A mi familia le agradezco todo el amor incondicional; a mis amigos la fuerza para reírnos hasta en los peores momentos; y a todos ustedes mi ilusión y deseo que el 2021 será el año del resurgimiento.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas y comunicación; socio fundador de la empresa CAUDAE.
@CasoAlejandro