Nuestro país vive momentos peligrosamente politizados; las decisiones se toman bajo el parámetro de “cálculo político”, importando poco o nada el impacto de las acciones. El talento para resolver diferencias y buscar acuerdos no existe, lo peor del caso es que no se perciben signos de mejoría.
Son varios los ejemplos:
1.- La crisis de salud generada por COVID-19. En lugar de cerrar filas, los gobiernos decidieron responsabilizarse unos contra otros. El gobierno federal es quien menos se salva, desde el inicio de la pandemia decidió minimizar su impacto y consecuencias; inclusive se han negado a reconocer dos cosas fundamentales: hacer pruebas masivas para detectar oportunamente los contagios y el uso de cubrebocas como una política pública de salud efectiva. Los gobiernos estatales se perciben extraviados, sin una infraestructura hospitalaria suficiente y de calidad. Han intentado plantarse y exigir mayores apoyos al Presidente Andrés Manuel López Obrador, y de muy poco les ha servido. Los alcaldes son el eslabón más débil; sus precarias decisiones son arrolladas por mandatos superiores.
2.- Inseguridad: México vive una crisis constante en este tema. No corresponde a solo un gobierno en particular o a un periodo de tiempo determinado. Desafortunadamente nos hemos acostumbrados a vivir con altísimos niveles de inseguridad y en prácticamente todos los rubros. Promesas y gobiernos van y vienen sin presentar resultados efectivos: homicidios violentos, secuestros, robos, feminicidios, etcétera, forman parte de nuestra vida “normal”.
Ante este escenario, los políticos lo único que hacen es responsabilizarse unos con otros. La federación afirma que es producto de la corrupción de gobiernos anteriores, así como la nula actuación de los gobiernos locales. Por su lado, los estados y municipios señalan la falta de recursos para afrontar este flagelo y la indiferencia de la autoridad federal a sus reclamos. Cada quien actúa por su cuenta, sin estrategia. El resultado es palpable: el fracaso del estado para generarnos tranquilidad tan deseada por todos, pero con la esperanza perdida.
3.- Partidos políticos entre niveles ínfimos y señalamientos de corrupción. Nuestro país francamente cuenta con partidos políticos desastrosos; absolutamente nadie se salva. El instituto que llevó al poder al Presidente López Obrador (Morena) tuvo una elección para dirigente nacional con resultados escandalosos. Fue una competencia para demostrar quién era más corrupto que el otro. Un espectáculo que recordó el PRD de antaño.
El PRI, salvo por sus dos victorias en Hidalgo y Coahuila, no se siente. Estos dos triunfos obedecen a operación local de sus gobernadores, no por su dirigencia. Tan mal están a nivel nacional que se habla de una cercanía peligrosa con el partido del mandatario nacional. Se quieren convertir en partido rémora.
El PAN hace tiempo que dejó de ser una opción atractiva a nivel nacional; es en lo local y con base a liderazgos regionales donde está su fortaleza. Sus dirigentes brillan por su ausencia y cuando quieren hacer sentir su voz, nadie los toma en cuenta. Perdió peso y sus “cuadros” nuevos están comprometidos con intereses personales o de grupo. La corrupción echó raíz.
4.- Los demás poderes e instituciones públicas: El Congreso de la Unión es un tormento, Morena aplastando a sus rivales para cumplir los caprichos del Presidente. Lo que tanto criticaron, ahora en franca revancha. En el INE y en el TRIFE, todos contra todos, nadie se salva. Debates pobres e intentando quedar bien de acuerdo a sus intereses.
Ilusamente pensé que en época de crisis había una esperanza para que los políticos y las instituciones se fortalecieran; me queda claro que todo está bajo la óptica de rentabilidad electoral con miras al 2021. Es frustrante presenciar que la política está muy por encima del sentimiento popular.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas y comunicación; socio fundador de la empresa CAUDAE. @CasoAlejandro
