El virus pandémico que nos aqueja lo llaman COVID-19, porque ese año apareció en China. A nuestro país llegó hasta a principios de marzo y no nos ha soltado; y, como dijo Don Teofilito, ni nos soltará.
No nos interesa analizar aquí cómo fue recibido por otros países, sino cómo fue atendido por nuestro gobierno. Nuestro dictador, quien ahora rige nuestra República, nos anunció los primeros meses que no nos preocupáramos, que era como una gripa común; u para estar informándonos del desarrollo de la misma, designó a un merolico de feria barata. Lo primero que nos dijo fue que no nos iba a pegar tanto, como en otros países, pues aquellos no tenían un mesías como el nuestro, con tanta fuerza moral; lo cual lo protegía -a él y a sus amados súbditos- de cualquier pandemia. Que, en el peor de los casos, no habría más que unos treinta mil fallecidos por dichos virus. Promesa de merolico. ¡Ya van cien mil… y contando!
El merolico designado nos anunció que el cubrebocas no era necesario, porque no nos protegía mucho del contagio. ¡Qué imbécil! El cubrebocas no es para protegernos del virus de los demás: es para proteger a los demás del posible virus nuestro. Cuando esto se entienda bien, lograremos no que se acabe el virus, pero sí que reduzcamos las posibilidades de contagio.
Cuando la magnitud de la pandemia obligó al gobierno a tomar en serio el asunto, se pusieron a hacer dibujitos y gráficas para mostrarle a la gente que el asunto, según ellos, no era tan grave. Primero compararon el número de encamados y fallecidos con el número de contagiados. Cuando vieron que la gráfica mostraba una curva muy empinada, la compararon con el número de habitantes del país; y como la curva seguía creciendo, la compararon con el número de habitantes de otros países. El chiste era estarnos engañando y hacernos creer que eran muy duchos en domar pandemias.
Ante tal calamidad, organismos médicos no gubernamentales (y que desde luego no pertenecen a la oficial “4-T”) se ofrecieron a ayudar con recomendaciones claras de cómo se podía bajar el número de contagios; pero, ¡qué esperanza que les hicieran caso! Los ningunearon y se burlaron de ellos. Nuestro mesías no necesita vejigas para nadar.
Con esa forma de jugar con las gráficas y los números, de volada acabaron con la pandemia. “Ya domamos la pandemia” era la frase preferida de nuestro amado dictador en su diaria charla merolicolera. No sé si ya lleva domadas 16 pandemias distintas, o si ha domado 16 veces la misma. Debe ser cierto lo que dice, pues este último “rebrote” debe ser otra pandemia; ya no es la misma. Lo cual me recuerda el chiste de la esposa que le reclama a su marido: “¿Otra vez borracho?”. Y el aludido responde: ¿Cuál otra vez? Pos’ si es la misma”.
Eso sí, esta pandemia le vino “como anillo al dedo” a nuestro dictador, pues con ese pretexto ya se gastó el fondo de reserva que le dejaron los expresidentes neoliberales, ya se adjudicó el fondo de salud, el fondo de desastres naturales, los fondos de más de 100 fideicomisos, y quién sabe a qué más fondos les estará echando el ojo. ¡Eso sí, dentro de la ley! Para eso tiene sus borregos que hacen mayoría en las dos cámaras, y que se supone que son el Poder Legislativo. Estábamos esperanzados a que el Poder Judicial sirviera siquiera un poco de freno a las desmedidas ambiciones de este dictador, pero como dijo mi hermana, la piruja “ya las dio”.
Ante esta desesperanza que nos causa esta pandemia, pues ha alterado nuestro comportamiento social y vaciado nuestros bolsillos por la falta de trabajo en general, nuestro eximio líder nos quiere consolar diciéndonos que este mal no es propio nuestro, que en otros países les ha ido peor. Eso me recuerda un sabio dicho popular de mi rancho que reza así: “Mal de muchos es consuelo de pendejos”.
Atentamente,
Antonio Galván Herrera.
Tijuana, B.C.
Correo: galhantonio@hotmail.com