“Para los proletarios de mi patria quiero la luz de Lenin. Para los campesinos de mi patria quiero la voz de Lenin. Para los perseguidos de mi patria quiero la paz de Lenin. Para la juventud de mi patria quiero la esperanza de Lenin. Para los asesinos de mi pueblo, para los carceleros de mi patria: ¡quiero el odio de Lenin…, quiero el puño de Lenin…, quiero la pólvora de Lenin!”.
-Roque Dalton
El 19 de octubre de 2001 fue asesinada la abogada y luchadora popular, Digna Ochoa. Ya casi nadie se acuerda de este espantoso crimen. Como suele acontecer en estos casos.
Cuando está fresco el acontecimiento, todas las organizaciones e individuos que se ufanan de justos y honrados declaman sus mejores discursos. Claman justicia. En fin. Pura pose demagógica. En la mayoría de los casos.
El reaccionario ex panista Bernardo Bátiz, quien era el jefe de la policía del gobierno de AMLO en el D.F., en aquel entonces declaró: “El crimen fue un acto de la extrema derecha” (La Jornada. 26 de octubre de 2001). Al cabo de algunos meses de “investigación”, el mastín policíaco de Obrador, concluyó que la muerte de Digna Ochoa, había sido un suicidio.
La familia de la activista con sobrada razón protestó, y denunció que tal “suicidio” era una fabricación del gobierno de López Obrador, quien de esa manera complacía a los todopoderosos que estaban detrás del asesinato.
Apóstol del pacifismo. Creyente de las normas y preceptos burgueses como medio para alcanzar la justicia. En fin, abogada. Blandía Constitución y Códigos reaccionarios como espadas ante los representantes e instituciones del Estado burgués.
Mas sus valerosas arremetidas poca mella hicieron en los enemigos. Porque sus espadas eran de cartón. Viva prueba de ello: ¿Cuántos funcionarios, militarotes, genízaros policíacos denunciados por Ochoa, están en la cárcel? ¡Vaya!, ni tan siquiera han sido investigados. Y es que la clase rica en el Poder no se va a practicar un harakiri. El feroz lobo protege a sus sanguinarios cachorros.
Nosotros, los revolucionarios comunistas, nunca inculcaremos a la clase obrera el pacifismo, ni el legalismo, ni el respeto a la arcaica y putrefacta Constitución burguesa. Eso jamás.
Siempre aconsejaremos a los trabajadores el combate resuelto y sin cuartel contra los opresores. Siempre hablaremos con la verdad: la Constitución, los Códigos y las leyes burguesas son instrumentos de dominación, yugos con los cuales, la clase capitalista que detenta el Poder, encadena a las masas pobres.
Predicar, como lo hacen algunos pseudo comunistas, que justicia, libertad y democracia podrán ser alcanzadas utilizando inservibles espadas de cartón, es de ingenuos. Peor, es labor de reaccionarios.
Pueblo que no aprende de sus errores está condenado a repetirlos, reza la sentencia popular. Los revolucionarios tienen el ineludible deber de que el pueblo no continúe cometiendo error tras error.
Hay que organizarse muy bien, actuar con sigilo, tener claro que la policía política (el CISEN) está al acecho, y, armarse. Armarse con armas de fuego. Nunca relajar la guardia. Siempre hay que estar a la ofensiva. La defensiva, decía el gran Lenin, es la muerte del Movimiento.
¿Se imagina usted, estimado lector, que hubiese sucedido si Digna hubiera andado armada o que hubiera contado con una brigada de camaradas también armados y dispuestos en todo momento y en todo lugar a repeler cualquier agresión de los enemigos? Nos atreveríamos a pensar que ella estaría viva, y los matones estarían en el fondo del infierno.
Lo que nunca hay que olvidar de este horroroso crimen es la confabulación que hubo entre el gobierno de López Obrador y los todopoderosos que mandaron asesinar a Digna Ochoa.
Atentamente, Javier Antuna.
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