En mi corazón yacen rastros del dolor que sentí aquella vez que te perdí. Aquella vez en la que, cegado por mi ira y por mi dolor, te hice daño, te hice sufrir, te hice llorar…
Aún recuerdo el dulce sabor de tu piel, la suavidad de tus labios y el cómo mis manos recorrían tu cuerpo con ese deseo de arrancarte la piel y tenerte solo para mí. Tu corazón latía frenéticamente mientras seguías luchando por tu vida, porque te dejase ir, pero tu lucha fue en vano; al final, obtuve lo que más quería: tu cuerpo.
Ahora solo escucho tu llanto bajo el hermoso canto de la lluvia; escucho cómo gritas, escucho cómo lloras, cómo pides por tu vida y porqué te dejé ir. Ahora solo pienso en qué es lo que hubiera pasado si te hubiese dejado ir, pero ambos sabemos que tú nunca ibas a poder librarte de mí.
Ahora tu cuerpo yace la frialdad de la tierra, destrozado y sucio. Un cuerpo por el que nadie lloró ni peleó; un cuerpo perfecto y fácil de obtener.
Sabrina Ponce.
Tijuana, B.C.
(Preparatoria Educare, grupo 401)