Jamás pensé que algún día, escritorio de por medio y en mi oficina, estaría Carlos Fuentes. La suya no fue una visita programada. Afortunadamente empezó al atardecer y terminó amaneciendo. En el inter fue muy cortés, no hablando mientras yo escribía y terminaba la edición del diario que dirigía. Leyendo no recuerdo qué, guardó silencio como si fuera penitencia. Pero finalizada mi faena, tomamos coñac sin llegar a emborracharnos y gocé de su maravillosa, alegre, ilustrativa y desusada plática. Fue, para más señas, algún mes de 1971 y en Mexicali. Llegó desde el Distrito Federal para asistir -y no lo hizo- al estreno teatral de “El Tuerto es Rey”, que el yucateco Jorge Esma adaptó de ese magnífico libro de Fuentes.
Mientras el teatro estaba retacado y los actores luciéndose, Fuentes decidió irse al periódico y, como la tradición manda, esperar la crónica hasta que apareciera el diario. Llegado el momento, lo llevé hasta el doblador de la rotativa cuando empezó la impresión. Tomó uno de los primeros ejemplares. Ni siquiera vio los titulares de primera plana. Recuerdo que lo hojeó con rapidez hasta encontrar la reseña teatral. Leyó con alegría que el público aplaudió muchísimo. Con entusiasmo. Que fue un éxito. Sonriente y satisfecho, por eso regresamos a mi oficina y nos tomamos “la del estribo”. Amaneciendo, cuando el personal de limpieza llegó a su diaria tarea y entró al despacho sin imaginarse que allí estábamos, no necesitamos decirnos uno a otro “vámonos”. Simplemente salimos.
Le llevé a su hotel, el Lucerna, y no lo volví a ver hasta 25 años después, 1996. Estaba en una escalinata del Palacio de Minería en la Ciudad de México. Era la Feria de Libro. Rodeado, apretujado casi por sus devotos lectores que por montones, extendían sus brazos con los libros de Fuentes en la mano, pidiéndole una dedicatoria. Ni ellos ni él hablaban. Simplemente se cruzaban rápidas miradas y sonreían. Cerca de allí su esposa Silvia, indudablemente acostumbrada a estos jaleos, esperaba paciente, sonriente y gozando el momento. No podía darme el lujo de interrumpirlo para preguntarle si se acordaba de aquella visita a Mexicali. Seguramente me lincharían sus admiradores. Le dejé uno de mis libros a Silvia, más con un recado que una dedicatoria, recordando el encuentro en Mexicali. Jamás tuve respuesta.
Pero volviendo al 1971 aquel, estoy seguro que Carlos Fuentes no tuvo ojos para ver la primera plana. Nuestra nota principal fue la entrevista que Ferrer y Francisco Ramírez le hicieron en el restaurante “Carmina” de la Avenida Reforma mexicalense. La nota tenía como sostén una frase del escritor que no se me olvida: “O Echeverría se desayuna a sus enemigos, o sus enemigos se desayunan a Echeverría”. Creo que lo dijo porque don Luis recién tomó posesión como Presidente y en la yema de los dedos mexicanos estaba el sangriento episodio del 68.
Y como las noticias vuelan, por la tarde me llamó Fausto Zapata, el cercanísimo de Echeverría, para preguntarme si eran ciertas las declaraciones de Fuentes. Cuando le dije que las teníamos grabadas, pidió una copia y se la envié.
Supongo que don Luis tomó muy en serio la advertencia de Carlos Fuentes y, utilizando las mismas palabras, creo que finalmente se desayunó a sus enemigos.
Bueno.
En septiembre de este 99, mis compañeros editores de ZETA y yo recibimos en Tijuana la visita -esta sí programada- del Licenciado Francisco Labastida Ochoa. Fue una entrevista de casi hora y media. Cuando le preguntamos si era cierto, no se arrugó y reconoció que el narcotráfico lo amenazó de muerte. Nos dijo textualmente: “Detectaron una llamada en la Procuraduría donde estaban encargando el homicidio de mi mujer y el mío. A mi mujer le empezaron a tomar fotos de repente en un mercado, que es como se encargan los asesinatos, a unos metros de distancia de la cara, pues… para encargar el homicidio”.
Me temo que el famoso “contrato” para dejar sin vida a Labastida y a su esposa, fue por la batalla que le dio a la mafia cuando despachó como gobernador del Estado en Sinaloa. Algo les hizo que les dolió. A lo mejor su policía mató a uno o varios narcos en algún enfrentamiento. La venganza fue su respuesta asesinando primero al que fue procurador de Sinaloa. Quiensabe.
Labastida nos recordó que “en eso me llamó el Licenciado Salinas, me llamó el procurador y me dicen: Encontramos esto y hay un contrato para asesinarte. Yo obviamente me preocupé, sobre todo por mi mujer, y dije que yo había tenido la mano suficiente firme, como para arreglar las cosas y tomar las decisiones que se hubieran de tomar en Sinaloa”.
Entonces precandidato presidencial, nos contó -y así se publicó en ZETA– que primero le sugirieron salir del país y no quiso. Por eso “me pusieron una gran cantidad de escoltas muy grande que me hacían la vida muy desagradable”. Nos dio un ejemplo. Cuando trataba de ir a cierto restaurante, los custodios llegaban primero. Revisaban si no estaban por allí los encargados de matarle. Y al verificar que no, entonces él y su esposa podían entrar.
Luego nos contó que el Presidente y el procurador le insistieron: “Oye es que no tienes ninguna responsabilidad. Tu única función es servir de blanco. Y además se va a provocar un problema político si te asesinan”.
Labastida recordó: “Pensé en mi mujer, en las incomodidades de la vigilancia”, y en ese tenor consideró que “era bueno aceptar la oferta que nos hicieron”. Fue cuando decidió irse de embajador a Portugal.
Seguramente aquellos días, en medio de la preocupación, Labastida no tuvo tiempo ni para pensar que podría ser el candidato presidencial en 1999. Indudablemente se preocupó más por la vida de su esposa que por su carrera política. Igual, como muchos años atrás, Carlos Fuentes hizo la advertencia a Echeverría, preocupado por México y no tanto por su destino como escritor.
El candidato presidencial es de los pocos que conoce muy bien y de cerca al narcotráfico. Sabe claramente que cuando en la mafia hay un “contrato” para asesinar a determinada persona, no es tan fácil que sea olvidado o roto.
Hasta donde sé, este es el primer caso de una persona que llega a candidato presidencial y antes fue escogido por la mafia para matarlo con su esposa.
No sé si por eso se rompió o se romperá la regla y si los narcotraficantes decidan olvidar sus intenciones. Podría ser que, así como dejaron saber que había un “contrato”, ahora “filtrarán” la noticia de su desistimiento. Pero también está el otro escenario más grave. Saben que Labastida tendrá todo el poder y que ahora son ellos o es él. Por eso lo peligroso.
Y si se sienta en Los Pinos, les hayan perdonado la vida o no a su esposa y a él, de todas formas se vería como la cereza del pastel… con las moscas del narcotráfico revoloteando a su alrededor, atraídas por la tentación.
Recordando a Carlos Fuentes en 1971, yo diría que el próximo gobierno o se desayuna a los narcotraficantes, o los narcotraficantes se desayunan al gobierno.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por primera vez en diciembre de 1999.