Para mis alumnos y todos los alumnos del mundo
Hoy que soy maestro, me pongo a mirar dentro de sus rostros las expresiones que ofrecen cuando estoy comunicándoles algo que valga la pena conocer y saber, sin importar muchas de las veces que la forma del aprendizaje en cada uno de ellos, si saben o si razonan (o no), el conocimiento que trato de enseñarles: sin importarme si los contenidos son los adecuados para el aprendizaje, y sólo me baso en una carta didáctica. Ésta impuesta por otros seres que buscan la trascendencia del estudiante, sin importarles el qué, cómo, cuándo, dónde y para qué van a servir esos contenidos de enseñanza; entonces es cuando los modifico y quiero que mis alumnos aprendan lo que va a serles útil en su vida.
En este devenir de más de 50 años como maestro, muchas cosas he modificado a través de una visión retrospectiva de mi yo interior. También fui como ustedes, un alumno, muchas veces con una carita de “yo no fui”, “yo no soy” o “yo no sé”; igual que ustedes, sentado y a veces oí, sentí y repetí los conocimientos de aquellos mentores que me pasaron sus conocimientos con toda la sinceridad y fuerza de su talento. Aún los llevo y recuerdo, desde mi formación prescolar, escolar, secundaria, preparatoria, profesional y -por qué no decirlos- de aquéllos que me han hecho modificar mi conducta como docente. Me han hecho decirme a mí mismo “vale la pena seguir estudiando y preparándome como docente”; pero más que docente, como ser humano.
Y ustedes creen que no pensé y critiqué a aquellos maestros no preparados, aburridos, tediosos, de falta de talento y formación, como también estuve atento y aprendí de aquéllos que me impulsaron y me dieron una palmada en la espalda como reconocimiento. Y créanme que por ellos soy lo que soy, ya que me abrieron las puertas del conocimiento; desde aquel pueblo desvencijado en que yo nací, en el que sólo se contaba con enseñanza primaria y todos los que queríamos formarnos en conocimientos mayores teníamos que salir fuera de mi pueblo.
Mis juguetes y recuerdos siempre me llevan a reconocer a mis maestros, que me impulsaron a salir y buscar nuevos horizontes lejos de mi pueblo; hoy que escribo esto, junto con mis cuadernos y recuerdos, musito la mejor oración para ellos y que hicieron crecer dentro de este vasto campo no tanto de la Medicina, sino como vocativo de ser lo que soy, un maestro.
Durante mi recorrido por este tránsito que se llama vida, he sido la mayor parte alumno y llevo incrustado ese sentimiento; algunos dicen que soy maestro, pero hoy confieso que sigo siendo alumno porque a diario convivo con ustedes, aprendo más conocimientos sobre la materia que imparto. Pero lo que más aprendo es a ser humano y llevar incrustado en mi ser esa grandiosa facultad que Dios me dio y que se llama “cerebro”.
Sirve no tanto para otorgar calificaciones, sino para llevar incrustado un recuerdo de ese acontecer diario de convivencia y saber que este maestro una vez fue niño, adolescente, joven, imberbe, barbudo con talento para afrontar las cosas de la vida y que sirvieron para ser compañero, amigo, hijo, hermano, padre y hoy abuelo. No dejo de pensar que existe otra semilla que, día a día, cuatrimestre tras cuatrimestre, semestre tras semestre, año tras año, y generación tras generación, llena mi mente de recuerdos, al encontrar a los que ayer fueron mis alumnos, convertidos en hombres y mujeres que sirven a su sociedad y patria.
Para aquéllos que hoy son mis alumnos, espero verlos caminar por la vida con la frente alta, olvidando sus rencores de alumnos. Porque la vida les espera, viéndolos transformados en maestros.
Atentamente,
Dr. José Fernando Jaramillo Cisneros.
Tijuana, B.C.
Correo: drferja@hotmail.com