Fue en 2016 cuando Donald Trump era candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, que aceptó la invitación del Gobierno mexicano –vía Luis Videgaray, entonces Secretario de Hacienda– para sostener un encuentro con el Presidente de México, Enrique Peña Nieto. Ambos, Peña y Videgaray, habrían de reconocer meses o años después, que aquella visita había sido desafortunada.
Por entonces el discurso del candidato Trump se volcaba contra los mexicanos. Su lema de “hacer a América grande otra vez” le llevaba a aislarse del mundo para concentrarse en la economía interna y en la preponderancia de los estadounidenses por encima de los extranjeros. De unos 328 millones de habitantes se calcula que la Unión Americana cuenta entre ellos a 57 millones de latinos, entre los cuales, de acuerdo a información de la cadena inglesa BBC, el 60 por ciento, unos 36 millones, son de origen mexicano.
La batería de proteccionismo nacional de Trump se volcó contra los mexicanos. Los calificó de criminales, violadores, narcotraficantes, asaltantes, y prometió lo que sería el cénit de su campaña, la construcción de un muro –uno más– para evitar la migración indocumentada desde México hacia los Estados Unidos. La estrategia resultó a su favor, especialmente en los estados del centro y sur de la Unión Americana. La promesa de cerrar la frontera a los mexicanos fue un éxito entre su base de votantes.
Sin embargo, la llegada de Trump a México hace cuatro años, como candidato, no pudo ser más desafortunado para el entonces Presidente Enrique Peña Nieto. La conferencia de prensa de ambos se convirtió en una caprichosa batalla de quién pagaría el muro para proteger a los Estados Unidos de la migración. Trump decía que lo haría México, Peña que no sería así.
Y México es, de nueva cuenta, el blanco de sus dardos de odio.
Hace no muchos días, refirió para justificar una vez más el cierre de las fronteras entre los Estados Unidos y México para actividades no comerciales o no esenciales, que por ejemplo, Tijuana, Baja California, era la ciudad con mayor número de contagios en el mundo. Otra exageración más, considerando que esta ciudad ni siquiera figura entre las primeras cinco de mayor contagio en México y que el número de casos en el vecino puerto de San Diego es superior.
La realidad es que Estados Unidos es el país que cuenta con más infecciones en el mundo de COVID-19. Ciertamente con una amplia población, al 29 de junio la Unión Americana sumaba 2 millones 588 mil 582 contagios y 126 mil 133 muertos por el nuevo coronavirus, mientras que cuatro estados, Florida, Texas, Arizona y California, registraban un incremento alarmante en los casos y decretaban un nuevo cierre de sectores después de haber reiniciado operaciones en sitios públicos como plazas comerciales, restaurantes, parques y playas.
California, el estado fronterizo con Baja California, donde se ubica Tijuana, registró en 24 horas al 30 de junio un incremento mayor a los 8 mil contagios, mientras la suma de fallecidos por COVID-19 rebasó los 6 mil casos.
En medio de este contexto de la pandemia, el 1 de julio de 2020 entrará en vigor el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció que visitaría la Casa Blanca, sede del Gobierno norteamericano, para conmemorar la fecha. Desde el anuncio arreció la polarización.
No es para menos, Donald Trump ha sido el candidato y el Presidente de los Estados Unidos que más ha ofendido al pueblo mexicano en la historia reciente.
Trump no ha visitado México como mandatario de los Estados Unidos, a la toma de posesión del Presidente Andrés Manuel López Obrador envió en su representación a su hija Ivanka Trump, su asesora honoraria y esposa del asesor principal Jared Kushner.
En sus casi cuatro años de Gobierno, Trump no ha disminuido su discurso de odio contra México. Con salvadas excepciones, como cuando elogió al Presidente López Obrador, ha insistido en cerrar la frontera con México pretextando la migración indocumentada con el argumento de la criminalidad entre quienes cruzan su frontera, e incluso, su asesor en asuntos migratorios, Stephen Miller –quien por cierto simpatiza con supremacistas blancos– en el pasado pretendió dos veces cerrar el cruce por supuestos brotes de paperas e influenza.
La construcción del muro sigue siendo la propuesta más efectiva de Trump entre sus simpatizantes, y, pese a que el Congreso de la Unión le ha limitado de manera formal esa política, poco a poco ha ido erigiendo barreras a lo largo de la frontera con México.
Una vez más en campaña, o precampaña, el muro es tema en la agenda binacional quizás como el gran distractor ante las críticas cada vez más álgidas a la administración Trump que se ha mostrado incapaz de crear una estrategia federal para atender el problema de salud y la consecuente crisis económica que apenas se anuncia.
Lo único que esta pandemia le dio al Presidente norteamericano ha sido la oportunidad que siempre estuvo buscando para cerrar el paso entre aquel país y México. El 20 de marzo de 2020 decretó el cierre de las fronteras turísticas por la vía terrestre, confirmó la medida el 30 de mayo y lo amplió un mes más solo para a mediados de junio extenderlo hasta el 22 de julio, aunque quienes tienen residencia o ciudadanía norteamericana pueden cruzar libremente de un país a otro como si el documento fuera protección suficiente para el coronavirus.
Al mismo tiempo, a partir del 24 de junio, se canceló la emisión de visas de trabajo, entre ellas la H1B para profesionales especializados, la L1 para que empleados de compañías extranjeras puedan laborar en sedes de los Estados Unidos, la H2B que es para trabajadores temporales, y la visa J1 para participantes de intercambio cultural o empresarial. El pretexto: esas fuentes de empleo ahora deben ser para estadounidenses. Las excepciones son los jornaleros que laboran en los campos agrícolas, por supuesto, así como personal de limpieza. El motivo: esas tareas no las van a realizar manos norteamericanas.
El Gobierno Mexicano que encabeza el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido penosamente condescendiente con el norteamericano. A diferencia del anterior que entró en una guerra mediática sobre quién pagaría la construcción del muro, el de Morena ha sido, al igual que en muchos otras temas torales como la inseguridad, de “besos y abrazos”. No se peleará con el Presidente norteamericano, ha dicho el tabasqueño. Y efectivamente no lo ha hecho.
En mayo de 2019, en medio de las caravanas masivas de migrantes centroamericanos que cruzan por México para llegar a las fronteras con los Estados Unidos y solicitar visas humanitarias, asilo o refugio, Trump amenazó con subir los aranceles para las exportaciones mexicanas hacia los Estados Unidos, si el Gobierno de México no detenía la migración. La respuesta del Gobierno del Presidente López Obrador fue designar a elementos de la recién creada Guardia Nacional para cuidar la frontera sur del país, y sofocar las caravanas migrantes.
Enfrascado en una nueva etapa proselitista en la que busca cuatro años más de Gobierno, Donald Trump ha logrado lo que siempre quiso: cerrar la frontera sólo a ciudadanos mexicanos mientras que las líneas de intercambio comercial siguen abiertas, y acelerar la construcción del muro que dividirá de forma más concreta a ambos países.
En estas condiciones, agregando una manifestación interna en los Estados Unidos por el racismo, la visita del Presidente López Obrador a la Casa Blanca para entrevistarse con Trump llega en un momento muy desafortunado para el país que enfrenta no solo la pandemia, sino los embates del mandatario norteamericano que conforme avance en su carrera por la reelección, seguramente se volverán más intensas, humillantes y ofensivas.
La visita de López Obrador se justifica con el arranque del nuevo Tratado de Libre Comercio, aun cuando el Primer Ministro de Canadá no ha anunciado un plan para visitar aquel país, el mexicano insistía hasta hace unos días en hacer de su viaje a la Unión Americana, su primera visita internacional como mandatario de este país, dispuesto a protagonizar una visita que será de gran utilidad para la campaña de Donald Trump, y sin considerar que de perder la contienda, López Obrador, de entrada, no quedará bien parado con su relevo que bien podría ser el demócrata Joe Biden.
Es cierto que el mandatario mexicano ha reculado, por lo menos un poco, al declarar que la visita la hará, aunque no esta semana y tal vez se consigne por la vía virtual al igual que las jornadas mundiales de cuarentena.
Pero el Presidente López Obrador es a lo sumo obstinado, y como lo refrendó hace unos días, le gusta la polémica. Por eso y contra su costumbre de no viajar al extranjero, insistirá en visitar los Estados Unidos y postrarse al lado de Donald Trump quien representa para los mexicanos un enemigo público que ahora, después de las protestas por la muerte del afroamericano George Floyd en manos de la policía, enarbola abiertamente la bandera del racismo, todo lo contrario a la pretendida actitud pacifista del Presidente mexicano que no parece considerar ni remotamente la advertencia del Nobel portugués José Saramago quien solía decir: “Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses”.