El esposo llama a la recepción del hotel:
— ¡Por favor vengan rápido! ¡Estaba peleando con mi mujer y dice que se va a lanzar por la ventana del cuarto!
“Disculpe, señor, pero no es problema del hotel…”.
— Claro que lo es, es un problema de mantenimiento, ¡la maldita ventana está atorada!
Autora: La recamarera.
Mamá en cuarentena
— Oye, Mari, fíjate que con esto de la cuarentena, me han empezado a seguir dos niños muy extraños…
“¿En Twitter?”.
— No, ¡por toda la casa!
“Son tus hijos”.
— ¡Ah! Pues el gordito es muy gracioso….
Autora: Madre desnaturalizada.
Otro gallego
A un gallego le chocan el camioncito que usa para trabajar, y decide pedir consejo a un amigo que sabe de carrocería y pintura. Cansado de lo bruto que es el gallego, decide jugarle una broma:
“No es nada, son simples abolladuras. Tienes que soplar por escape y se enderezan solas, como si inflaras un globo”.
El gallego comienza a soplar y ve que no pasa nada. Entonces aparece otro gallego que le dice:
“Oye tío, si no cierras las ventanillas ¡se te escapa el aire!”.
Autor: Venancio.
Náufragos
Tres náufragos están solos en una isla desierta y se encuentran una lámpara maravillosa, la frotan y el genio les dice que concederá un deseo a cada uno. El primero dice:
“Deseo irme con mi familia y amigos”… y se lo concede.
El segundo pide:
“Deseo irme con mi familia y amigos”… y se lo concede.
Al ver que se había quedado, el tercero suelta:
“¡Deseo que mis amigos regresen!”.
Autor: Un confinado, de los pocos que todavía se cuidan desde casa.
Estudiante
Un estudiante de ingeniería en computación enseña un programa al profesor y le pregunta:
“Profesor, ¿dónde está el error?, ¿en qué parte del código?”.
El profesor ve el programa, observa fijamente al estudiante, mueve la cabeza lentamente de izquierda a derecha y dice:
“En tu ADN”.
Autora: Una universidad a distancia.
La langosta de Pepito
Estaba Pepito en casa cuando llega su papá y le dice:
— Pepito, aquí está lo que me pediste para tu cumpleaños. Una langosta disfrazada de Capitán América.
“¡Demonios, papá! ¡Te dije que quería al Capitán América y cenar langosta!”.
Al día siguiente, Pepito lleva su langosta a la escuela. Un compañerito le pregunta:
— Pepito, ¿qué demonios es eso?
“Mi estúpido regalo de cumpleaños. Mi papá se equivocó y me dio esto, y ahora no sé qué hacer con esta basura”.
— Recuerdo que una vez me pasó algo así y vendí el regalo, gané algo de dinero y con eso pude comprar lo que quería.
““Pero, ¿tu papá no se enojó porque lo vendiste?”.
— No. Le dije que lo perdí.
“¡Eres un genio! Voy a hacer eso. Este… ¿No me vas a comprar esto?”.
— No.
Así Pepito empezó a intentar vender la langosta a todo el que se le ponía en frente
(música vaquera), pero no tuvo éxito. Resignado, decidió llegar a casa temprano, sabiendo que no había nadie y pinteándose la última clase. Cabizbajo llegó y, en cuanto se sentó en la sala a ver la televisión, oyó que venía su mamá de la calle. Para que no lo castigara corrió y se escondió en el closet de sus papás. Estando ahí escuchó a su madre muy coqueta con un hombre que no era su esposo. Peor estuvo la sorpresa de la mujer al oír que su marido, o sea, el padre de Pepito, acababa de llegar a la casa, por lo que hizo que el hombre corriera y se escondiera en el clóset donde estaba el niño. Y entonces la conversación siguió así:
— Vaya que está oscuro aquí, ¿verdad?
“¡Sí, pero cállate, niño! Y a todo esto, ¿qué rayos haces aquí?”.
— Este… ¿Sabes? Tengo una langosta disfrazada de Capitán América que ando vendiendo.
“¿Y para qué quiero eso?”.
— Me lo regaló de cumpleaños mi papá.
“¡Ja! ¡Pues tu papá te amoló, niño! ¡Qué regalo tan tonto!”.
— Pues, ¿sabes? Ya que llegó mi papá a casa, le puedo decir que piensas eso.
“¡No, no! ¡Tranquilo, niño, tranquilo! Está bien, está bien… Dime cuánto quieres por la langosta”.
— 400 dólares. Acepto cheques y tarjetas de crédito.
“¡Estás loco! Esas langostas no cuestan más de 20 dólares”.
— Está bien, déjame. Le voy a preguntar a mi papá a ver qué opina.
“¿Aceptas cheques de un banco extranjero?”, pregunta el hombre.
Al día siguiente se topan Pepito y su papá en la sala:
— Pepito, ¿qué demonios traes ahí?
“¿Esto? Es mi nueva espada láser”.
— ¿De dónde sacaste dinero para comprar eso?
“Pues vendiendo la langosta”.
— ¡¿Qué gente compró esa basura?! Excelente juguete, pero ¿cómo vendiendo una langosta pudiste comprar algo tan caro como una espada láser?
“Es que me dieron 400 dólares por la langosta”.
— Hiciste mal en vender cosas que te he regalado sólo con el fin de sacar dinero. Eso es codicia y has pecado, hijo. ¡Ve a la Iglesia para que te confieses!
Pepito iba camino a confesarse cuando vio a un policía:
“Niño, si vas a la iglesia ten cuidado, porque no hay electricidad en toda la cuadra”.
Pepito llegó a la iglesia y lo recibe una monja:
— Bienvenido a la casa del señor, Pepito. No hay luz, pero pasa. El Padre está solo en la iglesia, haciendo confesiones.
“Vaya que está oscuro aquí, ¿verdad?”.
— ¡No puede ser! ¡Otra vez tú! ¡Ya te compré tu cochina langosta, ¿qué más quieres?!
Autor: Jaimito en el confesionario.