Nada tan fuerte como el amor y nada tan doloroso como el desamor. El enamoramiento ocurre. No se planea. La separación, al contrario. Casi siempre a propósito. El amor es dulzura. El desamor tiene odio, rencor y celos. Son como alambres pelones a la medida para un corto circuito.
Hay parejas desunidas por voluntad, necesidad o incomprensión. Recíprocas a veces. Otras a petición o exigencia. Unas por dinero y las más, descubiertas en infidelidad. Miles de parejas se divorciaron este año y ni en el mundo las hicieron. Pero fue diferente si de personajes se trató. El o ella declararon a los periodistas “…ahora nos llevamos mejor que cuando casados”. O “…no se imaginan, somos muy buenos amigos”. Pero no crean Usted y Tú, Lectores: Bulle reconcomía. Supónese a propósito que igual pasa en amor y carpintería “un clavo saca otro clavo”. Pero al fin y como dice la canción “…un viejo amor ni se olvida ni se aleja, pero nunca dice adiós”. Lo dañoso es cuando camino del amor al desamor brotan los celos. Abrojos hirientes, dolorosos y hasta mortales.
Serafín Herrera tenía 60 años y Margarita García Ontiveros, 35. A pesar de la diferencia en edad se endiosaron. Cuando malició que no era amado mató a la joven de tres balazos. Al verla sin vida, celos, amor y dolor lo empujaron al suicidio. Un hombre como él siente a esa edad que es el último amor de su vida. Y ella, treintañera no quiere con tanta pasión. Si le sale un nuevo galán y joven lo cambia por el entrado en años. Seguramente Serafín planeó matarla cuando sintió el desamor. Esto sucedió en Tijuana el octubre reciente.
Mauro Antonello era un albañil en Roma. Se enamoró y casó con Carla Bergamin. Primero le dio mucho cariño a su mujercita y luego golpizas. Por eso la esposa lo dejó y formalizó el divorcio. Ella se fue a vivir con sus padres y sin compañía. Se llenó de odio. A los dos años llegó hasta Turín y fue directo a casa de su ex mujer. Tocó y Carla le abrió la puerta. No lo hubiera hecho. Mauro disparó matándola. Enloquecido entró a la residencia brincando el cadáver. Una tanda de balazos a su ex suegra. Sergio y Margaret, antiguos cuñados, también recibieron dosis mortal de pólvora y plomo. Carla y Mauro Antonello estaban de visita y allí les quitó la vida. Hasta Pierangella Gramaglia, una trabajadorcita ajena al drama, pasaba frente a la casa cuando el asesino salió para treparse al techo y pegarse un tiro. El despechado traía pistola, revólver y ametralladora. Hizo unos 60 disparos, según leí este como otros episodios en El País de España.
Amanda llevó a sus hijos al Colegio en Algeciras. Regresó a casa. La esperaba su esposo Rafael de 27 años, cinco mayor que ella. Al principio se amaban muchísimo. Pero quién sabe cómo empezaron a pleitear. Un día de las palabras se fueron a la violencia. Rafael estranguló a su esposa. Pero no se suicidó. Muy tarugo solamente dijo “…perdí los nervios” cuando se entregó a la policía.
Otro asunto peliagudo. Ignacio Manuel Alberto López quería muchísimo a María Soledad. Tuvieron cuatro hijos, ahora de 15, 22, 25 y 26 años. Pero fue naciendo el desamor. Últimamente hasta palizas en plena calle. Con sus hijos, ella huyó del maltrato. Ignacio Manuel anduvo buscándola hasta encontrarla. De cabellera a pies la bañó con gasolina y prendiendo terrible fuego. María Soledad desesperada alcanzó y abrazó a Manuel. No lo soltó. Fueron rescatados pero con las tres partes de sus cuerpos quemados.
Fue sorprendente lo sucedido en el Distrito Federal. Guillermina Aranda se enamoró y casó cuando tenía 16 años. Vicente Rosillo le dio mucho amor como aperitivo. Olvidó decirle “mi amorcito” y “mamacita”. Puro insulto y tortura. El reciente día 14 llegó borracho y en la madrugada. Inmediatamente echó en cara a su pareja “…ya no me sirves como mujer”, advirtiéndole “…voy a vender la casa y te me largas”, rematando con escupitajos en la cara. Guillermina no respingó. Se hizo de un cuchillo en la cocina. Por la espalda y hasta la muerte apuñaló al marido. Serenamente buscó una botella de licor. Dos tragos. Dejó el cadáver y se entregó a la policía.
Ese mismo día en la colonia defeña Tacubaya, Margarita Ancira acuchilló a su amante. Estaban en el hotel acostumbrado. Juan Hernández recibió una llamada por celular. Era su esposa reclamándole tardanza. Sobre la cama, aun con los sudores apasionados, eso enojó a la querida. Empezó a discutir. Terminaron fatalmente ocho años de romance. Enamoramiento dichoso y desmoronamiento triste.
“El Chorro” le dicen y se llama Jesús Jaizano. Tiene 24 años y es prófugo. Acuchilló a Yodela Azucena Aispuro de 25 años. Se querían mucho. Hasta abandonaron a sus familias para vivir en unión libre. Pero ella se hartó, encontró otro galán y vino el desamor y rompimiento. Pasaron meses. “El Chorro” sorprendió a su antigua pareja. Puñaladas traperas en pecho, espalda y brazos. Afortunadamente ninguna mortal. La mujer al hospital y el hombre a huir. Sucedió en Tijuana.
Pero no todo es desamor. Muchas parejas hacen bueno el juramento civil y religioso de ser fieles hasta la muerte. He sabido de señoras insoportables por el fallecimiento de su esposo. No se resignan y a los pocos días mueren. También ha pasado con ancianos. La tristeza en ellos y ellas resulta enfermedad mortal.
Caso admirable el de Raymond Martinot en Francia. Era médico y Julio Verne le apasionaba. Quedó viudo hace 18 años. Pidió y obtuvo permiso del gobernador. Entonces creó un ataúd y recinto especiales en su casa. Aplicó inyecciones conservantes al cuerpo de la querida esposa. Congeló féretro y cámara. Para eso echó a funcionar dos motorcitos especiales. Los alternaba. Aparte uno de refacción por si las dudas. Planeó que cuando él muriera, su hijo hiciera lo mismo colocándole cerca de la esposa. Al fin lector de Verne, tanteaba el avance de la ciencia. Así como para resucitarlos y volver a vivir otra vez su gran amor.
Raymond murió. Pero el gobernador no pensó como su colega en 1984. “Si aceptamos ideas tan insensatas acabaremos por encontrarnos neveras con cadáveres en cualquier residencia”. Pero los abogados de Raymond sostuvieron: “En cualquier régimen democrático todo lo que no está prohibido está autorizado”. Así el caso llegó hasta los tribunales. Un juez casi terminó con la historia de amor. Ordenó cremar o sepultar los cuerpos. Pero el hijo no aceptó. Siguió la batalla legal. No termina.
De todas formas, congelados, cremados o sepultados, Raymond y su esposa seguirán amándose. Nunca planearon el desamor. Ni por ocurrencia.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas y publicado por última vez en mayo de 2013.