En las últimas fechas se han publicado diversos artículos y reportajes que exponen con cifras muy reveladoras el incremento de las expresiones de violencia de género, a raíz de la pandemia que vivimos en los días que corren. En Baja California, la violencia contra las mujeres ha incrementado en el primer trimestre del año en comparación del mismo periodo del año pasado; según datos del comisionado nacional de Seguridad, Tijuana está en primer lugar de presuntos feminicidios junto con Monterrey, Puebla y Culiacán, situación distinta a la del año pasado en el mismo periodo reportado.
Sin embargo, hace tan solo unos días, Eduardo Goris Tamayo, director de Prevención del Delito y Participación Ciudadana del XXIII Ayuntamiento de Tijuana, señalaba un descenso en las llamadas de denuncia de violencia en la familia -que casi siempre es violencia contra las mujeres- y exhortaba a confiar y denunciar para que la policía pueda actuar.
Sabemos que en muchos países, como fue el caso de China, la violencia de género se duplicó durante el periodo de distanciamiento social o “cuarentena”, así como sucede en Latinoamérica; pero vale la pena reflexionar un poco en los motivos por los cuales las mujeres pueden estar dejando de denunciar las agresiones que viven durante este periodo de confinamiento, en donde el estrés, la ansiedad y el insomnio no son poco comunes, y evidentemente tienen un impacto en la salud mental de personas de todas las edades.
Hemos desarrollado mejores programas y sistemas de apoyo para las mujeres. Hay más instituciones y organizaciones de la sociedad civil que se avocan a luchar por los derechos de niñas y mujeres; existen algunos refugios (muy pocos pero hay) y se ha multiplicado la capacitación que intenta hacer transversal la política de igualdad, sin que esto sea medianamente suficiente para atacar al terrible mal de la violencia, la discriminación y la desigualdad que vivimos una gran parte de la mitad de la población mundial, y que lamentablemente persistirá después de que la humanidad haya superado el COVID-19.
En muchas casas de nuestro país, la violencia a las mujeres está normalizada: los insultos, las vejaciones, los gritos, golpes, humillaciones y abusos son parte del trato cotidiano, pero esas mujeres “descansaban un poco” cuando sus parejas salían de la casa o cuando ellas lo hacían para trabajar en algún empleo remunerado. Respiraban y volvían a aguantar. Ahora, muchos de esos agresores no están saliendo y probablemente sus actitudes y acciones violentas se han exacerbado.
¿Y ellas a dónde se van si denuncian y tienen que huir del agresor? No deben salir y exponerse al contagio de un virus mortal (quizás menos mortal que la violencia que viven), son recomendaciones del Sistema de Salud; tienen hijos e hijas y no los quieren arriesgar; desconocen de los refugios o no confían en las autoridades; piensan que no son tiempos para “quedarse sin hogar”. Entonces, muchas deciden aguantar y quedarse a merced de sus agresores mientras lavan, limpian, cocinan, cuidan a los hijos y los ayudan en sus tareas y clases virtuales (las que tienen computadora) … Y hacen milagros con ingresos familiares, que cada día se reducen más. No denuncian y juegan a la ruleta rusa cada día largo y extenuante que pasa, tal vez pensando que el mayor peligro está afuera.
Por eso y más quise aprovechar este espacio para unirme a las voces que piden denunciar cualquier forma de violencia a las mujeres y las niñas en estos momentos; es preciso denunciar, y esperar de las autoridades correspondientes acciones precisas, así como mayores sistemas de apoyo.
Existen mujeres con mayores desventajas, que están sufriendo agonías distintas a las que puede provocar un virus para el que no hay vacuna; las mujeres mayores, que en ocasiones son agredidas por sus propios hijos; las mujeres migrantes; las mujeres con discapacidad, que siguen siendo vistas como una carga social; las que están en la calle; las niñas; las mujeres indígenas, que históricamente han sido relegadas y muchas otras; pero todas, en general, podemos estar siendo agobiadas por seguir roles de género surgidos de una sociedad androcentrista.
Les reto a analizar en nuestras propias familias y descubrir lo que podríamos cambiar para contribuir a formar una sociedad más justa. La desigualdad para las mujeres ocurre en todas las esferas de la sociedad; la violencia tampoco discrimina. Y es la discriminación, base de esa violencia.
Melba Adriana Olvera fue presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Baja California.
Correo: melbaadriana@hotmail.com