El 12 de marzo, Hugo López-Gatell, subsecretario federal de Prevención y Promoción de la Salud, habló de las gravísimas consecuencias económicas de la enfermedad COVID-19 y dijo que no se cancelarían eventos masivos. Especificó el festival musical Vive Latino y más tarde se pudo saber que la primera víctima mortal había asistido al mencionado acto tumultuario, y varios de los policías que lo resguardaron también dieron positivo al virus.
El mismo marzo, el funcionario aseguró qué tratándose de coronavirus, el Presidente Andrés Manuel López Obrador no era un caso especial de riesgo, y que la fuerza de contagio del mandatario era similar a la de otros del equipo y otros mexicanos.
Falsedad, sus estadísticas oficiales demuestran que el más alto porcentaje de defunciones corresponde a personas mayores de 65 años, y el Presidente tiene 66, además de haber superado un infarto al miocardio el 3 de diciembre de 2013, lo que clínicamente debió estar precedido de una alta presión, principal comorbilidad detectada en los pacientes fallecidos por SARS-CoV2.
En cuanto a la capacidad de contaminación del mandatario, esta se extendió por 47 días. Del 28 de febrero, recién anunciada la primera muerte por la pandemia en México, el inicio de la campaña de Sana Distancia, cuando el Presidente anunció que no suspendería sus giras masivas de fin semana, hasta el 16 de marzo, al declarar que dejaría de visitar los distintos estados de la República, y el 15 de abril, cuando canceló sus giras de trabajo en víspera de la Fase 3 del contagio, para finalmente, atender personal y permanentemente la pandemia.
Selfies, besos, abrazos, saludos de manos, comidas comunitarias, arriesgándose a contagiarse y contagiar, dando el mal ejemplo a un pueblo de pobre disciplina, en la que, al 5 de abril, solo el 35% -según Google– ha respetado el Quédate en casa, porque el mal ejemplo cunde, particularmente cuando es dado por hombres de Estado y figuras públicas.
López Obrador lo hizo por imagen, por política, para no ceder ante los “conservadores” que “quieren un vacío para que se apoderen ellos de la conducción política”, justificó como si desde el aislamiento no pudiera ser un Presidente responsable, como otros mandatarios.
Pero fue aún más lejos y, el 11 de abril, felicitó a “la mayoría” de los mexicanos por su comportamiento durante la cuarentena, como si 3 de cada 10 personas que se resguardaron fueran mayoría.
“El 19 de abril vamos a poder salir de la gravedad”, declaró el 23 de marzo respecto a la pandemia. Y el 21 de abril se decretó la Fase 3, de ascenso rápido en el número de casos del contagio.
Frente a una enfermedad nueva, pero altamente contagiosa, cuyo abordaje está lleno de incertidumbres e incógnitas en todo el mundo, las mentiras, omisiones intencionales y medias verdades del gobierno mexicano a lo largo de la contingencia sanitaria, han fomentado una falsa sensación de seguridad que ha contribuido al poco éxito de la campaña de aislamiento social, lo que potencializa las posibilidades de esparcimiento del contagio.
“Quien ya pasó la enfermedad no se puede volver a contagiar en el corto tiempo”, aseguró López-Gatell cuando en Corea de Sur varios enfermos recuperados han vuelto a dar positivo, tema al que los médicos y científicos no han encontrado respuesta definitiva.
“Los cubre bocas sirven solamente para que la persona con síntomas no propague el virus”, dijo en su momento el subsecretario López. En tanto que George Gao Fu, director general del Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades, que encabezó la lucha contra el COVID-19 en su país, consideró que el gran error de Estados Unidos y Europa, “para mí, es que la gente no lleve máscaras”. Y de nuevo, los científicos no han definido la nulidad o efectividad del implemento.
“Comparar la cantidad de pruebas que se han hecho en otros países y tratar de relacionarlas con la eficacia, con la efectividad de las intervenciones, carece de sentido técnico y científico”, mencionó López-Gatell.
“No podemos detener esta pandemia si no sabemos quién está infectado”, “Tenemos un mensaje muy sencillo para todos los países: pruebas, pruebas, pruebas… Hay que hacer pruebas a todos los casos sospechosos”, enfatizó por su parte, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud.
De hecho, Clarissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud, dio a conocer que entregaría 4 millones 500 mil pruebas porque son clave para una mejor comprensión de la pandemia. Pero en la realidad mexicana es una vacilada confrontar las estadísticas de casos positivos con la de otros países, no es posible porque México no hace la suficiente cantidad de pruebas para poder comparar.
Baja California es el ejemplo más cercano para explicarlo. De acuerdo con la más reciente estimación del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en el año 2020 la entidad federativa cuenta con 3.7 millones de habitantes, y conforme a la conferencia oficial, al martes 21 de abril se habían realizado 2 mil 500 pruebas en territorio bajacaliforniano. Mientras al lunes 20 de abril, Puerto Rico, siendo la comunidad menos testeada en Estados Unidos, con 3.2 millones de habitantes, habían realizado 11 mil 639 pruebas, 365% más que en BC. Entonces, no hay punto de comparación.
Si no son necesarias más pruebas o cubre bocas, si al Presidente de 66 años no le afecta, si no se pueden contagiar dos veces, si estamos a punto de salir de la crisis, si la mayoría de la población ha hecho todo bien, ¿por qué cambiar y para qué preocuparse? Pero esto no es real.
“El acceso a la información de fuentes oficiales es muy importante para la credibilidad en la crisis”, dijo Guy Berger, director de Políticas y Estrategias sobre Comunicación e Información de la UNESCO en su discurso el 16 de abril.
La desinformación, sea de buena fe o con malicia, genera falsa seguridad, falsas esperanzas, y pone en riesgo muchas vidas de forma prematura.
Berger advirtió que los actuales, no son momentos de agendas personales, de objetivos políticos ni de autopromoción, y como herramienta para contrarrestar rumores, sugirió a los gobiernos “ser más transparentes y divulgar más datos de manera proactiva”.
Entonces, la gente tiene derecho a saber que, por tratarse de una enfermedad nueva, el tratamiento y combate presenta más incógnitas que certezas, que por el alto contagio no pueden escatimar esfuerzos preventivos y que no vamos saliendo de la crisis. Tiene derecho a conocer la gravedad del tema para tomar decisiones inteligentes para su familia, y esa certeza solo se la puede dar un gobierno responsable que esté más comprometido con la salud del pueblo, que con la imagen de su administración.