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sábado, febrero 24, 2024
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Un amigo se ha ido

El pasado 22 de febrero, se fue un amigo. Más allá de las nubes, más allá de las estrellas, a la casa del Padre: un gran sacerdote, P. Eduardo Martínez Ortega, un hombre que nació para ser sacerdote, quien ejerció su ministerio sacerdotal aquí en la Diócesis (hoy Arquidiócesis) de Tijuana.

Originario de la Ciudad de México, emigró a estas tierras junto con sus padres y hermanos; primero a la ciudad de Mexicali, B.C., y después a la bella Tijuana. En el año de 1962 ingresó al Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz, ahora Seminario Diocesano de Tijuana; el 18 de mayo de 1975, recibe el Orden Sacerdotal por ministerio del Excmo. Sr. Obispo Don Juan Jesús Posadas y Ocampo (†), en la Iglesia Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe.


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Desempeñó su ministerio como Párroco en varias parroquias de las ciudades de Tijuana, Rosarito y Tecate. Así también, desempeñó cargos a nivel diocesano; aquí algunos de ellos:

Vocero del Obispado y coordinador de los medios de comunicación de la Diócesis; ejerció las funciones de Decano; maestro en diversas materias del Seminario Diocesano de Tijuana; coordinador a nivel región del Secretariado de Evangelización y Catequesis; coordinador y colaborador de diferentes movimientos laicales; Vicario Episcopal Territorial y colaborador del Obispo en el gobierno de la Diócesis… cargos que desempeñó con dedicación y esmero en servicio de la Iglesia local hasta su partida, esa partida que nos duele y que solo nos consuela a los ojos de la fe.

De hábil pluma, muy avezado en la comunicación -se le facilitaba-, fue colaborador en periódicos de la localidad y escribió algunos libros con charlas de formación religiosa; como el de Voz y palabra. ¡Con todo mi ser!, siempre queriendo dar una aportación, una reflexión e información a los demás.


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Él se fue, pero su trabajo ministerial, su legado, su ejemplo, lo que sembró, eso se queda con nosotros. Su sonrisa, sus canciones, sus ocurrencias.

Amigo, solo te adelantas en el camino hacia donde todos peregrinamos con la esperanza puesta en Jesucristo, hacia la vida eterna.

Sus hermanos en el sacerdocio y los fieles que tuvimos la fortuna de conocerlo, recordamos su paso con sincero agradecimiento y gratitud; seguramente pondremos en marcha sus enseñanzas. Concluyo con un pensamiento del P. Eduardo Martínez Ortega:

“Si mi Señor volviera a ponerme zancadillas del amor para derribarme y dejarme ciego como a Pablo de Tarso y me volviera a invitar a seguirle, yo le seguiría…”.

Hasta luego.

 

Atentamente,

Rita Cedeño.

Tijuana, B.C.

Autor(a)

Carlos Sánchez
Carlos Sánchez
Carlos Sánchez Carlos Sánchez CarlosSanchez 36 carlos@zetatijuana.com
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