Ella creía que era un castigo divino. Cuando me lo dijo sentí como si trajera una piedra en la garganta. Hablaba tan quedito. Entre angustia y susurro. Me imaginé: Nada más faltaba que le saliera polvo por la boca. “Dios me ha castigado”. Y llorando me entregó un casete. “Es una grabación. Allí está la prueba. Mi esposo me traiciona”. Me intrigó y por eso le comenté: No veía la relación entre el castigo divino con el artilugio. había confianza para preguntárselo. Nos conocimos hasta veintitantos años. Ella fue reportera. Muy joven se casó pero siguió trabajando. Dejó la profesión por seguir al esposo. La compañía donde trabajaba lo mandó a Sonora. Luego a Guadalajara. Ahora está en Chiapas. Por eso sus visitas son más espaciadas. Pero cuando me visita le encanta recordar viejos tiempos. Hasta ese día cuando cayó con el casete. Ni siquiera voces escuché cuando empezó a correr la cinta. Eso sí. De pronto un sonoro cerrón de puerta. Enseguidita pasos rápidos. Supuse sobre piso de madera por el taconeo de mujer. Silencio otra vez. Resuellos profundos. Gemidos. Primero suavecitos. Luego hasta el punto del grito. Otra vez el silencio dejando oír claramente respiros acelerados. Cómo quien termina de correr los 100 metros planos. Con todo eso me imaginé como cantó Agustín Lara: El exquisito abandono de mujer. Una voz de dama se escuchó con algo así: “¿Mi ropa?… tengo que irme rápido. No puedo llegar tarde a casa…ya sabes”. Luego las palabras de un hombre. “Deja todo y nos vamos de aquí”. Otra vez ella. “Tú sabes que no podemos. En mi familia no te aceptarían. Estás casado. Y luego, menos divorciado”. Un pequeño silencio. Luego él suplicándole verse al día siguiente. Y ella aceptando “…pero más temprano”.
Mi amiga paró la grabación. Inmediatamente me dijo: “Es mi esposo…y ella, Fulana de Tal. Tú la conoces, es la secretaria de Perengano”. Y entonces me contó cómo logró la grabación. Al fin reportera. Primero descubrió cuál era el hotel a donde tenía su marido las sesiones secretas de amor. Confirmó días y horas. Luego se conchabó al botones. Le dio su lana para que pusiera la grabadora bajo la cama. Con una cinta adhesiva entre colchón y cabecera. El chavalo la prendió cuando vio llegar al esposo con su amada secreta a la recepción. Siempre le reservaban la misma habitación. Entonces mi amiga me dijo “…nada más quería que oyeras”. Le pregunté qué iba a hacer con la grabación y su vida. “¿Te vas a divorciar o hablarás con él?”. Sorbiendo. Con harta tristeza en su cara pegada como cataplasma pronunció resignada. “No puedo. Yo también hice lo mismo. Cuando éramos novios siempre me pidió una prueba de amor y se la di a otro”. Recordó aquellos sus días de angustia. Me sorprendió tan bien guardado secreto. Hasta entonces supe de un romance en exceso mientras el prometido pasó ayuno. Por eso me dijo a propósito de la grabación: “Es un castigo divino. Nada más quería que la oyeras. No voy a moverle. Ni tengo cara para reclamarle”. Limpió sus lágrimas. Prontamente reaplicó rimel y maquilla. Se despidió como si nada.
Grabaciones no precisamente de amoríos he oído muchas. Cierto policía federal lleva una a mi oficina. “A lo mejor le interesa”. Abril del 94. Escuchamos juntos mi voz. Era la conversación con un compañero reportero. Tratábamos sobre el Caso Colosio. Cuando terminó el policía nada más me aclaró. “Lo están grabado en la Fiscalía Especial”. Me lo dijo y sentí como una revancha entre policías. Luego acto de metiches. No denuncié. Nada más logré que lo supieran en la fiscalía. Ya no me grabaron. El casete nada tenía de secreto. Sirvió más para anécdota.
Tiempo después un joven pidió hablar conmigo. Cuando lo recibí soltó “…me ordenaron entregárselo en sus manos y que no me preguntara quién se lo mandaba”. Reconocí inmediatamente la voz. Pablo Chapa Bezanilla. El fiscal especial federal. Del otro lado Martín Holguín. Periodista. Hablaron sobre indebidos tratos a Mario Aburto, el asesino confeso de Luis Donaldo. La grabación fue distribuida como programas de mano. Se transmitió en televisión. Nota principal en diarios. Los escuchados se quejaron. Denunciaron oficialmente ante la Procuraduría General de la República (PGR). Los metiches nunca aparecieron. El caso está en el olvido.
El año 95 sucedió como de película. Un policía entró al subterráneo cercano al Centro de Gobierno en Mexicali. Allí se “colgó” del cableado telefónico. Con viejos aparatos grabó llamadas del Gobernador Ernesto Ruffo. Estaba muy entretenido. Por eso no se dio cuenta cuando le descubrieron. Al otro día lo exhibieron ante los periodistas. Denuncia y toda la cosa. Nunca se descubrió nada. Ni siquiera castigaron al policía metiche. Menos a quién le ordenó.
Otra sucedió a Ruffo. Fue el día de las elecciones en 95. Se publicó un diálogo medio comprometedor y chusco. Los opositores políticos se burlaron. Cayó hasta el choteo. Pero nunca se supo quiénes fueron los metiches. Como dice la canción “…todo quedó en el olvido”.
Luego sucedió muchas veces. Me llevaron o enviaron casets. Unos sirvieron de mucho porque eran noticia. Otros con diálogos impropios de publicar. También varios no valían la pena. Solamente guardo un par que calificó de especiales. Prefiero se conozcan hasta después que muera. O si los escuchados fallecen antes que yo, entonces sí los publicaré.
Las grabaciones a escondidas son por venganza. Siempre por malevolencia. Ajuste de cuentas. Desahogo. Despecho. A veces como si fueran joyas para lucirse en el lugar más atiborrado. Lo curioso: El grabado normalmente sabe quién fue el metiche. Pero nunca o casi nunca tiene pruebas cómo lo hizo. Solamente le queda reconcomía. Derrama la bilis. Pasa más cuando de política se trata. Y con eso que sucede mucho en las películas, sobran quienes lo acomodan a la realidad. También debe agregarse ese ingrediente muy especial perseguido por el metiche: Ridiculizar a la persona. Pero nunca después de escuchar un casete me sucedió como con mi amiga. Me quedé turulato cuando me dijo que todo aquello era muestra de justicia divina. Recordando cómo le pagaron con la misma moneda.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en octubre de 2004.