A cada rato se ve en las películas el montoncito de polvo blanco. No llega ni a un puño. Casi siempre sobre mesa de centro con cubierta de vidrio. A veces en cuidado y pequeño espejo. Con tarjeta de crédito o navaja para rasurar “cortan” la polvorienta porción. Forman las llamadas “rayas” o “líneas”. Enseguida sacan un billete. Lo enrollan como popote para tomar bebidas heladas. Un extremo en cualquier fosa nasal. Otro sobre el polvo. Aspiran de un golpe profundo. Al hacerlo cierran los ojos por el efecto inmediato. Lo sienten como dardo, doloroso primero, satisfactorio luego. Les llega hasta la coronilla. Baja para desparramarse por todo el cuerpo. Echan la cabeza hacia atrás sacudiéndola. Se enderezan. Retoman la mirada llenos de satisfacción. Con pulgar e índice aprietan la nariz como si tuvieran catarro. Se la restriegan gozosos.
Simulan muy bien así en las películas cómo consumen cocaína. Es el famoso “pericazo” o “pase”. No faltan las escenas tradicionales. El ricacho en su residencia o auto último modelo. Siempre con una belleza al lado. Copa de champaña. Inhalador como los de Vick-Vaporub. A veces de metal, pero según eso llenos de cocaína. Así alejan las sospechas porque no se manchan la vestimenta ni les queda empolvada la nariz. También hay las escenas tradicionales: Jovencitos de familias pudientes en casa de alguno consumiendo. El o la viciosa en el baño de un restaurante, bar o discoteca. Sacan su sobrecito con el polvo a un lado del lavabo frente al espejo. Cómo que les gusta mirarse. Otros y otras no tan descarados se encierran en los privados. Inhalación en vez de evacuación.
Se tiene la impresión de blancura en la cocaína y eso nada más porque se ve en el cine. A veces en los telediarios. Hasta parece costumbre o ritual. Un policía descubre y muestra el paquete con la droga. Agujerea con navaja. Saca poquita para mostrarla al camarógrafo. Y si es drama se moja el índice con la lengua. Luego lo embarra con cocaína. Y vuelve a la boca para decir muy ceremoniosamente: “Es de la buena” o “no sirve”.
En las películas el transporte de la coca se remite a valijas tipo ejecutivo rellenas con bolsas de plástico. Regularmente la intercambian por otra repleta de dólares. Nunca moneda nacional.
Los cinéfilos vieron en Traffic como figuras aparentemente de yeso fueron disueltas en agua y resultaron ser de cocaína. Catherine Zeta-Jones escenifica ese momento, pero también sucede en la realidad. Tanto cómo en aquella inolvidable película “Contacto en Francia”. Hay otras anécdotas periodísticas y novelescas. Muy repetida aquella de la imagen religiosa transportada de una ciudad a otra. Por respeto, la policía ni siquiera la revisa. Pero en realidad va rellena de cocaína. Realidad que se lleva a la ficción muy manoseada.
También le cantan a la cocaína. En ese terreno Don Luis Astorga, es un experto investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cierta ocasión me regaló un bien presentado folleto de su autoría. Puritita cátedra sobre los narco-corridos. Por eso supe que en los años cuarentas surgió esa moda con “Carga Blanca”, compuesta por Manuel C. Valdés. Luego hay una larga nómina: “Entre hierba, polvo y plomo” y “Polvo Maldito” fueron muy tarareados en los setentas. También “La Banda del Carro Rojo”. Aparte “La Piedrita Colombiana”. Mario Quintero Lara compuso “Mis Tres Animales”.
De Octavio Ventura es “Entre Polvo y Metralletas”. Sin autor, “Polvo Colombiano”. Y los que sí la tienen “Operación Pesada”, “El Alacrán”, “El Cártel de a Kilo”, “Clave Nueva”, “Líneas de a Metro”, “Nariz de a Gramo”, “Me Gusta Ponerle al Polvo”, “Pista Secreta”, “La Piñata”, “La Mesa Servida”, “El Rey de la Mafia”, “El Puño de Polvo” y para no seguir mas, “El Corrido de Amado Carrillo”.
Hay desdichados falsificando o adulterando la cocaína mas de la cuenta. Causa más daño así que legítima. Tramposos. De poca hacen mucha o de mucha el doble como si fuera pura. En Estados Unidos le dicen “La Marrón” a la mexicana porque es un 25 por ciento de pureza. “La China” tiene más calidad: 80 por ciento. Y la legítima es peligroso consumir mas de la cuenta. Mata.
“Rebajando” la cocaína es como los narcos “poquiteros” la reparten gratis en las escuelas para enviciar a los jóvenes. Es una práctica desde hace tanto tiempo y harto sabida pero inexplicablemente no combatida por la autoridad. El Licenciado Federico Benítez se dio cuenta cuando era Director de Seguridad Pública en Tijuana. Año del 94. La mafia se le acercó para llegar a un arreglo. Los rechazó y por eso fue ejecutado. Los narcotraficantes son tan poderosos que su crimen jamás fue investigado a fondo. Y eso que prestó sus servicios hasta morir a un gobierno panista. No le movieron.
Varias veces asistí a “la quema” de droga organizada por la Procuraduría General de la República en Tijuana. La presentan amontonada. Hasta tienen una especie de horno a cielo abierto. Y desde la distancia, con un largo mango de madera o cierto dispositivo eléctrico, inician la incineración. De lejos se ve el polvo blanco, pero he sabido que muchas ocasiones no es realmente cocaína. La cambian por talco, harina o carbonato. Naturalmente, los agentes se quedan con la droga. Pero nunca si es de algún poderoso cártel. Porque entonces si les irá muy mal.
La destacada periodista Alejandra Xanic escribió un excelente reporte para la Sociedad Interamericana de Prensa. Julio 2001 para mas señas. En la tercera de las seis páginas me llamaron la atención dos párrafos: “Hace unos años la prensa fue llamada a presenciar la quema de un decomiso de droga supuestamente arrebatado al Cártel de Juárez. Presentes los altos mandos de la Policía Judicial. Era un duro revés a la organización criminal, consignó el boletín oficial. Pero el testimonio que rindió tiempo después un testigo protegido de Estados Unidos durante un juicio en Houston, Texas, traería abajo la mentira. Lo que se consumió en el fuego no fue la cocaína decomisada (que él mismo ayudó a cargar en camiones, por orden de su superior), sino cajas repletas con madera y salpicadas por fuera con talco para bebés”.
Pregunté y me dijeron detectives de Estados Unidos: También queman toda la droga. Pero no públicamente. Utilizan hornos de compañías privadas. Primero es analizada científicamente. Elaboran un certificado de validez. Lo firman representantes de los gobiernos federal y estatal incluido el Departamento del Tesoro. Un representante del FBI. Naturalmente del escuadrón anti-drogas DEA. Policías de la región y el condado. En fin, una certificación. Y todos presentes en la incineración. Pero en México, si un documento así lo firma el delegado de la PGR, el jefe de la Policía Federal o Ministerial, indudablemente se trata de falsedad.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en septiembre de 2002.