“It’s so hard to get old without a cause, I don’t want to perish like a fading horse.
Youth’s like diamonds in the sun, and diamonds are forever”.
-Alphaville, Forever Young.
La leyenda -o sea, mi padre- cuenta que las fiestas en casa de mi abuelita, allá a finales de los 80’s y 90’s, eran legendarias. Y no hablo de las reuniones navideñas o de cumpleaños (también especiales), sino de las fiestas que mi primo Hassan y sus amigos organizaban.
Dicen que esa en particular fue épica, demasiado increíble para ser verdad… o al menos eso diría de no haber escuchado a un testigo del after.
Un mar de vidrio: Eufemismo para decir que habían demasiadas botellas de cerveza en el piso. A este guateque bilingüe -de tijuanenses y sandieguinos- le añadimos tantas personas invitadas, más los colados, las bandas (y sus instrumentos)… Una gran fiesta.
A mi abuelita siempre le gustó que sus nietos y bisnietos disfrutáramos, que celebráramos nuestras vidas, que corriéramos entre sus plantas, que fuéramos libres. Nunca llegué a preguntarle por estos famosos festejos, que sin duda implicarían desveladas de su parte (y de una obvia preocupación porque no llegaran patrullas a esa calle de la colonia Libertad); pero sé que, en general, vernos felices le sacaba una sonrisa.
A mi primo Hassan -quien también fuera mi padrino- siempre le gustó esa casa; a él tampoco le llegué a preguntar por sus recuerdos de juventud. Casi siempre asociaba su imagen con momentos que me sacaban de quicio, desde que en mi cumpleaños número dos me echara carrilla con mi regalo o cuando quería abrazarlo y se ponía huraño, pero aun así siempre usaba un tono de broma. Y sin embargo, lo primero que mi mente decidió traer de vuelta, tras su deceso, ha sido el de una fiesta en que ni siquiera había nacido.
Me parece curioso los recuerdos que decidimos mantener de las personas que nos dejan, que pasan -quizá- a otro plano astral, y los detalles que uno recuerda justo cuando menos lo piensa (como que él nunca me diera el famoso “domingo”).
Quizás ahora ya es muy tarde para hacer tantas preguntas que no hice a tiempo; mas esos misterios no son para lamentarse, sino para saber apreciar a quienes tenemos a nuestro alrededor, así como no olvidar a los que se fueron.
Atentamente,
Andrea López González
Tijuana, B.C.